Han Sanghyuk.

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-... Taekwoon... ¿Hyung?

-Te escucho. –Respondió mientras sus ojos seguían atentos al metal frente a sus ojos, aquellas piezas de joyería y accesorios en un local del aeropuerto eran realmente preciosas. –Dime.

-Mira este anillo ¿no es bonito? –Preguntó con una nostálgica sonrisa en sus labios, observando el color negro y brillante del metal con una gema rojiza y discreta incrustada en el centro, una pieza sutil y fina, exquisita, delicada.

-Lo es. –Respondió al momento de observar aquella pieza, notando que igual a ella solo existía una más. Tomó ambas y se las midió en los dedos de su mano, encajaba perfectamente uno de los anillos en su dedo medio. -¿Puedes probarte uno? –Preguntó en voz baja, cediendo el aro a Hyuk y observando cómo los medía dedo por dedo, quedando en su índice.

-Es tan bonito en verdad. –Murmuró con una sonrisa discreta, quitándoselo a los pocos segundos.

-¿Eh?... ¿No lo quieres? –Volteó a verle y, del modo más silencioso y discreto posible le detuvo en su acto, sosteniendo su mano.

-En verdad me gusta mucho, pero ya debo estar listo en la línea del avión, o luego se me hará tarde.

-Entiendo... Bueno, puedes adelantarte en lo que yo me compro este, ¿sí?

-Bien.

El menor rodó sus ojos un momento, tomando su equipaje para marcharse. Sus pasos eran firmes, pero no apurados, y la gente a su alrededor se movía tan rápida que hasta podía verlas como en los vídeos o películas, donde se deformaban en sombras, lentamente pero a la velocidad de la luz. ¿Era el único que no quería irse, incluso en esos últimos minutos? Sus sensaciones eran contradictorias conforme iba avanzando, "es lo mejor" pensaba pero al segundo siguiente pensaba en Hongbin, en Jaehwan, en Taekwoon... No sería tan malo después de todo que Leo estuviese trabajando fuera, siempre que estuvieran en contacto... Pero no quería ser un estorbo en su carrera.

-¿Hyukkie? –Escucharle detrás de sí le hizo reafirmar ese pensamiento, debía dejarle tranquilo para que tuviera un buen éxito en esa etapa difícil al culminar su carrera y dar inicio a sus labores en el mundo adulto, en el real. –Hyuk... Ya pasaste la línea ¿vas al sanitario?

-¿Ah? –Ladeó el rostro hacia el mayor, observando las divisiones en el aeropuerto de las diversas aerolíneas, torpemente se dio media vuelta y sonriendo discreto, regresó apenas una sección. –Lo siento, estaba...

-Algo pensativo. –Terminó su frase a sabiendas, carraspeando un momento su garganta y deteniendo una vez más su caminar al pararse frente a él, tomó ambas manos, permitiéndose dejar de lado sus maletas. –Hay algo que quiero regalarte, antes de que te vayas. –Entonces mostró una caja apenas con volumen, que cabía en su mano. –Ábrelo en el avión ¿sí? –Besó su frente con cariño y le abrazó un momento, sentía que Hyuk apenas luchaba un poco como si se opusiera a tal muestra de afecto en público pero cuando bajó la mirada notó esa desobediencia de su parte, mostrando que en el interior de esa caja estaba el anillo que habían visto apenas un momento antes. Sonrió con torpeza y del bolsillo de su pantalón sacó el otro anillo idéntico, poniéndoselo. –Ah~ ¿no escuchaste claramente que lo abrieras hasta que estuvieras en el avión?

-Hyung...

El menor negó repetidas veces con la cabeza, sintiendo sus ojos ardiendo y poniéndose el anillo, dejó caer la caja, tomado sus manos y entrelazándolas, se apegó a él, ocultando su rostro mientras se volvía vulnerable, mientras sentía cómo soltaban sus manos para ser rodeado por esos brazos que tanto disfrutaba sentir, cada día, cada noche, cada que necesitaba de él. No era un anillo, o un símbolo oculto entre esas piezas de metal, era el hecho de mantener un recuerdo entre ambos unido por algo que sentían aun a flor de piel; no había podido odiarlo incluso en ese momento, cuando sus pestañas humedecidas se rozaban en el rostro del mayor, de su mayor, de su aún novio porque en ningún momento mencionaron oficialmente las palabras de una ruptura. En ese mismo momento donde sus labios temblaban sobre los de él, besándolo con miedo, con necesidad, con cariño, con desespero, cada roce de sus belfos se podía percibir como una vivencia nueva, como un recuerdo y como una necesidad elemental en su día a día, lamentándose el saber que pasarían meses, años incluso, en los que dejaría de sentirlos, preocupado de que no solo entre ambos dejaran de sentirse físicamente, sino que dejaran de necesitarse en espíritu.

El Examen FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora