Chapter twenty three

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Samuel no despertaba del trance después de descubrir mi nombre. Él podía ser mi hermano. Le comenté la historia que narró mi madre y estaba dispuesto a averiguar sobre Aron Neuman, su padre.

No podía ocultarle a Zarek un tema tan serio como este, quien quedó igual de perplejo. De algún modo, llegar a Nueva York me dio esperanzas de hallar mi felicidad en medio de un conflicto bélico. Pero solamente encontraría mi plenitud cuando mi madre esté a mi lado, compartiendo el resto de sus días. Tenía mucho que contarle, reír, llorar y perderme en su mirada una vez más; oírla decir «Todo estará bien».

—Así que tuve celos de tu posible hermano— rió— ¿Tienen similitudes genéticas? Lunares, o algo que pueda dar certeza de su parentesco.

—No lo sé. No le he pedido que se desnude. — reí irónica.

—Basta Mara, no quiero enojarme contigo. — alegó con el ceño fruncido. —Su cabello también tiene rizos, pero sus ojos son oscuros y no tiene las maravillosas cejas que tienes tú— repasó el contorno de mis cejas con su dedo índice.

Me sonrojé. Era realmente una tonta. Cuando Zarek descongelaba su lado frío, concediéndome cumplidos, yo me sonrojaba y no sabía que decir. El corazón me latía en la boca, mis golondrinas aleteaban en mi pecho y mis labios cumplían involuntariamente con una sonrisa.

Zarek es el chico que quiero tener a mi lado hasta cuando los años besen mi cuerpo, mi cabello torne color plata y me llegue la hora de la muerte. Odio las comparaciones, pero es inevitable notar la diferencia entre mi primer amor y el chico de quien me enamoré en un barco. Adoro la forma en la que se preocupa por mí y sus inmensas ganas de salir adelante a mi lado. Puede llegar a rozar el perfil de un manipulador cuando se lo propone, pero sabe que conmigo eso no va; actitud que trajo consigo un par de peleas en el bar del señor Collins, miradas fulminantes a mi jefe y sin duda a Samuel.

Aquella noche, nos reunimos en el apartamento de Margot y Helena. Al principio, Zarek no estuvo de acuerdo pues quería pasear por las calles de la ciudad; hacía mucho que no nos dábamos el lujo de pasear como una pareja normal. Lo postergamos para un día que se avecinaba, quedaría mejor.

Cuando llegamos, Helena y Samuel conversaban animadamente en el sillón, mientras Margot se encargaba de la cena con el apoyo de dos desconocidos.

— ¡Hey, son Mara y Zackary!— anunció Samuel.

—Zarek—corrigió entre gruñidos por lo bajo.

Nos saludamos con un abrazo más fraternal. Habíamos decidido que si no existía parentesco entre nosotros, el apellido era suficiente para tratarnos como familia. Sam se mostró totalmente simpático y divertido con nosotros, bastó para ganarse mi aprecio.

Zarek se unió a la conversación en el sillón y yo fui a la cocina a ayudar a Margot. Ella siempre se encargaba de la comida puesto que Helena huía del arte culinario, no era su don como ella decía.

—Me alegra verte, Mara.

— ¿Y ellos?— pregunté acerca de los jóvenes presentes.

—Son Sarah y Josué. — ellos miraron tímidos. Eran prácticamente niños. Sarah tenía catorce años y Josué trece. — Son nuestros nuevos alojados.

— ¿Cómo pasó eso?— pregunté curiosa.

Supe que huyeron, pero era un poco increíble que dos niños sobrevivieran sin más a lo trágico de un escape. Además perdieron a su familia —los fusilaron en el gueto— antes de embarcarse en el tren hacia Treblinka. En la mesa, Margot y Helena nos explicaron la historia de estos pequeños. Sus padres hermanos mayores murieron infectados de tifus en un barco rumbo a Canadá y ellos quedaron a la deriva. Fueron recogidos por un oficial quien le comentó a Helena la desdicha que sufrían los pequeños. Así que decidieron traerlos a vivir consigo. Necesitarían de cuidados como los de ellas, con cariño y paciencia; aunque la paciencia no fuese una cualidad destacable en Helena.
Por mi mente pasaron las trágicas imágenes que presencié en Bergen—Belsen. Niños. Habían niños sufriendo hambre, frío y maltratos; sin más, destinados a ser acabados con ZYKLON B en las cámaras de gas. Estábamos los jodidamente afortunados de continuar una vida lejos de la desgracia, pero siempre cerca del recuerdo que nos perseguirá hasta nuestra muerte. En forma de agradecimiento con la vida debíamos hacer algo y sabía qué.

—Al puerto llegan barcos con judíos que han escapado— comenta Zarek.

—Deberíamos darles alojo— confesé mí idea.

Todos callaron. Sabía que era una idea difícil de cumplir, pero no imposible.

—Mara, apenas tenemos para comer. — Zarek tenía razón.

—Algo podemos hacer. — Apoyó Margot. — Cuando llegamos alguien nos ayudó, el señor Collins y sus vecinos. Creo que no habría gesto más gratificante que repetir su solidaridad con los que necesitan nuestra ayuda.

— ¡Por favor, Margot piensa lo que dices! No todo es amor y felicidad al huir de Europa. No ganamos lo suficiente para darle de comer a más. — dijo Helena.

—La idea no es mala— Samuel posó su mano en mi hombro mostrando su apoyo. — Es gesto de solidaridad. Tal vez puedan darles un refugio condicional. La situación no es buena en el país, la guerra cuesta mucho dinero, pero pueden conseguir trabajos una vez llegados. La condición sería mantenerlos a salvo una semana y luego busquen donde alojarse, como muestra de agradecimiento podrían donar algún alimento para los que llegan después.

La idea fue sembrada desde entonces. Como caídos del cielo, los días siguientes llegaron personas buscando donde refugiarse. Siempre iban al bar del señor Collins por algo de beber, incluso heridos. Ahí era donde les informaban de nuestro plan y sus reglas. El dueño del edificio donde nos instalamos accedió a ceder un apartamento para los recién llegados por unos días. Las personas, ya que no tenían mejor opción, aceptaban.

Me desgarraba el alma oírlos narrar sus vivencias. Sentía su dolor a flor de piel. No podía apartar el presentimiento de ver sufrir a mi madre. Alemania iba cuesta abajo y ella seguía sujeta a la realidad que la podía hacer estallar en mil pedazos.


N. de la A.

Un capítulo más por la tardanza. No olviden votar en ambos capítulos. Les agradezco por compartit su tiempo con la lectura de la presente novela, eternamente gracias. ¡Que tengan buen día!

                                                                                                                                                                                           N.A.N.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora