Capítulo XXXVI

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Y aquí está el esperado capítulo final.

Espero haberle hecho justicia a cada escena porque tuve que sintetizar tres actos importantes en veinte páginas.

Los epílogos condensarán más detalles, pequeños, pero ahí se sabrán otras cosas.

¡Espero que lo disfruten!

Ya saben, tomates o flores, al final del capítulo.

...

XXXVI

No sabía dónde mirar, si al suelo, al cielo o a las personas alrededor.
Era todo tan surrealista. Hacía cinco días había sido secuestrada y encerrada en un Bunker bajo tierra, y hacía dos, el rey había muerto por culpa de mi secuestrador.

Parecía todo tan inverosímil en ese mismo instante. Incluso ver a Marco Antonio, a Nicoletta y a su madre ahí era irreal.

Siempre quise volver a verla, pero no así. No en medio de aquel funeral.

El sol estaba tibio y brillaba sobre nuestras cabezas. Todo alrededor era de una majestuosidad que rallaba en lo absurdo, pero tenía sentido, porque era al rey a quien estábamos enterrando.

La reina Amberly se mantenía erguida, con el mentón en alto y vestida de turquesa. Lucía magnifica. De vez en cuando se le escapaban algunas lágrimas, pero su fortaleza era lo que más nos llamaba la atención a todos.

Llevaba como nunca el cabello suelto sobre ambos hombros en una cascada de color chocolate que la hacía ver más joven. Usaba poco maquillaje, y una corona plateada y pequeña decoraba su cabeza.

Lo único que delataba su dolor, además de las lágrimas, eran sus manos entrecruzadas sobre el regazo que movía con nerviosismo.

A su lado estaba la Reina italiana, cuyo brazo derecho envolvía a Amberly por la espalda. Mis ojos vagaron por el jardín lentamente. A mi lado estaba Celeste, Kriss, Marlee, Mera y las demás chicas. A nuestro alrededor estaban los alcaldes de cada provincia con sus esposas, los soldados, y algunos periodistas seleccionados para cubrir el funeral.

Una banda tocaba una suave melodía que se balanceaba entre lo triste y elegante. Un compás más alto y podríamos haber hecho una fiesta en el jardín.

Suspiré sintiendo un extraño dolor en el pecho, algo angustiante pugnaba por salir. El jardín estaba dividido por una alfombra roja que terminaba bajo un toldo verde oscuro. Bajo él se refugiaban ambas familias reales y el ataúd donde finalmente reposaba Clarkson.

Como futura esposa del príncipe —y nuevo rey—, me habían dejado estar bajo el toldo. No sabía qué debía ponerme, pero en Illea las ropas funerarias exigían ser de colores según la Casta. A más alto rango, el color predominaba por la alcurnia. Personalmente me gustaba más ir de colores ya que el negro entristecía demasiado, pero no podía sentirme de azul —como era mi vestido—, después de ver el rostro entristecido de Maxon.

Él estaba ante el ataúd vestido con un uniforme rojo repleto de medallas, y una orla blanca con el escudo de Illea cruzaba su pecho. Cada cinco minutos suspiraba, como si le costara comprender cómo diablos habíamos llegado a esa situación en tan pocos días.

Un sacerdote presidió el funeral con un discurso del que entendí la mitad de las palabras. Odiaba que la formalidad tuviera que utilizar conceptos rebuscados para hacerlo elegante y digno de quienes estaban alrededor. Logré retener algo relacionado con la dignidad, el sacrificio y el coraje. Luego profundizó en la familia, el honor y finalmente en su legado, presentando a Maxon.
Lo vi tragar saliva y se acercó al ataúd con una mirada extraña. Luego del asesinato de su padre había evitado las visitas e intercambios de palabra con cualquiera de todos nosotros. Pasó los últimos días con su madre, sin salir de la habitación, sin querer verme.

La Única (COMPLETA)Where stories live. Discover now