Kapitel elf

1.7K 139 8
                                    

El plan estaba diseñado. No podía quedarme más tiempo, pues cualquier adulador de mi padre podía seguir a Kai hasta su casa y descubrir que me tenía escondida. Aquella mañana mamá me acompañaría hasta el puerto, viajaría hasta América o donde me llevara la embarcación. Thomas llevaría a mamá hasta la casa donde me hospedaba, luego regresaría al campo. Kai nos llevaría hasta el puerto. Mamá confesó haber leído la carta que dejé en mi habitación.

–Mara, ¿quieres que le entregue a Max la carta que le escribiste?

Negué. No podía. El vínculo que me unía a él ya no existía, no podía existir.

–No mamá. No puedo verlo con los ojos de antes. No fue su culpa, pero se me es imposible.

Llegamos al puerto muy temprano después de un largo recorrido de madrugada. La helada brisa impactaba en mi rostro con frescura. Salimos del auto el cual Kai aparcó lo suficientemente lejos para no ser descubierto, nunca se sabe que pueden hacer las personas por conseguir algo de dinero. Un delgado velo negro cubría mi magullado rostro de los curiosos. Tomé la pequeña maleta del asiento trasero del auto. Era hora.

–Gracias Kai. Sabes dónde estaré. Espero verte después de la guerra. Te quiero.

–No hay de qué, Mara. Lo mereces. Te quiero también- me abrazó fuertemente.

–Dale las gracias a Thomas una vez más. También a su amigo. Los quiero. Gracias eternas.

Me separé. Caminé junto a mi madre un largo tramo. Volteé a ver a Kai quien se despedía agitando la mano. Adiós Kai.

A lo lejos divisamos un joven quien caminaba al filo del entablado. Mi madre aceleró el paso hasta alcanzarlo.

–Buenos días, joven.

–Buenos días, damas ¿en qué puedo servirles?- dijo después de expulsar el humo de su cigarrillo.

–Busco a Kristof...

–Friedmann- completó el joven- Era mi padre. Falleció hace tres años.

–Lo lamento tanto- dijo mi madre con un hilo de voz- Fue un gran hombre.

–Lo asesinaron los nazis. Ayudó a huir a un judío.- mencionó

La sangre se me heló. No podía comprometer a este chico a salvarme y someterse a la muerte. El pánico se apoderó de mí. Sería imposible huir, llegamos tan lejos para nada. El silencio era incómodo, las manos me sudaban y el pulso acelerado palpitaba con fuerza.

– ¿un judío? – mamá prácticamente gritó, pero cubrió su boca. Sabía lo que pasaba por su mente, pensó que era Aron Neuman. – Imposible- repuso.

– ¿Quién es usted?- preguntó el joven algo impaciente y déspota.

–Una amiga de tu padre. Él ayudó a un buen amigo nuestro. Ahora necesito de tu ayuda.

Su vista se posó en mí un largo rato. Esquivé la mirada.

– ¿Desaparecerá a fräulein...?- preguntó asertivo dirigiéndose a mí

–Neumann- respondí instantáneamente.

–No hay barcos desde hace un tiempo por orden de nuestro queridísimo gobernante- sin duda la ironía adornaba sus palabras.

Estaba perdida. El Obersturmbannführer me encontraría y asesinaría a los que me ayudaron, incluyendo a mamá. No lo soportaría.

–Pero está de suerte, fräulein. –Repuso instantemente–Si desea irse de aquí, no será fácil. En minutos parte el barco que ven allá– señaló una embarcación metros más allá de donde estábamos– No necesita registro. Transportamos mercancía hasta México. Ya sabe, es poco posible que un barco alemán desembarque en costas estadounidenses.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora