Chapter twenty four

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No había cuando acabara la maldita guerra. Cada mañana oía en la radio de la oficina los avances que informaban las fuerzas militares y Roosevelt. Los Aliados vencerían sin dudar. Solo podía pensar en mamá y lo mucho que sufría estando sola, quien sabe si ahora apoyaba el asesinato anti semitista. Es difícil creer que una hija de familia nazi no apoye el partido y no sea severamente castigada o enviada a servir a su nación. Mi situación era afortunada, hasta ahora lo es. Era cuestión de fingir por miedo, aparentar respetar al gobernador y saludar en su nombre para no ser condenada; lo hacía por mi vida y felicidad con Max. Cuando Adler asistía a sus primeras reuniones nazis, ordenó que colgáramos en la pared del vestíbulo una gran bandera roja con la esvástica al centro. Próximamente nuestro hogar se convirtió en una auténtica morada de raza aria, para entonces a Kähler no le importaba que mi madre y yo tuviésemos el cabello más oscuro que el de él y Franz, era lo de menos pues todo tiene solución en la vida. Una tarde, mamá me llevó al salón donde nos aclararon el cabello a ambas con extraños productos.

Agradezco a Adler por dejarme usar vestidos diferentes a los que llevaban las chicas alemanas, también por no alistarme en las tropas del RAD pues sabía que soy una mujer que no nació para un entrenamiento militar. Mi opción no fueron las fábricas sustituyendo hombres, la supuesta hija de un gran general nazi no podría ocupar un puesto como aquel. Decidí servir a mi patria informando en los diarios, pero me ofrecí a escribir pequeños cuentos que llegaban con el diario una vez al mes. No funcionó pues el Fϋhrer no estuvo a gusto cuando descubrió tal fechoría, los niños debían de aprender a ser un verdadero alemán quienes serían la semilla de una nueva raza que dominaría el mundo.

Recuerdo las fiestas que ofrecían los grandes personajes de la SS, Adler nos llevó a unas cuantas pues quería que Franz escogiera novia, claramente debía cumplir con las condiciones de una mujer que le daría vida a un miembro de la nueva raza dominante. Daba gracias que no tuviera que preocuparse por mi lado; aceptaba a Max porque su hermano fue un oficial asesinado por un grupo de gitanos. ¡Claro! Después de las serias conversaciones que Adler entablaba con Max a cerca de vengar a su hermano fallecido , él se esmeró más en alistarse y dejar sus estudios de lado. Pues en el cuarenta y cuatro Alemania ya necesitaba de todos sus varones en los frentes sabiendo que si perdían lo harían con honor.

Me pregunto aún la razón por la cual Lena aún seguía sirviendo en mi antiguo hogar para Navidad. Escuchaba que los SS llevaban a las judías más bellas a trabajar a sus casas como sirvientas, las usaban un par de noches y luego eran asesinadas a sangre fría. Adler insistió en que Franz tuviese una en su nueva casa, era necesario pues él nunca tomó una escoba. Esperaba que el repugnante ser con quien vivía no abusara de ella en los descuidos de mi madre, pero analizando mis pensamientos era casi imposible que él no se hubiese sobrepasado con la inocente Lena.

Fue duro descubrir después de un par de años lo que realmente pasaba con aquellos "malditos" judíos. Toda la familia, al menos mamá y yo, estábamos convencidas que llevaban a los judíos activos políticamente a los guettos para cumplir con la condena impuesta por traición a la patria en la Gran Guerra de 1914. En ese entonces, los judíos pintaban de personas despreciables por haber faltado al compromiso con la patria, pero el abuso que se les impartía fue tan increíble que la fantasía de imaginarlos en campos de trabajo y armonía era más satisfactoria.

En 1939 cuando tenía 13 años, mi madre prohibió que invitara a mi nueva amiga Anna a jugar a casa. No entendía por qué. Ella era hija de un empresario exportador de finas telas orientales, incluso me regalaba retazos para hacer ropa de muñecas. Años más tarde vimos como los soldados arrastraban a su familia completa con maletas. Solo le grité "adiós" antes que un par de los uniformados se acercaran hasta mí a paso firme y el rostro hecho furia.

—No hables con judíos. ¿También lo eres?— intuyó levantando una ceja.

Negué.

Pasó sus dedos entre mis rizos sueltos, inmediatamente aparté su mano. Me gané una bofetada haciéndome tropezar contra una fachada. Una mujer gritó desde entro de los pequeños camiones donde embarcaban a los semitistas. Uno de los nazis disparó al cielo gris dos veces y el silencio se apoderó del ambiente. Me eché a andar hacia casa. Mamá preparó un saco de hielo para la hinchazón de mi mejilla y Adler solo dijo que me lo merecía por ser amiga de traicioneros.

A pesar de las sonrisas de los refugiados en el edificio, su mirada pintaba tristeza y desconsuelo. A veces me preguntaban sobre mi vida en el campo, pero me limitaba a decir que fue dura y aterradora. Si entraba en detalles, todas las fuerzas que me costaron reunir se irían al tacho en un dos por tres.

Una tarde regresando de laborar, encontré a Margot recostada contra la pared aledaña a la escalera del edificio; sollozaba. No quería oírla narrar su pasado, pero era mi deber como amiga. Zarek me oyó paciente cada que le contaba por lo que pasé.

Me acerqué. La rodeé con mis brazos, ella se sobresaltó, pero cedió al reconocer mi voz. Entramos a su apartamento pues sería mejor charlar privadamente.

—No puedo más, Mara. Los recuerdos arremeten contra mí cada noche.— sollozó— Debí haber perdonado a mis padres y ayudado a huir.

Ahora entendía la razón de su dolor.

—Margot, escúchame.— tomé su rostro entre mis manos— Ellos estén donde estén, seguramente te han perdonado. La guerra hace que te arrepientas de lo malo que hiciste haciéndote anhelar que te dé una oportunidad para remediar las cosas con los tuyos. Solo tienes que perdonarte tú.

— ¡Mara no puedo! Me involucré con un maldito nazi y ese monstro envió a mis padres a Sobibor.— lloró con más intensidad. Sus lágrimas quemaban en mi blusa.— Luego me entregó a mí por intentar huir de su casa donde me tenía escondida. Solo quería volverlos a ver.

Su confesión me heló la sangre, pero entendía su dolor. A la perfección, me atrevería a decir. Sus palabras remarcaban el doloroso tatuaje de mis recuerdos. Mis piernas temblaban sintiéndose como gelatina. Había descubierto la herida que llevaba ella en su alma, era permanente. El consuelo que podía brindarle no era suficiente, sabía que sus padres no podían estar vivos en un campo de exterminio.



N. de la A.

Hola a todos, este es el capítulo del martes. Espero gusten de él. Gracias a los lectores que se han unido hace poco; un honor. No suelo pedir más que voten si gustan, pero no estaría mal que comenten ;) Me gustaría saber qué opinan, sus dudas o simplemente leerlos. ¡Que tengan buen día! Se me olvidaba, casi llegamos a los 3k; gracias una vez más. ¿Gustarían de alguna actividad para celebrarlo? e.e

 Pdta: Creo que pronto crearé una página en Facebook con el fin de comentar sobre la historia, adjuntar datos que quieran conocer, entre otros. 

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