—No gracias... ¿Qué haces aquí?

—Effie nos llamó a desayunar, date un baño y ve al comedor en veinte minutos.

—De acuerdo.

...

—Una joven valiente y fuerte que cayó muerta entre los débiles y se levantó en otra vida, entre los invencibles.

Creí que las palabras de Effie serían más exageradas, pero no podría estar más de acuerdo con ellas: la tributo del distrito once no era más que ello.

Es difícil mirar a sus familias, pensar en que ella podría estar aquí, al frente de su distrito igual de necesitado que el doce, con los agentes de la paz en cada esquina.

Es imposible llegar a una conclusión cuando te preguntas cuál de las dos vidas vale más la pena, sobre todo si no conocías a una. Vives pensando en cómo compensar algo que no se puede pagar, cuyos intereses aumentan con cada pesadilla, con cada fiesta del capitolio a las que estoy obligado a ir, con cada palabra y sonrisa dedicada a Amaranta frente a las cámaras. Somos una farsa, una triste pareja televisiva cuyo pusilánime destino le tenía miedo a la muerte.

Las últimas palabras de las tarjetas de Effie resuenan en todo el lugar, el sol abrasa mi piel a pesar del saco gris que llevo puesto y puedo imaginar cómo mi cabello refleja la luz, provocando que luzca de un color dorado en lugar de un amarillo claro.

Dos mujeres de piel morena llegan vestidas con lo que parece ser una especie de sábana blanca enrollada en el cuerpo y una diadema de hojas adorna sus cabezas. Una de ella se posa a mi lado, la otra se queda junto a Amaranta, ambas sosteniendo un pequeño cojín blanco en el que descansan nuestras coronas. El alcalde del distrito once dice una vez más nuestros nombres. Entonces, la corona de hojas y frutas decora también mi cabeza. Volteo a ver a Amaranta, quien me sonríe.

Decimos un último agradecimiento al distrito, el alcalde nos despide y entramos de nuevo al edificio de justicia. Una vez que las puertas se cierran detrás de nosotros, me quito la corona y la observo: está hecha a mano. Antes de que pueda reclamar algo, Effie me la quita de las manos y me arrastra junto con Amaranta a habitaciones separadas, asegurando que nuestro respectivo equipo de preparación estará aquí dentro de poco.

Cuando Flavius, Venia y Octavia entran, puedo escuchar su parloteo acerca de los protocolos de seguridad con los que el distrito cuenta: afirman que es excesivo, sobre todo que se aplique tratándose de ellos. Cuando llegamos Effie ha dicho algo parecido, se ha quejado por el trato de los agentes de la paz, «como si fuéramos delincuentes», según ella.

Después de algún tiempo de producción se me permite salir de la habitación, listo para ir a la cena con la gente importante del distrito y todos los demás que se encontraban en una lista que Effie me dio y nunca leí.

Amaranta sale de allí minutos después, luciendo un vestido morado del color de las bayas, del color de las Jaulas de Noche... ¿Qué es esto?

Veo a Portia salir de la habitación en la cual yo me encontraba, camino hacia ella y le pregunto por qué el color del vestido, ella simplemente responde que fue trabajo de Cinna, no suyo.

Effie llega a dirigirnos y nos indica aparecer diez escalones después de que Haymitch entre, así será en todos los distritos a los que vayamos.

Lo primero que aprecio al entrar al salón es el contraste entre la pobreza en la que vive la población del Once, después la elegancia capitolina y la opulencia estrafalaria que la decoración del salón y las mismas personas desprenden. Siento algo de asco a mí mismo al estar aquí, toda esa comida podría alimentar a una buena parte del distrito; en cambio, llego yo, un inquilino que no contento con haber tomado el lugar de dos de los suyos, come lo que ellos han llegado a cosechar, producción de la que sólo obtienen unos cuantos frutos insuficientes.

HARINA Y POLVO DE CARBÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora