Capítulo dieciséis

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—El sarcasmo no te pega, Elizabeth — le lanzo una mirada asesina a Rodrigo la cual ignora con éxito.

—No quiero nada de esa zorra. Por eso me largue — contesto.

—No es que quieras, Elizabeth. No se trata de querer, lo necesitabas, necesitabas sanar esas heridas y ve como estas ahora, peor. Me imaginé lo peor, en la última semana no dormí nada por estar buscándote como una desquiciada...

— ¿Una semana? — ¿Una semana? No creo.

—Sí, una semana en la que no supimos nada de ti y la última vez que te vi estabas mejor de lo que estas ahora. ¿Quién te puso tantos golpes, Elizabeth? — pregunta Ricardo.

—Segundos. — respondo cortante.

— ¿Qué?

—Que fueron los segundos. ¿No me crees, Trina? ¿Ahora también soy una mentirosa? — cuestiono. Necesito un espejo, la cara me arde.

— ¿Cómo es que la policía te encontró?

—Ay, no sé. No seas estúpido Rodrigo, no tengo ni la menor idea. Yo solo recuerdo pequeñas cosas de lo que me sucedió. — lo miro fríamente, sabe lo que hizo porque no me devuelve la mirada.

— ¿Que recuerdas? — pregunta mirando hacia la ventana.

—Es poco. Cuando estaba saliendo de la casa de Britany y después ya estaba tirada en la acera siendo golpeada, luego todo se volvió negro, un dolor en mi brazo y de ahí recuerdo que desperté en el hospital en donde tenía unas esposas, estaba él ahí, asegurándose de que fuera a la cárcel.

— ¿Quién es "él"? — ahora Rodrigo me mira atentamente, esperando su respuesta, pero, así como me ignoro yo lo hare.

—...salte de la ventana, no estaba muy lejos, era el tercer piso, creo...

— ¿Quién es "él"? — insiste.

—Camine, camine y luego intente correr y caí varias veces...

— ¿Quién era "él", Elizabeth? — su tono irritante hace que me entren más ganas de ignorarlo.

—Llegue a un lugar o a una calle, ya era de noche, creo, no había gente para nada y entonces me senté en la esquina de la calle y luego ya no recuerdo nada o tal vez era porque ya había llegado aquí o tal vez los días se me fueron en el hospital o algo ¿Yo que voy a saber?

— ¿Quién era él? ¿Quién se estaba asegurando de que te llevaran a la cárcel?

— Ese niñito, era Daniel, era él Él se estaba asegurando de verme refundida tras las rejas. ¿Contento? — le digo molesta.

Un silencio incomodo invade la habitación, cierro los ojos y respiro hondo para tranquilizarme, he descubierto que entre más grite más me duele la espalda y no tengo idea de por qué.

No he sabido de mi vida durante una semana, no he tenido idea de que es lo que pasa, ni de si continúan buscándome las autoridades o si ya dejaron pasar el caso, pero lo más probable es que sigan insistiendo en meterme a la cárcel y más con ese Daniel a la delantera, el muy poco hombre tiene a la policía de su lado. ¿Cómo es que es uno de los delincuentes más buscados en toda la zona y nadie lo retiene, nadie lo agarra? Esto se hace cada vez más difícil, esto se hace cada vez más insoportable.

Abro de nuevo los ojos y resulta ser que me encuentro sola, genial. Un poco de paz es todo lo que necesito, todo lo que quiero. Pongo mis piernas de lado lo que hace que cuelguen de la cama, me impulso hacia arriba para poder levantarme, me muerdo el labio para retener el grito de dolor. Mi espalda debe de estar hecho un asco, duele como el infierno. Una vez que consigo ponerme de pie, cojeo hasta el espejo de cuerpo completo que está en la habitación, yo nunca tendría uno en mi cuarto lo que me indica que, aunque tenga un ojo medio cerrado, estoy en la habitación de Trina.

Doy un grito ahogado cuando me ubico delante del espejo. Madre santísima. ¿Quién es esa que está ahí delante? Porque una cosa sé, que no soy yo.

