Capítulo Setenta y uno

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Sólo escribí. Sin ser consciente de que casi siempre mis escritos me avergüenzan luego. Porque eventualmente me arrepentiría de haberlo escrito. Porque eventualmente ya ni siquiera hubiese tenido razón alguna para haberlo escrito desde un comienzo. Pero no hice nada más que escribir ese libro en ese cuaderno que yo llamaba; "El cuaderno del payaso". Era un cuaderno muy feo, pero me recuerda mucho a la portada de el álbum de Innuendo de Queen. Y después de haber escrito "EL CHICO GUAPO DE SÉPTIMO" en la primera hoja (probablemente porque no se me ocurría nada) le encontré un propósito casi profético a ese cuaderno del payaso. Fue como una revelación divina.  Juro que mi mente chispeaba saltarina. Lo pondría todo. Todo lo que pensaba con respecto a él, o talvez todo lo que el significaba para mí. No emocionalmente, pero literalmente. Lo que pasaba por la cabeza de Emma cuando alguien decía la palabra Gabriel. Seguro la mejor palabra sería "fiesta". Un ¡Boom! de sentimientos de culpabilidad, alegría y vergüenza desplegándose en mi mente. Todo al mismo tiempo, todo mas o menos planeado, (como siempre). Y sólo se lo daría en el extremo caso de que algo me llegara a pasar... como morirme, o tener algún accidente en el que perdiera la memoria, o mudarme. Probablemente nunca se lo daría de todas formas.

La vida aburrida de Emma tiende a seguir su aburrido patrón.

Siempre.

Y mañana será el último día de clases. Después libertad. Después, extrañar a Gabriel. Después, pensar en Gabriel. Ya casi estaba lista. Pero no completamente.

Creo que debo decírselo. Decirle que me tiene confundida. No le diré que lo quiero, puede que no suene lo suficientemente entusiasta. Puede que él mal interprete mi manera de quererlo. Puede que él no sepa que querer va por encima de gustar. Puede que él no me quiera. Puede que a él no le guste. Puede que mejor no se lo deje saber. Talvez decirle que lo quiero sería como aquella breve vez que lo abracé en su cumpleaños. Fue como abrazar a una mariposa. No porque fuese frágil, pero porque tenía mucho miedo de que saliese volando casualmente; como si se tratara de tan solo una simple flor. Yo era la flor.

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¿Recuerdan cuando les dije que la historia se está terminado?

Pues resulta que el final se está acercando.

Bajo la misma pendejadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora