Artistas, Viajeros y Amantes.

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Si aún me quedaba algún resto de enfado hacia Steph, al ver la casa por dentro se esfumó.  En toda la estancia flotaba un agradable olor a pino, procedente tanto de la madera con la que estaba construida como de las pequeñas velas verdes que iluminaban la habitación. En el centro de la misma, había un colchón colocado directamente sobre el suelo, cubierto con una manta de color turquesa. El americano se quedó quieto en el umbral de la puerta, dejando que mis ojos se fijarán en cada pequeño detalle. .- Esto... esto es ... .- no sabía ni siquiera qué decir, de lo maravillada que estaba. Los ojos del rubio brillaban de victoria, y una sonrisa orgullosa curvaba sus labios. .- Bueno, espero que no le digas a demasiada gente lo que te he preparado, tengo una reputación de tío duro que mantener-. dijo con ironía, retomando su caminar hasta la cama improvisada. Yo no puede menos que poner los ojos en blanco unos instantes, antes de seguir sus pasos y sentarme justo enfrente de él sobre el colchón.

Me sentía como en una especie de nube (puede que la absenta tuviera algo que ver), como si todo lo que hubiera a mi alrededor fuera de una película, no podía estar pasándome algo tan bonito ... después del entierro de Mo. Pero así era, y necesitaba aferrarme a ello para poder sobrellevar todo el dolor. Steph no decía nada, solo me miraba con una sonrisa incansable, con sus ojos vagando por mi rostro como tratando de memorizarlo. Sonreí, desviando mi mirada con timidez. .- Vas a hacer que me sonroje...-. musité con un toque divertido. Como toda respuesta, él puso su mano en mi barbilla y me hizo alzar la cara y mirarle a los ojos .-Estás preciosa sonrojada, pelirroja-. y se acercó lentamente hasta mis labios para fundirnos en uno de los besos más tiernos que recordaba habernos dado. Pero, ¿En serio este era Steph? No es que no me gustara su lado romántico,  pero se me hacía muy raro oírlo  decir ese tipo de ... cursilerías. .- Un precioso tomate rojo -. añadió con sorna una vez se hubo separado de mí. Y ahí estaba el Steph de verdad, pensé entre risas mientras le daba un pequeño golpe en el hombro. 

.-Pero bueno-. exclamó en tono indignado, tumbándome sobre el colchón y colocándose encima de mi.  Mi corazón, que inexplicablemente había estado bastante tranquilo, dio un salto y empezó a latir a toda velocidad, como siempre que el americano estaba tan cerca de mi. Sus ojos reflejaban una mezcla de deseo y ternura, que me hacía querer besarlo y no parar nunca. .- Ojála no tuviéramos este problema de la plaga de cazadores-. se lamentó mientras acariciaba mi pelo. .-¿Porqué?-. pregunté yo, algo extrañada. .- Porque entonces te pediría que te escaparas conmigo, unos días, a donde tú quisieras. Solos tú y yo, sin estúpidas normas -. Aquello fue tal sorpresa para mí, que mis poderes se descontrolaron ligeramente y nos alzamos, quedando suspendidos y flotando a casi dos metros del suelo. .-Ai, perdón. Nos bajo-. dije procediendo a ello. .-No, para. Me gusta esta sensación de... liviandad-. .-Como quieras-. accedí con una suave sonrisa. Por mí, mejor. Solía sentirme más segura en el aire que sobre el suelo, al fin y al cabo era mi elemento. .- Ójala pudiéramos escaparnos rubito.... Pero no solo nos lo impide la búsqueda de los cazadores-. él me miró extrañado, sin entender a qué me refería. Solté un pequeño suspiro, agarrando su mano y acariciándola. .-No podríamos marcharnos ahora... yo estoy en un punto clave del estudio del fuego, porque no se como lo he hecho, pero creo que el estrés me ha hecho avanzar en su dominio, para serte sincera. Y además... quién sabe si los Magistri nos permitirían volver a entrar en la Academia después de romper las normas y escaparnos. Y yo... yo no tengo otro lugar a donde ir -. dije con una voz tan baja, que por un momento dudé que Steph me hubiera oído. .-Ei, sé perfectamente que el Aquelarre es tu único hogar. En realidad, también lo es para mí, aunque tenga una casa familiar en Estados Unidos. Ese no es mi hogar, allí  no puedo ser quién de verdad soy.  Pero, prométeme una cosa-. lo miré con curiosidad, esperando. .-Qué algún día, cuando los dos hayamos superado todos los cursos de la Academia, nos escaparemos juntos, lejos de Kilkenny-. Escruté sus ojos dorados, buscando un atisbo de burla, pero todo lo que puede percibir fue emoción y esperanza. No tuve que pensarlo .-Por supuesto que sí-. dije sellando la promesa con un beso, uno tan eléctrico que me desconcentró y caímos a peso sobre el colchón. 

Lo miré un poco asustada por sí se había hecho daño, pero, en cuanto nuestras miradas se cruzaron otra vez, los dos rompimos a reír. .-He perdido la concentración-. dije explicándome .-Ya lo veo ya-. me contestó, burlón. .-Hágamos una cosa-. propuso levántandose de un salto, mientras yo cruzaba las piernas a lo indio y lo miraba con curiosidad. Extendió las manos hacia cada una de las velas, que a una orden suya acudieron al centro de la habitación, creando un círculo a su alrededor. Conforme alzaba las manos, las pequeñas velas se iban alzando en perfecta armonía, hasta quedar levitando por encima de su cabeza. La única tara de la telequinésis es que en cuanto las manos del mago dejan de apuntar al objeto que quiere manipular, pierde su control sobre él. Y ahí entraba yo. .-¿Crees que podrías mantener las velas a esta altura?-. preguntó. .-Por supuesto que sí-. me levanté del colchón, yendo hasta él y conjurando una pequeña corriente, que nos alborotó el pelo al pasar. Las velas quedaron suspendidas sobre ella, aunque se agitaban como si pequeñas olas las mecieran. Decidí darle un toquecito final a aquella decoración, formando círculos en el aire con dos de mis dedos, hasta que la corriente me obedeció y las velas comenzaron a girar muy lentamente. Nos quedamos callados unos instantes, con los ojos fijos en nuestra pequeña obra, que iluminaba la estancia con una luz cambiante que arrancaba sombras danzarinas de cada rincón. .-Somos un buen equipo, pelirroja-. .-Lo somos rubiales-. confirmé mirándole.

Después de aquello, no tengo que muy claro que fue lo que nos pasó, pero nos arrojamos el uno sobre el otro, como atrapados en la emoción y el frenesí de un artista que acaba de terminar su obra. Nos tiramos en el colchón, besándonos con tanta ansia que podíamos habernos desgastado los labios, y despojándonos de la ropa tan rápido que ni siquiera me hubiera dado cuenta, si no hubiera sido por que el frío nos puso a los dos la carne de gallina. Nos escondimos bajo las mantas, riendo y buscando la piel y los labios del otro. Allí, parecía que estábamos protegidos, parecía que hubiéramos creado un universo donde solo estuviéramos los dos. Nuestros cuerpos tomaron el control, alejando a nuestras mentes saturadas de malas vibraciones, centrándose solamente en sentir. Aquella vez fue diferente, mágica en el sentido en que lo dicen aquellos que no poseen poder. Fuimos mucho más lento, explorando cada recoveco de nuestros cuerpos, y de alguna manera descubrimos cada punto sensible del otro, utilizándolo a nuestro favor. Parecíamos uno solo, nos movíamos como uno solo, sabíamos lo que el otro quería antes incluso de que lo dijera. La habitación se llenó de los quejidos de la madera y los muelles, del suave sonido de las pieles rozándose, de las sábanas crujiendo, de suspiros y gemidos, del chasquido de los besos.  

Estuvimos así, enredados hasta que nuestros cuerpos dijeron "basta", y nos quedamos tirados el uno sobre el otro, inmóviles salvo por las respiraciones aceleradas, que tardaron en recuperar su ritmo normal.

Academia MiolnirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora