Kapitel neun

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El maloliente de un cuerpo pudriéndose se coló en mis fosas provocándome náuseas. Abrí los ojos mientras me sentaba en una base incómoda, pero blanda por zonas. Ahogué mis gritos de horror y pánico. Me encontraba tirada entre muertos. Sus miradas perdidas, la carne carcomida y el particular hedor eran insoportables. La fosa común. Logré arrastrarme hasta el borde pues no era muy profunda. Temía haberme contagiado de tifus o alguna otra enfermedad. Las luces en el campo estaban apagadas. El cerco electrificado me advertía que huir no sería posible sin antes ser cocinada entre los alambres. Moriría a las afueras, en la nada; si cavaba y lograba escapar.

El áspero sonido de botas contra el suelo me puso la piel de gallina. No había salida. Imité la acción de los que me rodeaban; intenté mínimamente camuflarme más en la tierra lateral del hoyo. El cuerpo me dolía, sentía hematomas por todo lado. Seguramente mi rostro era irreconocible, pues apenas lograba movilizar mis párpados.

La persona que se acercaba lanzó un suave puntapié, tal vez certificando mi muerte. Contuve la respiración.

–Mara, ¿estás viva?– susurró.

No respondí. No confiaba en nadie. Podría ser Adler. No dudaba en lo absoluto de su capacidad de querer acabar con mi vida. Esperaba una bala viniendo de su revólver o quizás que me incinerara viva.

Arrastró mi cuerpo durante un tramo considerablemente largo. Aún no sabía de quién se trataba, me asustaba aún más. Se detuvo para luego acuclillarse y tocarme el rostro. Olfateé. El aroma aséptico y a fe me convencieron que se trataba de Kahler, reconocería su aroma a ojos cerrados; fueron tantas las veces que me senté en su regazo y jugué con sus gabardinas antes de colgarlas al ropero.

–Estoy viva.- comuniqué con dificultad e incluso temor.

–Gott sei Dank.- aquel hombre me abrazó, pero instantáneamente me soltó casi de golpe- Apestas a muerto. Tenemos que escapar. Al menos tú.

Sin decir más levantó mi cuerpo levemente lanzándolo no muy lejos. Me levantó en brazos sobre su pecho. No podía ver hasta dónde nos dirigíamos. Mis ojos estaban hinchados como para percatarme a donde me conducían entre la penumbra.

Un corto tiempo después, dejó mi cuerpo en el césped mientras oía abrirse la puerta de un auto. Me acostó en el suelo alfombrado de este.

–Mara, hoy estoy de guardia. Escóndete bajo el asiento. Nadie te verá. Estás tan golpeada que confundirán tu cuerpo con el de una chica muerta que tuvimos que golpear. Mañana te llevaré a mi casa. Tu madre prepara tu funeral. Soy Kai.

Tenía el cuerpo entumecido. Aun podía ver los ojos de los muertos mirándome fijamente, como si me pidieran piedad y clemencia por sus almas. Al menos me consolaba el saber que sus almas se libraban de tales aberraciones.

Gracias a Thomas y Kai, estaba viva. Odio a Adler Kähler, ahora más que nunca. Repudio llevar el apellido Kähler.

Ansiaba ver a mamá, abrazarla y oírla decir que todo estaría bien. Desde que tengo uso de memoria, ella me brindó la protección que no sentía por parte de Adler. Es imposible pensar en él como un padre después de lo que me hizo: lanzarme a la muerte sin piedad.

Desperté al sentir al auto moverse. Estaba a salvo. Kai no estaba solo, había alguien más con él. Procuré en la medida de lo posible no emitir algún ruido que me delate, aunque era tonto pues Kai sabía que estaba viva. ¿Y si no era Kai quien me llevaba? .Bastante hacía Kai al rescatarme de aquel matadero, no podía echarlo a perder en un segundo.

Llevaba mucho sin comer, mi estómago se vació al vomitar la sucia sopa. Necesitaba agua, ya no producía saliva.

La puerta del auto se abrió. Entré en pánico. Muchas ideas rondaban en mi mente, como el hecho que el Obersturmbannführer hubiera descubierto el plan de sus sargentos y él mismo me metiera a la cámara de gas.

No recordé qué había sucedido. Sentí agua sobre mis labios, era la gloria. Abrí un poco los ojos, pero la luz me molestaba. Sentí agua refrescar mi garganta seca, reavivar mis órganos.

–Mara estás libre.

Esbocé una media sonrisa. Me dolían las mejillas. Era probable que mi labio estuviese partido pues el metálico sabor de la sangre se combinó con el agua fresca.

Agradecía la gentileza de colocar mi cuerpo sobre una tina con agua tibia. La necesitaba. El olor a muerto se me era insoportable y difícil de olvidar. No podía moverme, el cuerpo me dolía mucho debido a los golpes que me propinaron por orden de mí... de Adler Kähler.

Manos grandes y ágiles lavaron mi cabello masajeando mi cráneo, estaría agradecida de por vida. No era momento de pensar en el pudor de estar desnuda frente a un hombre pues esas manos tan grandes no podían ser de una dama.

Secó mi cuerpo, me vistió para luego recostarme sobre una cama con sabanas blandas. Extrañaba la comodidad de dormir sobre una cama limpia y de aroma agradable. Tenía en cuenta que muchas personas en aquel campo llevaban más tiempo del que pasé ahí y que añoraban estar en mi situación. Tendría que hacer algo por ellos.

–Mara, abra la boca un poco. –lo hice. Era sopa caliente.

Seguramente mi gesto de satisfacción fue un poco exagerado, pero era lo que sentía. Era sentirse en el cielo después de haber probado aquella sopa en el campo nada parecida a la que probaba en ese instante.

–Eres muy valiente. Creo que cualquiera hubiese muerto después de la paliza que te dieron.

Una vez más, mis lágrimas. Él las secó con un pañuelo suave y terso.

Horas más tarde, respuesta no en totalidad, pero con la disposición de utilizar los servicios higiénicos me levanté despacio de la cama. No podía ver bien. Tanteé, pero caí. Me arrastré hasta poder hallar una pared para sostenerme. Hallé una puerta, pero al abrirla no era el baño. Seguí recorriendo en penumbras hasta que hallé la puerta. Giré el picaporte. Encendí la luz, lo cual fue fastidioso para mi visión. Antes de salir, me acerqué al lavabo. Encima de este colgaba un hermoso espejo. Traté de abrir más los ojos para ver mi reflejo. Quedé perpleja, horrorizada de lo que veía. Mi rostro magullado, moreteado era espantoso. Una gran moretón ocupaba mi ojo derecho y gran parte del pómulo, también uno en el ojo izquierdo, en la comisura de mis labios, el cuello, brazos, abdomen, caderas... ya no quise seguir explorándome.

Me sentía como una muñeca rota que pasó por las manos de niños destructores. Llegué a la cama entre llantos y quejidos de dolor. No solo habían herido mi cuerpo sino también mi alma.


 - Gott sei Dank : ¡Gracias a Dios!


N. de la A. : Gracias por leer. Espero les agrade el rumbo que va tomando la historia. No olviden votar pues es importante. Si desean compartirla o comentar, sean bienvenidos. 

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