El día trascurre de lo más normal, Oliver bastante ocupado ni siquiera se percató que me fui unos minutos a la estación Starbucks que está a una cuadra. Salgo un poco más tarde que mi horario normal, pero eso es usual, corro por el parqueo y llego hasta mi auto. Lista para ir a casa, en el intento de poner en marcha mi auto el muy puto no enciende ¿Es en serio? ¡Si te compré es porque te parecías a Herbie! ¡Tú eres un campeón de carreras! ¿Porqué me haces esto! Tomo el volante y comienzo a zarandearlo como intentando hacerlo entrar en razón y ¡Juás! Me quedo con el puto volante en las manos, cierro mis ojos buscando paz interior.

—Alex, inhala y exhala —me hablo a mí misma —no pierdas la paciencia, las personas que mucho se enojan envejecen más rápido, no querrás parecer...

¡A la mierda! ¡Traigan mi silla de ruedas y mis dientes postizos!

Lanzo el volante en el asiento del copiloto cuando unos golpes sobre la ventana del auto me hacen estremecer, llevo mi vista en esa dirección y es... ¿Oliver? ¡Maldita sea! Él siempre apareciendo en el momento menos indicado.

Bajo la ventanilla del auto y sonrío al estilo el gato de Alicia en el país de las maravillas.

—Tienes un bentley y prefieres esta cosa —menciona, viendo específicamente el espacio donde falta el volante ¡Qué vergüenza! jodido Herbie, me has traicionado.

—Está bien, es algo normal —suelto una leve risa nerviosa, bien normal.

—Vamos te llevo —dice y sin esperar mi respuesta se encamina hacia su auto. Estupendo, pasando vergüenzas nivel Dios.

Salgo de mi auto y me encamino hacia él quién ya me está esperando con la puerta del copiloto abierta.

—Iremos a mi casa para que te lleves el bently, mandaré a arreglar ese tu auto.

—No es necesario, yo buscaré quién...

—No te preocupes y por el momento usa el otro auto, todos saben que eres mi esposa y no quiero que te miren en... eso... —dice, de manera despectiva, ruedo mis ojos exasperada, ni cómo defenderlo porque me acaba de dejar a pie el muy jodido.

Conduce sin mediar palabra, sin ningún tipo de expresión, siempre ese su porte y seriedad mientras mira concentradamente hacia la carretera, clásicos en inglés están sonando ya estoy por dormirme cuando recuerdo que no he comprado el regalo de Natalie, puta mierda.

—Oye, ¿Tienes un florero que me vendas? —aunque, esos floreros de su casa deben costar más que mi anillo de bodas, ahora me arrepiento de mi pregunta.

Oliver frunce su entrecejo pero no deja de ver al frente.

—¿Un florero? —cuestiona y despega su mirada de la carretera por unos segundos.

—Es el cumpleaños de Natalie y no he comprado ni un puto regalo —suspiro, relajándome en el espaldar, Oliver ríe levemente.

—Tengo un collar que le había comprado a mi madre para su cumpleaños, pero el día de nuestra cena vi que llevaba puesto uno igual así que ya no tengo que hacer con él —¿Un collar? No me quiero imaginar cuánto cuesta, sé que no puedo pagarlo —puedes quedártelo y se lo das a tu amiga.

—Estoy cien por ciento segura que no puedo pagarlo —enarco una ceja y lo miro fijamente aunque él no me esté viendo a mí.

—Bueno, yo dije que te lo puedes quedar, no que me lo tienes que pagar...

—Ah, no... —interrumpo de inmediato, negando con mi cabeza —yo no puedo...

—Harías feliz a tu amiga, créelo. Dile que es un regalo de ambos y listo —un regalo de ambos, río sarcásticamente, no pagaría la mitad de ese collar ni vendiendo mi auto sin volante.

Esposa de mi jefe © (Borrador de la 1era edición - 2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora