En círculos

106 11 0
                                    

Maratón 1/3

Así es la vida a veces. Agridulce.

Estoy parado en el lugar con más poderío en todo el mundo, en el palacio del Stone Empire. Aún mejor, sobre el suelo de la recámara de la Reina y con ella pidiendo que sea su Concubino. Un puesto del que nadie fuera de este castillo sabe.

Aunque pidiendo parece una palabra muy grande.

— ¿Por qué, en el mundo, querrías que yo fuera tu concubino?

Zara no contesta pero le da una mirada a su copa. Parece triste, pero no lo podría decir con seguridad, esta mujer es buena escondiendo sus sentimientos.

Sus ojos escanean un tiempo más y luego camina hacia los sillones de terciopelo. Se sienta y me hace una seña con la cabeza, como el buen amante que quiero parecer, no tardo en unirme a ella sentándome frente a su cuerpo. La miro en silencio mientras parece estar pensando sus palabras.

— Alguna vez fui joven ¿sabes? No mi cuerpo si no mi alma. Mi apariencia siempre ha sido la misma pero mi inocencia no — se recuesta sobre los acolchados cojines detrás de ella —. Al principio de mi vida creía en la humanidad, tenía fe en la bondad. Creía que la gente buena reinaba sobre la mala

Sus ojos se vuelven brillosos y pronto me encuentro preguntándome si aún sabe que estoy aquí.

— Recuerdo el día que perdí un pedazo de esa fe. Tenia unos doce años, creo. Mi padre estaba fuera por algunos asuntos del reino, mi madre entrenaba en el jardín con mis tíos. Yo los miraba por la ventana encantada con sus movimientos ágiles y sus golpes fluidos. Me hubiera gustado estar con ella pero padre decía que eso no era lo correcto para una princesa — una sonrisa baila en sus labios —. Claro que eso no le importaba a mamá, ella era un alma libre que no se dejaba doblegar por nada. Aunque a veces olvidaba que había una pequeña niña esperando ser liberada por ella. Padre decía que el día que la conoció fue como cuando tomas una gran cantidad de helado. Se te congela el cerebro y sientes un gran estremecimiento por todo el cuerpo. Por un momento olvidas todo a tu alrededor. Y cuando por fin termina no puedes evitar pensar en la próxima vez que suceda.

Frunzo el ceño concentrándome en visualizar al padre de Zara. Debió ser un hombre grande y fuerte. Puedo ver esa fortaleza en los ojos de la rubia.

— De todas formas — dice continuando con la historia —. Estuve en la ventana ese día hasta que el sol comenzó a ponerse y mi institutriz tocó a mi puerta. Recuerdo haber visto sus ojos hundidos y rojos llenarse con lágrimas al verme. Recuerdo todas las horribles noticias que pasaron por mi cabeza. Recuerdo todo, cada aroma, cada detalle hasta que volteé mi cara y miré por la ventana la manera en la que varios hombres, todos de nuestra confianza, apuñalaban con dagas los pechos de mis tíos y mi madre — se estremece levemente —. Ese día perdí un pedazo de esperanza

La miro en silencio. No porque no tenga preguntas si no por respeto. No me puedo imaginar a mí mismo pasando por eso. Debió ser horrible.

Veo su garganta moverse al pasar saliva y ese es el único indicio que me da para saber que le duele. Y no la juzgo.

— He vivido varias vidas a lo largo de mis años y poco a poco he perdido la confianza en las personas — me mira —. Pero aún me queda un poco

— Yo... No creo que sea el indicado para tal confianza

— Te equívocas en eso. Eres leal — estoy a punto de interrumpirla pero alza su mano —. Quizás no conmigo pero sí con los que quieres. Puedo ver la fiereza con la que defiendes a tu madre o la manera en la que cuidasté de Kyler. Tienes potencial y me gusta esa característica

El amante de la ReinaWhere stories live. Discover now