Capítulo 11: Amarillo verdoso (Parte II)

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—Ayúdame, por favor —Tenía lágrimas en lo que antes era una mirada azulina y seductora.

—¡Dylan! ¡Ven aquí mocoso malcriado! —Gritos femeninos parecían acercarse.

—Debemos irnos ¡Rápido! —Se levantó de manera muy torpe.

Me agarró muy fuerte de la mano y me dirigió hacia dentro del cuarto otra vez pero ya todo se había ido, ahora estaba iluminado muy escasamente con una luz roja, como si fuera un cuarto oscuro donde se revelan fotografías. Me recordaba mucho a la habitación de las pruebas marrones pero la diferencia era que parecía mucho más a un verdadero cuarto. Nos escondimos detrás de la cama, él estaba muy agitado y yo no estaba muy seguro de lo que ocurría pero tenía algunas conclusiones vagas. 


—¿Qué está ocurriendo? —Lo miré preocupado.

Estaba a punto de responderme pero un golpe brusco en la puerta de su cuarto , que nos hizo saltar de un golpe, lo paralizó. La escenografía fluía como si estuviera dentro de mis sueños, pero sabía que no era así puesto que estaba en mi prueba, de seguro todo era producto de mi mente y nada de esto jamás existió.


—Debemos salir rápido de aquí o esta vez me matará —Corrió las cortinas y me señaló que saldríamos por la ventana.

—Te matarás tú mismo si saltas desde aquí —dije nervioso.

—Descuida, no es la primera vez que lo hago. Tú solo trata de caer sobre las hojas.

—¡¿Qué hojas Dylan?! —Solo me miró y me arrojó por la ventana. Caí sobre un pilar de hojas secas, rápidamente me volteé porque él se había arrojado igual.


Corrimos por la calle, intentábamos llegar a mi casa, el cojeaba un poco y eso nos obligaba a detenernos cada algunos minutos. El aire me faltaba cada vez más y en mi cabeza no podía dejar de pensar que esos gritos provenían de la madre de Dylan. Sentimos un gran temblor en el suelo y nos limitamos a detenernos y mirar hacia atrás. Por la calle pudimos ver que una especie de bestia nos perseguía, era negra como una gran sombra, de tamaño espeluznante, alta y no más bien delgada. Sus ojos parecían dos grandes faros apagados mientras que no mostraba boca pero sí unas grandes manos que terminaban en garras largas y seguramente muy punzantes. No podía predecir qué era pero estaba seguro que iba tras Dylan y, por ende, tras mí. No había nadie más que nosotros, en realidad las casas del barrio parecían abandonadas.

Seguimos corriendo lo más rápido que podíamos mientras que la bestia nos seguía con pasos cortos y lentos para nuestra suerte. Podíamos ver a través de sus ojos que tenía un inmenso nivel de furia y sed por tenernos en sus manos y destrozarnos como migajas de pan. Nos tomó solo algunos pasos llegar a mi casa, estábamos realmente exhaustos y ni siquiera tenía en claro por qué habíamos ido ahí pero noté que Dylan apenas entró soltó un gran suspiro como si toda la presión que había en él hubiera desaparecido solo por entrar a mi hogar.

Recordé cuando jugábamos de niños a las escondidas con los demás chicos de la manzana en mi casa, yo siempre me escondía en él ático ya que era bastante escalofriante y ninguno más que yo se atrevía entrar, pero Dylan siempre se ocultaba en alguna parte de mi habitación y generalmente detrás de mi placard ya que era bastante difícil de descubrir porque siempre era muy oscuro allí atrás y entonces, con una sábana oscura sobre la persona, era el escondite perfecto, y hasta era espacioso.

Mi estómago crujió con fuerza, la energía la había gastado por completo, me dirigí hacia la cocina para hacerme un sándwich, olvidé por completo que nos perseguía un monstruo y que todo esto era falso. Me concentré en comer y luego fui hasta las escaleras donde había visto a Dylan por última vez porque debía explicarme muchas cosas. Empezaba a dudar de que todo esto era solo una ilusión porque mi yo interno quería saber qué estaba ocurriendo pero la otra parte de mí solo me decía que me concentrara en encontrar el secreto que seguramente le tendría que decir a mi amigo.

Los colores de la vidaWhere stories live. Discover now