27•Mister Pupitas•

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Ashley

La profesora de Química sigue explicando cómo hay que hacer el siguiente experimento en el gran portón del aula, mientras que mi vista está fijada en el brillante líquido morado que se encuentra a tan solo estirar mi mano.

Y es en este momento, cuando el diablillo y el angelito aparecen en cada hombro.

—Tienes que usarlo— mi amiguita malvada me guiña un ojo.

Esto es tremendamente divertido, es una mini Ashley vestida de diabla que luce realmente tierna.

—No le hagas caso, quiere llevarte por mal camino— el angelito se acomoda en mi hombro—. Debes alejar las tentaciones y escuchar la próxima vez a la profesora.

—Bla, bla, bla, tu palabrería me aburre, pelusa blanca— hace un ademán con la mano y se va al borde de mi hombro—. Contigo me entran ganas de morirme de nuevo.

Suelto una risita y un grito hace que vuelva a la realidad donde me encuentro.

—¿Te hace gracia mi explicación, Ashley?

Había olvidado por un momento que estaba en clase, seguro que he lucido como una psicópata.

—No, es solo que me había acordado de un chiste que me han contado antes de venir aquí— rasco mi nuca esperando a que me crea.

—Y, ¿nos harías el favor de contarlo a toda la clase para que así nos podamos reír todos?— pregunta con un dejo de diversión.

—Mierda— susurro bajito. Kylie siempre nos está contando chistes, ¿por qué mierdas no me acuerdo ahora de ninguno? Memoria maligna, te odio—. Un profesor a su alumno: 'Pepito, ¿y su tarea de matemáticas? El alumno contesta: 'Se suicidó maestro, tenía muchos problemas...'

Y cuando creo que la clase va a quedarse en silencio por lo malo que es el chiste, mis compañeros comienzan a soltar carcajadas e incluso creo que la profesora se está aguantando la risa.

Suena el timbre que da por terminada esta clase y me encamino hacia las taquillas orgullosa.

Meto la clave, pero la taquilla no se abre, está atrancada.

Dime, universo, ¿por qué hoy estás en mi contra?

La taquilla sigue sin abrirse y comienzo a impacientarme. Los golpes que recibe no son suficientes y la multitud de alumnos se va esfumando poco a poco para entrar a la siguiente clase.

El universo me escucha, la taquilla se abre con fuerza, impactando con algo sólido.
El gritito de una mujer es lo único que se escucha.

—¿Jason? ¿Qué haces ahí?— me pongo de cuclillas y localizo sangre bajando por su nariz.

—Me gusta besar el suelo— ruedo los ojos por su ironía—. Venía a ayudarte a abrir tu estúpida taquilla y me lo agradeces dándome un porrazo con ella.

—No te había visto, negro idiota— suelto divertida—. Anda, te acompaño a la enfermería.

Jason echa la cabeza hacia atrás e intenta cortar la sangre. Se sienta en la camilla más cercana de mientras que busco a las enfermeras, pero ni rastro de ellas.

—No están— hace una mueca de confusión, me dirigo hacia la estantería del botiquín y vuelvo con lo necesario—. Las enfermeras— rueda los ojos a la par que asiente.

Ya no hay sangre en su nariz pero sí un moratón en el puente de esta. Noto su mirada puesta encima de mí, admirando mis gestos. Aprieto el algodón y estrujo un poco, llenándolo de agua oxigenada.

Dangerous Women®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora