Siempre me he caracterizado por salir adelante en momentos críticos, tal vez porque es lo único destacable que he hecho en mi vida, pero esta vez, en verdad agradecí la experiencia. Le dije a Prim que llamara a Haymitch, este llegó dos días después porque estaba borracho —no es necesario mencionar la discusión que tuvimos cuando le reproché estar en ese estado cuando Peeta se estaba pudriendo—. Finalmente, luego de muchos insultos, le dije que llamara a Effie y que le pidiera la medicina que necesitaba Peeta; al principio no contestó, pero salió de la habitación y regreso momentos después. Dijo que ella lo intentaría, pero que no sabía con certeza si lo lograría, ya que no se le permitía viajar al distrito hasta que la cosecha tuviese lugar. Haymitch también me sorprendió cuando me confesó su plan: vaciar la medicina en botellas de licor vacías y dirigir el cargamento a su casa.

En ese momento me dieron ganas de abrazar a Haymitch y de chillar tan efusivamente como Effie siempre lo hace, por única vez en la vida le agradecí el hecho de que nos ha estado brindando su ayuda sin pedir algo a cambio que no sea evitar hacer estupideces, y ha continuado mostrando su apoyo (a su manera...) aunque nosotros no paramos de cometer estupideces ridículamente emocionales.

La medicina llegó una semana después, para ese momento yo ya podía subir y bajar escaleras, aunque con mucho dolor, pero lo hacía sólo para ir a ver a Peeta y nunca separarme de su lado. Él había estado en una especie de sueño, despertaba muy de vez en cuando, momentos que aprovechaba para hacer que comiera algo y, tal vez, sólo tal vez, cuando se volvía a dormir, después de asegurarme de que estaba totalmente perdido, darle un suave y pequeño beso en los labios, acariciar su cabello; finalmente, yo también quedarme dormida en la mesa sosteniendo su mano.

Cuando ya estába más recuperado, comenzó a recobrar la conciencia y era capaz de mantener pequeñas conversaciones conmigo:

—Nadie ha querido decirme qué fue exactamente lo que sucedió, ¿Por qué te castigaron?

—Derribé a un agente de la paz, nada del otro mundo. Estaban incendiando el Quemador, querían golpear a Sae. Su nieta estaba allí...

—Gracias, supongo —le dije.

—Creo que soy yo quien debería agradecer. Mira cómo te dejaron por mi culpa... Lo siento

—No te disculpes. Lo habría hecho por cualquier otra persona.

—Ya...

En este momento, él ya es capaz de ponerse en pie y bajar y subir escaleras; mi madre y Prim volvieron a casa, pero yo me he quedado encargada de cuidarlo, y por eso me encuentro aquí. Amaranta ha venido un par de veces antes (claro, en contra de mi voluntad), pero Haymitch me ha retenido en la habitación hasta que ella se haya ido.

Tomo la taza de té (sin azúcar) que le he preparado a Peeta y subo las escaleras de su casa con cuidado. Una vez en el pasillo, camino hacia la puerta de fondo, que es su habitación. Dejo una de las tazas en una mesita pequeña que hay cerca y giro el pomo de la puerta, esta se abre y recupero la taza antes de empujar la puerta para poder pasar. Me posiciono cerca de su cama, esta vez dejo ambas tazas en el buró. Abro las cortinas, dejando entrar completamente la luz, y de acuerdo al sus gustos, la ventana ya se encuentra abierta, por eso hace tanto frío aquí.

Peeta duerme boca abajo, como sería lógico de pensar si se toman en cuenta sus heridas. Le quito las cobijas de encima, dejando su espalda descubierta, aún llena de marcas que no han sanado completamente. Agarro mi taza, rodeo la cama y me siento en el lugar libre junto a él para esperar a que el frío del invierno y el olor a un delicioso té lo despierten. Él comienza a moverse en busca sus cobijas sin saber que las he retirado de la cama, y cuando se desespera porque no las encuentra, por fin abre los ojos.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNWhere stories live. Discover now