Capítulo 8: Kia

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Mientras Dani intentaba vencer sus miedos, del más pequeño e insignificante a las cosas que más lo paralizaban y él ni siquiera lo sabía, Kia lo observaba por la pantalla y anotaba en su planilla cada cosa que veía, pero su mente no estaba tan concentrada. Las pruebas no solo eran para los que se encontraban en trance, también eran para sus mentores y en especial para aquellos inexpertos como lo es Kia; crecer no solo se logra en la vida terrenal.

Kia, ni ningún otro mentor, puede interrumpir las pruebas o saber qué piensan los sujetos pero ella sabía que Dani lo había resuelto, no lo dudó ni por un minuto desde que leyó su expediente. Todo debe ser organizado y por eso ella memorizó cada actitud que vio en él, cada palabra, cada gesto porque no podía creer el nivel de madurez y; a la misma vez; el alma inocentes de un niño que él tenía con diecinueve años. Era ilógico pero atractivo a la vez. Pero eso sería imposible.

No podía evitar pensar en lo que había ocurrido en la prueba marrón de Dani, como podían haberle jugado una pasada tan baja para al final darse cuenta que una parte de ella aún no deja atrás su pasado. Que le otorgaran la misión fue muy importante porque estaría ocupada y así no se concentraría en todos los recuerdos y preguntas que la agobiaban a cada minuto. Las demás energías se mantenían ocupadas bajando a la Tierra y observando a sus seres querido, pero ella no tenía a nadie y ni siquiera sabía cual era su objetivo en esa clase de vida. A veces también pensaba que ella no había sido una energía especialmente pura o que jamás había tenido un objetivo, de lo contrario hubiera pasado las pruebas y ahora no estuviera pensando en todo esto. Pero ella sí tenía un claro objetivo, lo que no tenía era una vida porque lo suyo no era eso, era más bien una muerte en vida.

Nuevamente se perdió en sus pensamientos y uno de ellos fue cuando le tocó afrontar sus pruebas azules, sus miedos.

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—¡Necesito ayuda, por favor! —La caja rectangular de cristal que la mantenía encerrada estaba dejándola sin aire puro, pronto moriría y perdería la prueba.

Aún no sabía que ocurría, no recordaba que estaba en las pruebas y eso no hacía más que aumentar su angustia. Sintió un crujido en su espalda, rápidamente se volteó y observó una pequeñísima rajadura en el vidrio y le bastó solo con tocarlo para que este se desplomara en miles de pedazos en los cuales ella cayó provocándole una que otra herida. La sangre que estas liberaban logró llamar a un tiburón hambriento y furioso y Kia al mismo momento que vio la aleta de él, se percató que se encontraba flotando en un azulino y frío océano. Las cosas para ella aún no tomaban sentido y no sabía que hacer, estaba entre quedarse quieta y esperar a que la fiera se aleje o nadar lo más rápido que podía en un intento de escapar. 

Algo tocó sus piernas y gritó con gran desesperación, comenzó a agitarse peor y ahora sus lágrimas no se distinguían del agua cristalina del océano. Cuando el tiburón se acercó a más no poder de ella, dos manos tomaron con firmeza de sus tobillos y la arrastraron hacia abajo, comenzó a gritar con más fuerza que antes mientras la sumergían más y más, no le importaba que le entrara agua por la boca o que nadie la oyera, solo quería gritar en un intento de liberar tensión. Miró hacia arriba a la misma vez que intentaba nadar en contraposición a su arrastre, pero volvió su mirada abajo cuando vio que el tiburón abrió su boca inmensamente mostrando todos sus grandes, picudos y numerosos dientes. Un ultimo tirón la salvó de que se quedara sin cabeza aunque la bestia acuática logró cortar su cabello casi por completo, unos centímetros más y perforaba parte de su cráneo.

—Quieta niña estúpida —Ordenó una voz conocida para ella.

No le llevó mucho tiempo recordar de qué persona provenía esa voz masculina y ronca. Luego de verse con un uniforme colegial que cubría muy limitadamente sus partes más íntimas y que su cabello había sido cortado al estilo de un muchacho, por su mente pasó el recuerdo de cuando su padre, a sus trece años, la vestía muy poco y le cobraba dinero a los hombres que la visitaban en su cuarto y la toqueteaban por más que ella dijera que pararan. 

Los colores de la vidaWhere stories live. Discover now