—¿Quién de los dos va a explicarme?

—Bueno... —comienza Peeta.

—Yo le digo, Chico, fue mi idea —interrumpe Haymitch. Como es de esperarse por mi parte, si las miradas mataran, Haymitch ya estaría seis metros bajo tierra—. No te lo dijimos porque era algo obvio, creímos que tu cerebro funcionaba lo bastante bien como para darte cuenta. En realidad, me sorprende que no lo hubieras hecho antes.

Peeta lo mira con un gesto interrogativo, frunciendo el ceño, como si no estuviera convencido de lo que Haymitch está diciendo (y eso que no está borracho). Yo alzo una ceja para dar a entender mi disgusto.

—¿Y esa es su estrategia? ¿Dejarme a mí todo el trabajo?

—¿Y qué esperas? La semilla del chico está germinando en ella...

—¡Haymitch! —reclama Peeta.

—¿Qué? ¿No es la verdad?

—Existen formas más decentes y menos ofensivas para expresarlo —dice molesto.

—Lo que sea —objeto—. ¿Quieren decirme el plan?

—Ya lo sabes. Ella aprenderá a sobrevivir y tú aprenderás a pelear.

—¿Y ya? ¿Eso es todo? ¡Aunque sea pónganla a dieta! ¡No puede ir a la arena siendo una debilucha!

—Básicamente, sí —afirma Haymitch, interrumpiendo un intento de respuesta por parte de Peeta, dándole una mirada de advertencia—. Tomaré en cuenta eso de la dieta; no obstante, escucha preciosa, sé que no parece justo, pero no podemos arriesgar al bebé antes de que entre a la arena.

—¡Claro que no! Pero es importante que tengamos en cuenta que no es seguro que sobreviva... —opino.

Haymitch suelta un carraspeo incómodo. Peeta baja la mirada. Yo me digo una vez más que tengo que aprender a cerrar mi bocota.

—Lo... Yo no quise decir eso... ¿Peeta?

Él asiente, pero no contesta nada, únicamente dirige sus pasos a la salida, dejando el pesado eco que producen rebotar en las paredes del pasillo que cruza, como si fuera su forma de expresar lo mucho que lo afectaron mis palabras.

Cuando ya no está, me preparo para encarar a Haymitch; para mi sorpresa, encuentro comprensión en su expresión.

—Dale tiempo...

Dándome una palmada de apoyo en el hombro, sigue los pasos de Peeta, que aún resuenan en mi imaginación.

...

Los entrenamientos han sido exhaustivos. No contenta con el esfuerzo físico, he decidido exprimir mi cerebro también, alternando los talleres en los entrenamientos. Amaranta y yo nos hemos ido relacionando poco a poco con algunos de los tributos, en especial Annie y Wiress, tributos del cuatro y del tres respectivamente. He mencionado que me gustaría aliarme con ellas porque no serían capaces de traicionarme (principalmente porque no parecen tener las habilidades, sin intención de ofender), pero mis «mentores» me han dicho que no puedo elegirlas. Yo estaría completamente a cargo de un grupo que no es lo suficientemente fuerte para luchar cuerpo a cuerpo. Necesitamos a alguien con habilidades físicas, dispuesto a ayudarme a defender a Amaranta.

Y esa es Johanna Mason.

En el tiempo que he pasado practicando en el puesto que se encuentra justo frente al de ella, los hachazos que da al suelo me motivan cada vez menos para ir a hablarle; las miradas petulantes que echa a todo el mundo después de una de sus rutinas «corta cabezas», como yo las he nombrado, me desmotivan porque dan a entender que es tan terca como yo —y la forma en la que me venció la última vez no ayuda—. Sobre todo eso, además, resulta que me molesta juntarme con ella por la forma en la que se come a Peeta con los ojos. Está loca si cree que no soy capaz de darme cuenta de las miradas lascivas a mi hombre. ¡Nadie toca a mí panadero! Pero necesitamos a un aliado fuerte, así que, después de que la lección de frutos y plantas comestibles acaba, me dirijo al puesto de nudos junto a Johanna, dispuesta a discutir mi... mis temas de interés.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNحيث تعيش القصص. اكتشف الآن