La cara... ¡Oh, dios mío! Mi rostro esta terrible, tengo el ojo derecho medio cerrado y alrededor tengo las marcas de color morado, el ojo izquierdo se encuentra bien, pero tengo la ceja abierta y en la frente me recorre una línea de sangre de oreja a oreja, la mejilla izquierda tiene un círculo rojo que pronto se volverá morado, mi nariz tiene rasguños largos y un poco profundos al igual que la mejilla derecha, mi boca, de mi boca ni hablar, tengo los labios hinchados, el labio superior está abierto y la sangre lucha por no salir a gotas, alrededor de la barbilla tengo puntos verdes signo de cuando me golpearon con los palos.

Mis brazos tienen rasguños grandes, golpes que están cambiando de color y no pasó desapercibido lo que tengo marcado en el ante brazo izquierdo, las letras de la segunda advertencia que está claro que hicieron con una navaja.

Doy media vuelta y me levanto la blusa holgada que tengo puesta para ver mi espalda, demonios, no estaba preparada para ver esto. Me sorprende que pueda caminar. La línea que marca mi columna vertebral esta ahora marcada por una línea de sangre, una línea profunda que puedo sentir hasta los músculos y para acabarla tengo el número dos escritos en todos lados, por todas partes, en donde quiera que mire, ahí está el número. ¿Cuándo me hicieron esto? Coloco la blusa en donde va y me doy la vuelta, pero me sigo quedando ahí, viéndome, viendo lo que me espera por el resto de mis días.

—Elizabeth. — me llaman, no hago caso y volteo mi cabeza del otro lado. — No juegues, Elizabeth te has pasado más de un día durmiendo. — sigo ignorándolo, no estoy de humor. — Hay trabajo y han pedido estrictamente que no te dejemos fuera de él, así que, a trabajar se ha dicho. — me encojo de hombros, pero no me muevo y no porque no quiera hacerlo, sino porque no puedo. — Si no estás lista en media hora vengo por ti y me va a importar un carajo que te duela la espalda, te voy a sacar de la cama arrastras y no quiero lloriqueos. — aun con los ojos cerrados me rio de lo último, yo nunca lloriqueo delante de Ricardo.


Al final me han obligo a salir arrastras de la cama, así como es, arrastras, me han lastimado la espalda más de lo que estaba, pero yo me lo busque así que no digo nada durante todo el camino.
Llegamos a una casa algo vieja con rejas que la protegen alrededor de ella. Cada vez me sorprende más en donde esconden la mercancía.
Llego junto a la puerta de la casa, después de hacer un trabajo tremendo en subir la reja y me llevo la grata sorpresa de que ahí están las dos, Daniela me mira con los ojos abiertos al máximo y Britany, bueno ni siquiera me molesto en dirigirle la mirada.

En cuento estamos lanzando el ultimo cubo de mercancía a la camioneta el sonido de las sirenas se escucha intensamente apaciguando el silencio incomodo que teníamos nosotros. Como acto reflejo nos ponemos de cuclillas detrás de la camioneta y avanzamos hacia las puertas para poder irnos.

—No te muevas. — soy la última en subir y al policía se le ocurre decirme que no me mueva cuando sabe que no lo hare. Me pongo de pie de un salto y soporto el dolor de la espalda, no pienso mostrar debilidad. — He dicho, no te muevas. — se encuentra a unos escasos quince metros por delante de la camioneta.

— ¿Sabe cuántas veces me han dicho que no me mueva y he hecho lo contrario? — le pregunto, las risas se escuchan dentro de la camioneta y sé que están pensando lo mismo que yo. — ¿De verdad cree que le voy a hacer caso a usted? — Rodrigo enciende el motor, abro la puerta de la camioneta y sé que me estoy arriesgando a que me dispare con el arma, pero ya estoy mal de todos modos.

En cuestión de segundos me encuentro dentro del auto, Rodrigo hace derrapar delante de los vehículos de policías y salimos a toda velocidad por la carretera. Las balas se estrellan contra la parte trasera del automóvil, pero ya no me extraña el sonido que hacen, ya me he acostumbrado a huir y que comiencen a sacar sus armas como si fuesen juguetes de niños. 

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