Chapter Thirty three

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Suspendida a causa de negligencia médica. Por cierto lado, acabada. Solicitar un puesto en la fábrica de perfumes no sería lo más apropiado pues vería a Helena todo el día y resultaría agobiante a fin de cuentas. Reconfortante también pues no tendría que andar viéndole la cara a mi esposo todo el día y sobre todo a sus asistentas tan cordiales. Si La ley permitía que consiguiese un puesto de trabajo en el que la vida de mi prójimo no penda de un hilo a causa de mis negligencias, quiero decir brutalidades, Zarek y yo tendríamos el espacio suficiente para extrañarnos y darnos el tiempo que merecemos como pareja. Perfecto.

Con las ideas enredadas en un tremendo artilugio, anduve hasta el bar del señor Collins donde me reuniría con mi joven esposo después de una laboriosa jornada en su día de descanso. Sonaba bien en mi mente y de mi voz referirme a Zarek Friedmann como mi esposo, realmente un orgullo. Un nudo en las arterias y parálisis momentánea.

A pocos metros antes del bar, el cielo derramó lágrimas humedeciendo la arena. Troté hasta mi destino con los brazos abrazando mi torso. El camino entablado no era la mejor opción para andar con calzado de taco, por lo que se atoró y la intensidad de la lluvia de marzo se vio feliz al empaparme por completo. Decidí por abandonar el zapato, mojar mis medias de nylon y forcejear manualmente hasta lograr desatorarlo; cuando al quinto intento logré liberarlo, la fuerza de repulsión me empujó contra el entablado cayendo sobre mis nalgas. Sin duda, el día más hermoso de mi vida; genial. Abrí las puertas vaivén y no creí lo que mis ojos veían. Como dicen, los problemas vienen de a tres.

— ¡Mara!— saludó un hombre a quien conocía perfectamente.

Fue de esos momentos en los que no sabes si cubrirte la cara y negar quién eres o lanzarte al diluvio donde probablemente recibas el duchazo de tu vida, y no contenta con ello, enlodada y moreteada hasta el meñique.

Otro, quien estaba de espaldas a él también se volteó.

—No pensé que volvería a verte.

Podría describir mi estado como pasmada, paralizada, emocionada; todo al mismo tiempo.

Ellos se acercaron hasta mí. Acto reflejo, retrocedí chocando con algo muy blando para ser una pared. Inhalé y reconocí su aroma. De pronto me sentía protegida, hasta oía el coro de ángeles como fondo musical.

— ¿Todo bien, querida? —exclamó lo suficientemente audible para aquellos hombres frente a nosotros.

Asentí.

— ¿Quién carajos es ese, Mara? — preguntó Max Heinz.

Su mirada celosa era la misma. No me había olvidado; yo a él sí. Mi silencio habló por sí solo, las lágrimas de Max quebraron mi alma. No había vuelta atrás. Max se secó los nacientes chorros de agua de sus ojos e inhaló recobrando compostura y firmeza que lo caracterizaban.

Ni Kai ni Max traían puestos sus uniformes militares. Vestían ropas andrajosas y sucias. Era evidente que su travesía por América no fue nada sencilla.

No me di cuenta en qué momento Zarek sacaba pecho y se acercaba desafiante ante Max, quien respondió de la misma manera.

—Ese— recalcó de la misma manera que lo hizo Max— Es su esposo.

Sorprendidos ante el anuncio afirmante de Zarek, pude notar decepción en sus miradas.

—Te casaste— cerró la boca tan solo notándose una línea tensa como si contuviese las palabras.

—Sí— mi respuesta inescrupulosa lo hizo bufar— ¿Esperabas que te siga amando después de lo que me hiciste?

Sollocé. Una vez más mis lágrimas salieron a flote.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora