Llego a la entrada del local de la familia Mellark, empujo la puerta y suena la campanilla del cliente. En seguida, la mirada furibunda y poco amigable de la señora Mellark se posa en mí, escudriñándome de arriba abajo lentamente.

Bien, necesitas el trabajo, Katniss, ten valor.

—¡Oh! ¡Me parece que se nos ha escapado un cerdo! —brama, molesta.

—¿Perdón?

—¡Vaya, no sabía que los cerdos hablasen! ¡Largo niña! ¡Fuera de aquí!

—¡Basta! —Entra el señor Mellark detrás, justo a tiempo para evitar que su mujer quedara con la nariz rota y sangrando—. ¡Katniss! ¿Vienes a venderme ardillas?

—Bueno, la verdad es que...

Un ruido detrás de mí me sobresalta, parece ser que algo se ha caído. Volteo inmediatamente para ver de qué se trata.

—¡Viniste!

El saco de harina que tiró Peeta ha soltado migas al aire. «Sí, aquí estoy», pienso; después estornudo y no puedo contestarle. Él se pone colorado, me dedica una sonrisa, lo recoge y lo lleva detrás de la cocina... ¿Por qué tanta emoción? Regresa en seguida y me dice que le siga. Pasamos a la cocina bajo la atenta mirada de sus padres: el panadero me sonríe, su esposa me aniquila con sus iris negros. Huele delicioso, a pan recién horneado, y a muchos otros olores dulzones que no reconozco.

—Bien, toma asiento —dice Peeta, extendiendo una silla que no sé de dónde sacó.

—Hola —digo tímida. Vamos Katniss, necesitas el trabajo, muéstrale que eres capaz.

—Me alegra que estés aquí.

—Ah, ¿sí?

—Sí... necesitamos a alguien con urgencia. Hoy es el último día de mi madre, ya la han contratado allá, aunque me da curiosidad ver cuánto dura, Ripper dice que espanta a la clientela. —Ríe de su propio comentario y agacha la cabeza—. Tú... ¿tú qué opinas?

—¿Yo? —Él asiente—. Bueno creo que hay que ser valiente para acercarse a comprarle bufandas, pero la gente dejará su miedo atrás para no morir congelado en el invierno.

—Buen punto... Entonces, ¿Tienes experiencia vendiendo?

—Sé más de lo que parece.

—Lo sé .—Frunzo el ceño todavía más, él se da cuenta—. Se nota, digo, sé que vendes en el Quemador, tú y otro...

—Ah. Sí, la tengo; años vendiendo en el quemador, fresas a Undersee y ardillas a tu padre.

—¡Peeta! —dice una voz lejana.

—¡En un momento papá! Bueno, decías...

—Y...

—¡Peeta, ven ya, por favor! —La voz de su padre es muy grave, nunca me había percatado de ello, es muy diferente a la de mi padre.

—Crío estúpido —se escucha decir a su madre. Ni siquiera puedo comparar su voz con la de la mía, porque mi madre apenas y suelta un murmuro.

—Dame un segundo, por favor.

Asiento. Él sale corriendo y vuelve con una sonrisa después de unos cinco minutos. Me deja sola lo suficiente como para identificar que hay un olor a menta entre todos los que se pueden apreciar en el ambiente.

—Perdón.

—Está bien —contesto.

—Bueno, mira, te necesitaríamos solamente en las tardes. Hasta las siete. La paga no es mucha, pero prometo que no te faltará comida, ni a ti ni a Prim mientras...

HARINA Y POLVO DE CARBÓNWhere stories live. Discover now