Kapitel sechs

2K 172 18
                                    

El domingo, a la hora del almuerzo llegó papá acompañado de Franz y dos uniformados. Permitió que ayudara a Lena a servir la comida, eran muchos y todos con ganas de satisfacer el hambre de inmediato. En pocos minutos todos sentados en la mesa disfrutábamos de la receta que propuso mamá.

–Señora Kähler, eligió un excelente platillo. El mejor Kasseler que he probado.- halagó Jerik Kraus.

–Gracias, teniente.- respondió mamá con la sonrisa desanimada.

Desde la vez en que papá y ella discutieron, su ánimo no fue el mismo. Era como si se perdiera en sus pensamientos. En las noches la oía sollozar recostada en la barandilla del balcón. No respondía cuando preguntaba qué sucedía. No me atrevía a preguntarle a mi hermano, pues nuestra relación no fue óptima desde que se unió al partido.

–Señorita Kähler, ¿usted cocina?- preguntó el mismo hombre

–Sí. A veces.

–Me gustaría probar de sus platillos.

No adulaciones. El teniente Jerik Kraus, era totalmente desconocido para mí. No era amigo de mi hermano. En cambio, Kai Stenberg, también presente, era un conocido de muchos años; también asistió a la universidad con Franz. Siempre lo consideré un buen chico hasta que fue infectado con el pensamiento hitleriano y mis expectativas positivas hacia su persona decayeron.

–Perfecto. Cuando mi novio regrese, yo misma lo invitaré a cenar con nosotros.- respondí orgullosa de haberlo dejado sin palabras.

–Tal vez sea pronto, hija. Arreglaré algunos asuntos para que Max sea trasladado a Bergen- Belsen y puedan estar juntos. Es un campo cerca.

La mirada se me iluminó por arte de magia. Tener a Max cerca era la mejor noticia de la guerra. Mi padre era experto en mover las fichas a su favor aun no estando oficialmente a cargo de Bergen- Belsen. Sin embargo, era buen amigo de Krammer, encargado del campo. Kai sonrió ante mi entusiasmo.

Seguimos disfrutando del almuerzo hasta que Franz inyecto desgracia al asunto. Me daba rabia oír las conversaciones sobre el conflicto bélico desatado en Europa y el Pacífico norte. Cuanto mayor era la cifra de asesinatos judíos, mayor era su alegría. No soy judía, pero sí humana; me duele oír sus felicitaciones ante la muerte de personas. Las conversaciones se tornaban cada vez más detalladas: cámaras de gas, experimentos con niños, trabajos forzados, fusilamientos, fosas comunes.

Ajenas a esto, mi madre y yo éramos cómplices de una manera u otra. Ninguna de nuestras amistades sabía lo que sucedía dentro de los campos, si recibían información era de forma superficial. En casa, el Obersturmbannführer dio luz verde a que se expusiera ese tema en presencia de nosotras.

Mamá había dejado de comer, con la cabeza gacha se adentró en sus pensamientos. Era mujer al igual que yo, más susceptibles a este tipo de conversaciones ¿Quién no? Solo los enfermos despiadados celebraban asesinatos como si fuesen grandes competencias.

–Señorita Kahler, ¿usted no pensó unirse a la BDM?- Preguntó Kraus

–Ya es tarde. Tengo veinte años.- respondí.

–Nunca la obligamos a internarse en el programa. Además arreglé asuntos para que siguiera con sus estudios. Mara encaja más detrás de un libro.- comentó mi padre.

Todos rieron suavemente. Lo que decía era verdad.

–Las mujeres no deberían habitar Berlín. Está prácticamente destruida. Fue buena idea que su familia se trasladara a Hamburgo, Obersturmbannführer. – comentó Kai.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora