Parte 31

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Llegamos a un lugar de ventas de celulares un poco demasiado elegante para mi gusto, al estar cerca de la entrada la puerta se abre automáticamente y se puede divisar todo tipo de persona bien vestida trabajando en este lugar.

—Por allá está Ken —menciona Oliver, llevo mi vista en dirección a lo que sea que esté viendo.

—¿Ken? ¿Y también está Barbie? —pregunto con una expresión se seriedad en mi rostro.

El me mira, aplana sus labios para no reír, al final, lo termina haciendo.

—¿Lo ves? Luego dices que eres la persona más seria del mundo —el tal Ken se acerca a nosotros. Saluda a Oliver con un abrazo,

—Ken, ella es mi esposa Alex —nos presenta Oliver, él me extiende su mano con una sonrisa luego de acomodar su saco gris.

—Mucho gusto, Ken —enuncio, estrechando mi mano hacia el joven hombre bien vestido, su camisa interior negra sin corbata combina a la perfección con su barba y su cabello.

—El gusto es mío —dice, mientras sacude mi mano.

—Quiero que repares una reliquia que mi esposa dejó caer por accidente y no quiere cambiar.

Enarco una ceja, ¡Claro! ¡Por accidente! ¿Más irónico no puedes ser, Oliver? Le doy mi teléfono a Ken, ojalá logre resucitarlo sino mato a Oliver, todos mis contactos están ahí; bueno, no es como que tenga muchos.

Salimos del lugar mientras Ken se dispone a revivir mi celular, y la playa está a unos cuantos metros, el clima está perfecto. Pasamos por una elegante joyería como siempre Oliver y su adicción a los relojes que valen más que mi viejo auto, entramos al lugar y Oliver se mide algunos que al ver el precio casi me da un infarto, un collar fino llama mi atención, de oro blanco, de éste cuelga una preciosa perla, me acerco a ver la etiqueta del precio, intento disimular mi asombro y miro hacia otro lado, eso es exactamente 5 meses de renta de mi apartamento, ya no me llama la atención.

Salimos del lugar y Oliver me toma de la cintura haciendo que me estremezca, llevo mi mirada a él y toma mi mano para cruzar la puerta.

—Hay un parque de diversiones en la otra calle ¿Quieres ir? —pregunta, con su mirada puesta en mí, el azul de sus ojos resalta con la luz del sol, amo esos ojos.

—Por supuesto —sonrío, intentando bloquear el sol de mis ojos con mi mano.

Llegamos al parque de diversiones y hay una serie de juegos mecánicos. Oliver me arrastra hasta la montaña rusa y no puedo evitar ver ese enorme aparato con temor que Oliver no pasa por desapercibido, como siempre.

—Oh por Dios ¡No me digas que le temes a esto! —pregunta enarcando una ceja, provocándome aún más nervios con esa mirada.

—La verdad... No es uno de mis juegos favoritos Oliver —él ríe y me lleva a jalones hacia la fila de personas que esperan subir con ansias a esa horrorosa cosa.

—¿Por qué mejor no vamos a aquel estúpido gusano de por allá? —pregunto, señalando el juego mecánico de un enorme gusano que es más para niños.

—No, tú me haces hacer cosas que yo no quiero, así que tienes que soportar, para que pienses dos veces hacerme sufrir —bien, eso debería darme risa o furia, pero no puedo pensar en ello por estar viendo lo alto que llega esa montaña, el rodea mi cintura desde atrás, su rostro está muy junto al mío, ni siquiera me percato de esta cercanía por ver a todas las personas en lo más alto de la montaña rusa gritando a todo pulmón. ¡Demonios! Dios, mejor llévame ahora.

La montaña rusa se detiene lentamente, se que ahora si es mi turno, todos los nervios se apoderan de mi, todas las personas con los pelos de punta comienzan a bajar de la montaña ¡Maldición! Espero un temblor o un terremoto o un tsunami, lo que sea que haga que no sigan estos juegos, pero no pasa. Me subo a la par de Oliver quién mira mi cara de preocupación divertido y sonríe, por suerte vamos casi de últimos, no soportaría ir de primera.

Esposa de mi jefe © (Borrador de la 1era edición - 2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora