Kapitel einundvierzig

847 90 9
                                    

Para ver a mamá había un precio el cual no estaba dispuesto a pagar, pero Francesca sí. El guardia que custodiaba la puerta de la habitación donde se encontraba mi madre, era amante de la enfermera. El morbo del alemán iba más allá de mi vestido. A cambio de la "solidaridad" de Francesca, me pidió que ayudara a su sobrina a huir con nosotros. Francesca declararía mi muerte con ayuda de Petra, dirían que fui arrojada a la fosa y póstumamente incinerada. Sabía que Adler no creería la declaración del todo, pero ganaría tiempo para huir.

Las puertas se abrieron y la vi después de tanto tiempo. Corrí a abrazarla. Su débil y delgado cuerpo se perdía entre el mío. Besé sus mejillas una y otra vez, acaricié su quebrantado cabello el cual se quedaba enredado entre mis dedos. La vida se había llevado la esencia de aquella mujer delicada, pero con el alma tan potente como cientos de caballos.

—Mami, soy Mara. Mírame.

Su rostro pálido, los ojos hundidos y los labios secos. Abrió los ojos lentamente; me reconoció, trató de sonreír, pero sus labios se quebraron e instantáneamente la sangre coloreó sus labios. La volví a abrazar como nunca antes. Ahora sabía perfectamente que era perder una madre y tener la oportunidad de verla de nuevo.

—Gracias por todo, mamá. Vine por ti. Nos iremos muy lejos— sollocé— Conocí a un hombre maravilloso, lo amo tanto. Encontré a mi padre—sonreí entre lágrimas— Sé que aún te ama. Mamá te extrañé tanto, no imaginas cuánto. No te volveré a soltar.

—To... todo esta... estará bien, Ma...ra.

Volví a abrazar su frágil cuerpo. Era lo que había querido oír desde hacía mucho y por fin lo oía. Mis temores cesaron, las dudas, el remordimiento, todo sentimiento maligno que me aquejara, todo se fue. Fueron las palabras que me recobraron el espíritu. Esto acabaría para nosotras a cuesta de lo que fuese. Besé el cabello de mi madre y salí de la sucia celda.

Francesca trató de distraerme mientras contaba su historia con aquel guardián. Resulta que ella, una italiana nacida en Milán, fue reclutada por los nazis en una campaña en Italia, así conoció a quien ahora considera el amor de su vida. Ayudaba a judíos por petición de su sobrina a quien yo debía salvar, estaba en mis manos.

—Del amor no puedes huir, querida. Del amor no se huye ni en la guerra. — Sonrió sincera.—Vayas donde vayas lo que no podrás evitar ver o pensar es en el amor, por más anticuado y romántico que suene. Ya sabes, es patético al principio, pero terminas lanzándote al pozo completamente.

Sus palabras eran ciertas, pero aún no entendía si podía haber un poco de amor en el podrido corazón de Adler Kähler. Mató a su hijo y encerró a su esposa, por mí no hay de qué preocuparse pues yo no soy su hija y jamás lo seré.

Después de salir de aquella celda con la promesa de que volvería no volví a ver a Helena, pero oí un tiroteo en el patio central. Aquel tiroteo podría ser por mi causa, sabía que Adler no dejaría de buscarme. Incluso tenía ese maldito poder de intuición que le diría que yo seguía en el campo.

Mi cuerpo era tan flexible que cabía muy bien en un espacio debajo de la cajonera en la enfermería. Cada que pasaban las horas sentía el cuerpo adormecido al permanecer encogida en aquel gabetero. Cuando las luces se apagaran volvería por ella, mientras tanto permanecía fuera de la vista.

Oí pacientes entrar e irse un par de veces. Supe que Francesca salía cuando una voz autoritaria irrumpía en el silencio y luego volvía la calma.

A penas intentaba dormitar, la voz de otra mujer se unió a la de Francesca. Era Petra.

—El general ha sido envenenado. Es su oportunidad.

Mis sentidos se alertaron al cien por ciento. Las pequeñas puertas del estante se abrieron y la luz impactó directamente a mis ojos, cegándome momentáneamente. Ambas me ayudaron a salir mientras me tambaleaba, no sentía las piernas.

Una de ellas pasó un trapo húmedo sobre mi rostro, intentando despertarme. Aclaré la vista.

—Mara, escúchame. — Petra tomó mi rosto entre sus manos haciéndome fijar la mirada en ella.— Es tu oportunidad. Iremos por tu amiga y tu madre. El general no podrá despertar hasta mañana. Vendremos por ti. O alguien te avisará. Francesca o yo.

Salieron y apagaron la luz. Me escondí bajo una de las camillas en la esquina de la habitación. Me sentí realmente feliz, sabía que mi libertad llegaría antes y todo gracias a Helena. Le debía tanto...


Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora