Kapitel fünh

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Lo peor de las despedidas, son las promesas. Muchas veces no se cumplen, lo he comprobado. Ver a mi novio partir hacia el matadero me daba lástima; no por el hecho de no volverlo a ver, sino porque se convertiría en un asesino o cómplice de tal. Él también decía estar en contra el régimen nazi, pero veo que su temor pudo más; lo entiendo o al menos trato de hacerlo, pero se me es difícil. La presión de su padre acabó con la resistencia a participar del conflicto.

No me quedó más remedio que aprender a vivir con la decisión de Max. Pidió perdón cuantas veces pudo. Intentó inyectarme un poco de nacionalismo para poder entender su afán de participar a favor de su patria. No lo comprendo.

–Mara, prometo que estaré cerca muy pronto.-asentí- Te amo

Me dio un largo beso antes de que el tren emitiera el aviso para abordar. Me abrazó y besó sin que yo protestara. Sabía que sería difícil recibir una carta suya. Lo extrañaría mucho, tanto como él a mí.

–Te amo, Max. No me olvides

Sonrió.

–Jamás podría olvidar esos ojos que me trasportan al Atlántico.- susurró sobre mis labios.

Lo vi alejarse a paso seguro.

 Te amo Mara Kähler. – gritó antes de subir al vagón.

Varias conocidas me saludaron. Todas necesitábamos el consuelo y palabras de aliento. Algunas se paraban de puntillas frente a la ventana del vagón a recibir los últimos besos de sus parejas por un largo tiempo.

– ¡Mara!-oí su voz. Lo divisé cuando sacudía la mano despidiéndose.

El tren se alejó, mis lágrimas empaparon mi rostro. La guerra me había alejado del hombre al que amo. Varias de las mujeres presentes eran mis ex compañeras de escuela y sus madres. Me invitaban a pasar una tarde con ellas, prometía ir, pero no habría otro tema de conversación que no fuese la guerra y asuntos políticos.

Mi hermano me esperaba fuera de la estación para llevarme a casa. De camino soporté escuchar su palabrería sobre el partido y lo temible que era Krammer, el encargado de Bergen- Belsen. Desviándome del tema le comenté lo cambiadas que estaban mis compañeras y los elogios que comentaban hacia su persona. Sabía que a Franz al igual que a mi padre les encantaba oír halagos en su nombre. Por el contrario, mi madre era una señora muy modesta.

Llegamos a casa. Lo primero que percibimos fue la severa discusión en la sala. Mis padres, al darse cuenta de nuestra presencia no dijeron más. Papá salió de casa azotando la puerta, dejando a mi madre llorando en el sillón. Franz prefirió alejarse de la situación y salir al jardín. A él nunca le agradó consolar a nadie, inclusive a su propia madre.

Siempre fui quien tuvo que consolar a mamá. Me dolía hacerlo. Ella, una mujer tan frágil soportando rabietas de su transformado esposo, era mucho que soportar. Mi madre era joven y fuerte ante todos, pero eso no la hacía de piedra contra los maltratos.

La acompañé hasta su habitación. Necesitaba descansar. La cubrí con una fina manta de seda y baje a prepararme algo de beber.

Olvidé por completo que había un integrante más en la casa. Decidí presentarme. La hallé limpiando las ventanas de la sala.

–Hola

Ella dio un brinco leve. La asusté.

–Soy, Mara ¿y tú?

Le tendí la mano, dudosa la tomó.

–Lena- mencionó casi como susurro.

–Un gusto, Lena. Puedes continuar limpiando. No tienes que verme a la cara para responder- sonreí.

–Gracias, fräulein.

Lena no era mayor que yo, no más de veinte años. Su menuda anatomía hacía que me sintiera realmente gorda. Sé que ella no adelgazó porque así lo deseó. Su cabello había sido cortado muy pequeño, pero ahora lo llevaba a la altura de la barbilla.

– ¿De dónde eres, Lena?

–Polonia.

La mayoría de judíos en los campos eran polacos. No me sorprendió.

– ¿Estudiabas? ¿Cuántos años tienes?- me sentí inoportuna al lanzarle dos preguntas.

Ella no dijo nada. Tal vez recordar le dolía.

–Trabajaba en un hotel. No sé cuántos años tengo. Me deportaron cuando tenía dieciocho. No sé cuánto ha pasado. Quizás un año, aún no ha nevado. ¿Usted es  judía?

– ¿Yo? ¿Te parece que lo soy?- reí sarcástica.

–Su nombre es hebreo.- pronunció con temor.

Nunca lo había pensado. Consternada y con la idea dando vueltas en la cabeza., Preferí no seguir charlando. Subí a mi habitación, mi lugar privado donde podía soñar con un futuro sin tener que abrir la ventana y percibir el hedor de la nación nazi.

Ver a Lena era imaginar a millones de judíos sufriendo por causas de la ideología deshumanizada de Hitler. Que importa la raza, que importa de dónde vengas, que importa cómo te llamas, cómo apellidas ni en que dios crees; a pesar de todo, eres humano.

La idea que merodeaba en mi mente desde hacía mucho volvió a invadirme. No sabía que tan valiente podía llegar a ser. Dejar a mi madre era lo que más me dolía. Ella no se iría sin papá; si él no iba, nadie iría.

Pisar suelo americano era un sueño lejano el cual invadía la mente de toda víctima de esta sucia guerra. No escapaba de mis posibilidades, pero sí de mi felicidad. Si sabía que al irme dejaría a mi madre sufriendo, no estaría feliz.

Apenas cuando conciliaba el sueño, las sirenas empezaron a sonar. Ataque aéreo. Corrí hasta la habitación de mamá, quien ya estaba abajo reunida con una temerosa Lena. Las tres corrimos al refugio en el patio trasero. Ahí estaríamos seguras.

Había un interrogante que ocupaba mi mente desde hace varios meses. Un famoso chisme del cual necesitaba constatar que tan real resultaba ser. Mi madre descanzaba en la pequeña cama del refugio, seguramente dormida; Yo en la otra y Lena sentada en la silla frente a mí. Me senté a los pies de la cama.

– ¿Estás dormida?- susurré meciendo su pierna suavemente.

–No, fräulein Kähler.

– ¿Qué tan cierto es el rumor de los hornos y cámaras de gas? Lo he escuchado varias veces.

–Ningún rumor se repite por tanto tiempo. Todo lo que ha oído es real. Mi hermano fue reclutado para el puesto de sonderkommando. Se encargaba de sacar los cuerpos de las cámaras de gas y luego introducirlos a los hornos.

Quedé más que horrorizada.

–La grasa humana es utilizada para combustible y lo que resta para jabones. Eso no sé qué tan cierto sea, solo lo he escuchado de prisioneros.- continuó Lena.

– ¿Cómo es que llegaste aquí? A mi casa, digo.

–Sumisión. Mi hermano y yo hemos sido sumisos de los nazis desde que nos deportaron. Él se quedó en Birkenau. A mí me trasladaron a Ravensbruck antes de que su padre me trajera aquí por referencias.

La afirmación de Lena causó en mí repudio, lástima, emociones sin poder explicar individualmente. En esta guerra no tenías opción de elegir si vivir o morir, de todas formas serías hombre muerto. Al menos la mayoría. Lena era ejemplo claro de utilizar estrategia que compraría su vida: la sumisión. 




-Fräulein: señorita

-Sonderkommando: unidades de trabajo durante el Holocausto. Conformados escencialmente por prisioneros judíos y no judíos destinados a trabajar en las cámaras de gas y hornos crematorios.

-Auschwitz- Bikernau: segunda planta del campo de concentración de Auschwitz ubicado en Polonia.

-Ravensbruck: campo de concentración exclusivamente para mujeres. Ubicado en la provincia de Ravesbruck al norte de Berlín. Posteriormente llegarían algunos prisioneros varones.



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