—Lo sé, esto es tu culpa —acaricia mi mejilla de manera delicada —por cierto —se levanta y camina hacia su maleta —tengo algo para ti —lo miro desconcertada, se dirige hacia mí con una cajita en manos con un enorme moño que observo intrigada.

—¿Q... qué es?

—Una sorpresa —contesta de inmediato, Oliver me entrega la cajita y la tomo casi temblorosa, tengo que saber que es, la curiosidad me carcome, comienzo a desatar el bendito moño rápidamente, yo soy mala para las sorpresas y el odioso moño se enreda más de lo que ya estaba, Oliver ríe sentándose a la par mía y me ayuda a desenredarlo con extrema delicadeza. Abro la cajita y no puedo creerlo, es el collar fino con la perla colgante que llamó mi atención en aquella joyería en California, el que valía más de cinco meses de renta de mi apartamento. Abro mis ojos como platos, como mencioné antes, a Oliver no se le escapa nada.

—Oliver, te dije que...

—No, —me interrumpe —tú me dijiste que no querías un yate o un helicóptero. No hablaste nada de esto.

Ni siquiera sé qué decir, no tengo palabras, ¿Cómo es posible que Oliver sea tan atento que hasta una cosa como esta no pase desapercibida? —en serio, gracias —lo abrazo efusivamente y él me rodea con sus brazos.

Me separo de él y lo observo a los ojos, él también me observa, toma mi rostro con ambas manos y me da un casto beso en los labios. Toma el collar y lo lleva a mi cuello ubicándose detrás de mí, aparto mi cabello y con toda gentileza lo enrosca en la parte de atrás, puedo sentir su respiración muy cerca de mi cuello y me estremece.

Tomo la perla y la observo, se ve preciosa, volteo hacia Oliver quién también está viéndolo con intriga.

—Me encanta como te queda —habla Oliver, esbozando una sonrisa.

—En serio, gracias —lo miro de manera tierna, no sé qué es lo que me enamore más de él, su caballerosidad, su forma de ser o lo atento qué es.

—¿Salimos? Quiero ir a un lugar que tengo mucho de no visitar—digo, viendo sus hermosos orbes azules.

—Sí, pero tengo que cambiarme, no voy a andar por ahí cubierto de gotas de vino —dicho esto se saca la polera dejando su torso al descubierto. Inconscientemente lo repaso con la mirada una y otra vez.

—¿Te gusta lo que ves? —sonríe, esa típica sonrisa pícara suya, de inmediato llevo mis ojos a los suyos y me está viendo con un gesto de diversión. Siento como la sangre sube directamente a mis mejillas, no tengo de otra más que reír.

Creo que eso fue suficiente respuesta para él a quién también le parece gracioso sonrojarme, toma mi rostro con ambas manos y me besa, un delicioso y tierno beso que se va volviendo más apasionado, se deshace de mi cazadora que aún llevaba puesta e introduce sus manos debajo de mi camiseta, comienza a acariciar mi cintura suavemente con solo la yema de sus dedos, cada roce se siente como una corriente eléctrica recorriendo mi columna vertebral.

—Debo admitir —habla, separando un poco sus labios de los míos —que tengo mucho que agradecerle a mi padre —hace una pausa y junta su frente a la mía —de no ser por él no estuviese aquí contigo.

Sonrío y observo cómo sus ojos levemente se cristalizan y los cierra, besándome nuevamente, llevando sus manos a ambos lados de mi rostro. Nuestras lenguas se encuentran y no dudo en llevar mis manos a su curvatura estrujando sus burbujas, de inmediato se estremece y me mira con una ceja levantada.

—Alex —espeta, con una risa que no puede contener.

—Lo siento, no me aguanté —aclaro mi garganta y me encamino hacia la puerta, al abrirla giro sobre mis talones y ahí está él esbozando una amplia sonrisa —te doy 20 minutos, y para mi 20 minutos son 20 minutos —enarco una ceja y lo pierdo de vista una vez que cierro la puerta.

Esposa de mi jefe © (Borrador de la 1era edición - 2016)Where stories live. Discover now