Kapitel dreiundvierzig

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—Corre, se la llevará lejos en su auto.

La adrenalina activó mis sentidos manejándome a su gusto. Sabía que no era el final. Alguien avisó a Kähler del escape y sabía que yo estaba detrás de todo. Llegué a la verja la cual inmediatamente chilló agudamente. La volvieron a activar.

Vi a Zarek palidecer. Nos separaba una cerca eléctrica de la cual dependía mi libertad. Inmediatamente los que estaban fuera cavaron con ayuda de palas y sus manos haciendo el hoyo más grande.

—Mi madre. Kähler se la lleva en su auto.

Dos americanos corrieron fuera de mi vista. Supuse que los demás judíos ya estaban lo suficientemente lejos para no ser alcanzados. A quien no veía era a Helena.

— ¡Mara!, corre.

Volteé a ver a Helena quien con el rostro sucio y sudoso trataba de alcanzarme mientras era perseguida por un gran perro y dos alemanes quienes disparaban con la puntería fina. Me apresuré en deslizarme por aquel hoyo. Con sumo cuidado, logré salir sin morir en el acto. Abracé a mi esposo quien lloraba de alegría y miedo.

Helena intentaba salir, pero algo la detuvo. Era Jerik quien la sujetaba del pie, inclinándolo lo suficiente para rozar con la cerca y matarla electrocutada. Mientras jalaba del brazo de mi amiga, rogando por no perderla, dos balazos seguidos hicieron de su libertad una realidad.

Sabíamos bien que se desataría una batalla campal. Los disparos se oían incluso al ritmo de mi corazón. Gritos y lamentos provenían desde el campo.

— ¡Vamos, Mara!

Helena me tomó de la mano mientras corríamos entre disparos. Nuestro objetivo era encontrar el auto de Adler. Zarek y Kai salieron rozados por balas, pero eso no les impidió continuar con la persecución. Aquella guerrilla no terminaba ahí.

A varios metros alejados del campo, nos esperaba un auto en el cual nos acomodamos como pudimos. El camino no contaba con paralelas por lo que no sería difícil seguir a la sabandija que secuestraba a mi madre.

— ¡Es ese!— anuncié con un hilo de alegría en las palabras.

Uno de los americanos sacó su revolver disparando desde la ventana del copiloto. Adler no iba solo pues sus acompañantes también disparan en nuestra dirección

—Dispárale en la llanta, Travis.— exigió furioso su compañero.— No seas imbécil.

Travis recibió la orden y le atinó a la llanta la cual no tardó en desinflarse. Adler salió del auto disparando mientras que los nuestros respondían con una metralleta.

Helena y yo salimos del auto en busca de mi madre. Ella yacía inconsciente en el asiento trasero del auto. Abrimos la puerta y entre ambas levantamos su frágil peso colocándolo en el polvoroso terrenal del camino.

—Mama, vamos. Somos libres. Abre los ojos.

Mi madre no respondía a mis incesantes llamados, estaba como dormida en un profundo sueño. Helena roció agua sobre sus labios, los saboreó. Ella estaba deshidratada y muriendo de hambre.

Zarek abrió la puerta del auto donde acomodaríamos a mi madre. Ella entendió mis palabras y luego de unos minutos, me abrazó débilmente sosteniéndose de mi cuerpo para caminar.

Solo bastaron dos segundos para el sordo sonido de una bala rompiera el inquietante silencio de la noche y con él, mis esperanzas de continuar una vida al lado de mi madre.

— ¡MAMÁ!

Tanto Helena como yo nos arrodillamos para atenderla, pero no había nada que hacer. Ella estaba muerta.

Mi inconsolable llanto obligó a Zarek a perforar el cuerpo de Adler. Fue aquel maldito quien mató a mi madre queriendo terminar conmigo.

— ¡Corran, el auto tiene dinamita!

Zarek me tomó de la mano arrastrándome lejos de mi madre en medio de protestas, llantos y golpes.

Lo último que vi fueron personas corriendo en medio del bosque mientras un gran estallido nos tumbaba al pasto seco.

Sentí sus manos buscar las mías, cuando las unimos supimos que habíamos vencido.

—Todo va a estar bien— susurré en un hilo de voz.



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