Un experimento fallido y un plan genial

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Subí cansinamente las escaleras que llevaban hasta mi habitación, me desanimaba bastante la perspectiva de encerrarme en mi cuarto durante tres largas horas, hasta que la cita con mis amigas me librara de practicar con el maldito elemento del fuego. -Como envidió a los que tienen el don de la piroquinesis...-pensé mientras me dejaba caer sobre la cama. Alcé mi mano derecha, contemplando el anillo de diamante que en ella relucía. Con el poder que encerraba aquella nívea piedra, podría prescindir de todos los demás amuletos. Pero los Magistri me habían recomendado no usarla hasta que dominara a la perfección la canalización de la energía de las piedras. Como el torrente energético que la piedra era capaz de liberar era enorme, y este debía atravesar mi cuerpo para que yo pudiera usarlo, temían que no supiera controlar tanto poder y que aquello me causara problemas. Yo había decidido seguir sus consejos después de informarme en la biblioteca acerca de los efectos secundarios que ese enorme torrente energético podría dejar en mi cuerpo si la cosa se torcía.

Con un resoplido de resignación, me incorporé en la cama y me dirigí de nuevo hacia mi escritorio. Cerré el libro, ya era suficiente teoría del fuego por hoy. Encendí la vela con la que solía practicar, una vela bastante más grande que la que había usado en la tienda de Elain, pero que no exigía la misma energía que una hoguera para ser controlada. Por si acaso, coloqué también un vaso de agua sobre la mesa, para tenerlo cerca en caso de que necesitara recurrir él, cosa que normalmente siempre tenía que acabar haciendo. Antes de intentar nada con la vela, alcé la mirada hacia el techo, donde un círculo carbonizado de unos 15 centímetros me recordó las muchas veces que durante ese curso casi había quemado mi habitación. Cerré con fuerza los ojos, dando una gran bocanada de aire que hago entrar lentamente en mis pulmones, y salir de la misma manera. Después de eso, fijé mi vista en la llama que parpadeaba en el medio de la vela, como provocándome con su luz y sus movimientos. Dirigí la palma de mi mano hacia ella, sujetando la piedra de sol con la otra, y canalizando la energía de esta para poder avivar la llama sin que esta se descontrolase. Cerré los ojos, dispuesta a hacerlo.

- Y entonces, ¡boom! Debí utilizar demasiada energía y la llama subió hasta el techo y me quemó las cortinas. Menos mal que tenía el vaso de agua y pude evitar que se extendiera por toda la habitación-. Tres horas después de mi muy fallido intento de avivar una llama, 4 pares de ojos me miraban entre divertidos y asustados. Nos encontrábamos en la habitación de Frankie, otra de mis cuatro mejores amigas, una chica de 17 años y alumna de tierra cuyo don era la intangibilidad. Ella era como yo, al principio tímida y reservada, pero si te ganabas su confianza era una explosión de alegría y bromas. Las otras 3 eran Maddie, una rebelde empath, también de 17 años, que estaba en el nivel del aire y que fue a quien yo conocí primero. Mo, quien en verdad se llamaba Malorie, que era la persona más adorable que jamás he conocido. Mo era una banshee que no acudía a la academia, sino que regentaba una pastelería junto a su hermano, donde vendían postres casi tan dulces como ella. Y por último, Ele. - Madre mía Sel, me va a empezar a dar miedo estar cerca de tu cuarto- comentó Frankie con socarronería, comentario que le granjeó un buen golpe de cojín en toda la cara. - Cuando lleguéis al nivel del fuego, la entenderéis-.   .-La electricidad es aún peor, pero ya sabéis el esfuerzo que me costó a mi cambiar la dichosa llama de la túnica por el rayo-. Ese comentario no podía ser de otra que de Ele, la única que estaba en el nivel de la electricidad. En ese momento, estaba trenzándole el cabello a Mo, quién a su vez se estaba comiendo una de sus exquisitas magdalenas de chocolate rellenas de frambuesas. Esas magdalenas eran la estrella de la pastelería. Me tiré en la cama de Frankie, junto a Maddie, escuchando la conversación de mis amigas.

Como siempre, estábamos hablando de chicos, y esta vez tocaba ponerse al día de lo que ocurría entre Mads y LeClaire. Sí, mi amiga era rebelde hasta para eso. Pese a todas las normas del Aquelarre que prohibían las relaciones entre profesores y alumnos, Maddie se había enamorado de uno, y parecía que el también, pero LeClaire era demasiado precavido para hacer nada con ella. Todas nos giramos a escuchar lo que la empath nos tenía que contar. Era curioso, normalmente cuando estábamos todas juntas los decibelios de la habitación estaban a un nivel que molestaba a cualquiera, pero sin embargo podíamos estar mucho tiempo sin decir ni una palabra cuando una de nosotras contaba algo interesante. -Bueno, ya sabéis que tuve el otro día una tutoría con él... Estuvimos casi dos horas hablando -se mordió el labio al decir eso, un gesto que siempre hacía cuando se ponías nerviosa, al igual que yo. - Y...a ver, no os emocionéis demasiado, ¿eh? Pero me dio a entender que si no fuese mi profesor...- hizo una pausa dramática, que a nosotras nos puso a todas los pelos de punta. -Me habría besado hace mucho tiempo- un gritito emocionado surgió al unísono de las gargantas de sus espectadoras, y las tres que escuchaban desde el suelo se echaron sobre cama de Frankie, bueno, más concretamente sobre Maddie. Desde ese momento hasta la hora de la cena, tres cuartos de hora después, las 5 estuvimos intentando dar con la manera de engañar a LeClaire y llevarlo a la ciudad, lejos de las miradas del Aquelarre, y hacer que se encontrara de manera "casual" con Maddie.

Cuando el reloj de cuco de Frankie nos avisó de que ya era la hora de bajar al comedor, las 5 salimos de la habitación, bajando por las escaleras que conducían a este, con el plan ya perfilado, aunque faltaban algunos detalles. Éramos un grupo curioso, cada una con una túnica, o sin ella, distinta, una personalidad distinta y un don distinto, pero una enorme amistad en común.

Pese a que Mo no era alumna de la Academia, los maestros hacían la vista gorda con ella y no era raro que se quedara a cenar con nostras. Su casa, situada encima de la pastelería, no estaba en el complejo del Aquelarre, pero se encontraba a apenas 5 minutos caminando. Tardamos mucho en cenar aquella noche, porque mientras comíamos discutíamos los últimos detalles del plan para juntar a Maddie y a LeClaire y que llevaríamos a cabo en dos días. Elektra, que había sido la primera de las 5 en llegar a la Academia, era la que mejor se llevaba con él, y además ella le había contado todo su pasado y como este la atormentaba, de manera que el Magister no pondría muchos problemas para irse a tomar un café con ella, y charlar sobre eso. Cuando ambos se sentarán en una mesa y una vez que hubieran ordenado lo que querían, Elektra tenía que irse al lavabo, y en ese momento entraría Maddie. Ele saldría por la ventana del baño, convertida en un pajarillo y así los dos enamorados estarían juntos. Era perfecto, si nos organizábamos bien, nada podía fallar.

Una vez acabamos la cena, salimos del comedor y acompañamos a Mo hasta la puerta principal de la Academia, un enorme portón de madera, reforzado con barras de hierro y que solo podía ser abierto por la noche por un guardián. Aquella noche, quien estaba de guardia era Steph. Steph era un chico de 20 años, que estaba en el mismo nivel que yo, pero a un paso de superar la prueba de nivel y acceder al de electricidad. Era un chico alto, rubio con ojos dorados y una sonrisa socarrona siempre sobre los labios. Llevaba un piercing en la nariz y una serie de símbolos, algunos célticos y otros orientales, tatuados en los brazos, lo que le daba un aspecto de chico malo, aunque he de reconocer que bastante sexy. Pese a estar en el mismo curso que yo, apenas habíamos cruzado palabra, de modo que lo poco que sabía de él se resumía en que su don era la telequinesis, que era americano y que era el...típico chico divertido, simpático y popular que tiene el ego en la estratosfera, por lo menos. Nos recibió con una burlona reverencia, abriendo la puerta para que Mo saliera y riéndose sin pudor al ver como todas dejábamos en la mejilla de la banshee un beso de despedida. Mis amigas lo ignoraron, pero yo le dirigí una mirada cargada de odio que se chocó con la suya, cargada de diversión.

Recorrimos los pasillos que llevaban desde la puerta hasta las escaleras que conducían al ala de los dormitorios y, como ya habían dado el toque de queda, nos dirigimos en silencio hacia nuestros cuartos, antes de que apareciera algún guardián y nos echara la bronca.

Los dormitorios estaban organizados por niveles, teniendo cada nivel un segmento del enorme pasillo y siendo los primeros para alumnos del nivel de agua y los últimos para los de electricidad. Conforme cada una de nosotras alcanzaba su dormitorio, le dábamos las buenas noches entre susurros y seguíamos caminando hasta llegar al nuestro. Como siempre, Ele y yo éramos las últimas, así que cuando llegué hasta la puerta roja de mi dormitorio, le di un beso a mi amiga y me colé dentro de la habitación. Encendí la luz solo para quitarme la pesada túnica escarlata y cambiarla por mi cómodo pijama, y me metí entre las frescas sábanas de mi cama. Me disponía a apagar la luz, pero antes lancé una mirada de reojo al horario de mis clases. -Genial, mañana a primera hora tengo práctica con las figuras del fuego- tras ese último pensamiento, me quedé dormida.


Academia MiolnirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora