Chapter twenty five

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Febrero de 1945. Nuevos llegados, náufragos. Me acerqué hasta el bar del señor Collins a ayudar con la instalación de los nuevos. A decir verdad, nuestro plan de solidaridad funcionaba a pesar de los pequeños inconvenientes. Se quedaban dos semanas en el edificio y luego buscaban oportunidades en otras ciudades.

A pesar de llevar la gabardina, el frío se colaba hasta los huesos. Sin embargo, el crudo invierno neoyorquino no se comparaba a la helada que se vivía en Berlín. Armada de valor, caminaba por los alrededores del bar; ya me había acostumbrado a simplemente ver pesadores quienes saludaban cortésmente, pero esta vez un hombre de meditabundo andar deambulaba con cigarrillo en mano. Sin persistir en la curiosidad, empujé la puerta del bar.

— ¿Sibylle?

Mi madre. Nombraron a mi madre. Inmediatamente busqué con la mirada iluminada algún rastro de ella. No encontré más que a un hombre vestido con traje y sombrero mientras sostenía un puro entre los dedos.

El hombre se acercó hasta mí. Tensé los hombros.

—Imposible. Disculpe señorita. Solo que se parece a una persona que conocí.

— ¿Sibylle?

—Sí. Pero ella debe tener muchos años más que usted. Lo siento.

Se dio media vuelta y siguió andando fuera del bar.

—Espere.— él se volvió mirándome atento— ¿De dónde es usted?

Regresó hasta mí sonriendo como si recordara algo.

—Múnich. ¿Y usted? No es de Nueva York ¿o sí?

—Nein.

Podía ser él. Es él. No sabía cómo explicarle que una corazonada me decía que era mi padre. Bendita la hora en la este hombre vino a parar a este lugar.

—Berlín. Sé que usted habla de Sibylle Kähler. No hay duda.

Sus ojos se iluminaron. Zarek se acercó hasta mí posicionando sus manos en mis hombros, de pie detrás de mí brindándome protección.

—¿Qué sabes de ella?— preguntó con ansia en la mirada.

Suspiré al evocar su recuerdo. Su sonrisa, sus lágrimas el último día que la vi.

—Que aún lo ama con todo el músculo vital, y que soy su hija.

Su semblante de asombro fue la afirmación que confirmaba la sospecha.

—Señor, ¿se encuentra bien?— preguntó Zarek acercándose al percatarse de su palidez.

Lo ayudamos a caminar hasta el bar, ocupó una silla de la barra mientras miraba al suelo preocupado. Le llevé un vaso de agua. Parecía como si su mente viajara años atrás, recordando.

Necesité controlarme, inhalar bocanadas de aire helado. Igual servía. Prudencia. Mataría al hombre sin saber qué vínculo tenía con mi madre.

—Dígame. ¿Usted puede ser mi padre?— expuse casi afirmando.

El hombre se sacó el sombrero, dejó el puro en un cenicero y volvió a beber agua. Su lentitud acabaría con mi poca paciencia.

—Entonces los sabes.

¿Estaba afirmando o solo era una pista de la respuesta?

—Señor Aaron Neuman, es una larga historia. Solo adelantaré que sé que usted es mi padre y de cierta manera por eso estoy aquí.

Suspiró.

— ¿Y tu hermano?

—Se convirtió en un despreciable nazi.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora