Kapitel dreiundvierzig

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Consideré aquel día el más largo de mi vida. Desperté con el rugir de mi vacío estómago, no había comido desde hace dos o tres días. Ya no recordaba nada o prefería no hacerlo arriesgándome a terminar en un mar de lágrimas.

Seguía en la enfermería, ahora con una bata blanca cubriendo mi cuerpo. Palpé mis heridas, dolían mucho. Intenté ponerme de pie, pero al flexionar mi abdomen me retorcí de dolor.

—Cuidado.—dijo Francesca alarmada.

Tomó mis pies posicionándolos de nuevo en la camilla. Pasó su mano por mi cabello mientras sus labios me dedicaban una sonrisa lastimera.

—Tranquila, preciosa. Todo estará bien.

Al oírla pronunciar aquella frase característica de mi madre, solté en llanto. Ya no me importaba el dolor de mi cuerpo, solo quería tener a mi madre y esposo junto a mí.

Según el relato de Francesca, después de oír el impacto de bala me desmayé razón por la cual no logro recordar nada. Las imágenes perturbaban mi mente tornándola cada vez más tétrica. Quien disparó fue Petra; ahora declaraba frente al Mayor a cargo, levantando testimonio a mi favor.

La puerta de la enfermería se abrió apresuradamente alarmándonos, pero la tranquilidad nos volvió al cuerpo al ver de quién se trataba. Ella se acercó y me abrazó suavemente, necesitaba tanto su abrazo que aguanté el dolor de las quemaduras. Pidió disculpas por no poderme ayudar antes de que sucediera, acarició mi corto cabello mientras repetía una y otra vez que todo estaría bien.

—Es hora.— dijo seria.

Francesca se despidió de mí con un fuerte y reconfortador abrazo, sin más me dejó ir. Entre pasadizos penumbrosos incluso a la luz del día, caminábamos cubriéndonos las espaldas. El plan estaba armado. Pronto seríamos libres. Actuamos como normalmente haríamos en un día común, algunos cómplices nos miraban fijamente haciéndonos entender que todo iba bien.

Teníamos poco tiempo. Kähler se pondría de pie en breve, la reunión que el mayor tenía con Petra acabaría también, y el cerco no estaría sin electricidad por mucho tiempo.

El sol aun oculto y las sombras aventajaban nuestra huida. Los nervios se hacían notar en mi estómago el cual rugía repetidas veces. Fui en busca de la sobrina de Francesca, una chica de quince años incluso más valiente que yo. Caminamos apresuradamente hasta el cerco eléctrico donde vi a Kai la última vez. Nos tendimos en el suelo esperando la señal: el sol.

A lo lejos vi a cinco hombres acercarse hasta donde estábamos. Al reconocerlo mi corazón latió más fuerte, sé que también sintió lo mismo. Kai saludó y continuó con su labor. Habían cavado bajo el alambrado y luego cubierto el hoyo con ramas. La chica agradeció y se deslizó. No era mi turno, debía regresar por mi objetivo.

Nadie puedo impedir que volviera por ellas. Zarek protesto, pero fue imposible hacerme ceder. Mientras caminada apresurada de regreso, tan nerviosa por el escape y el arma que cargaba bajo mi bata, vi a tres personas listas para escapar. En la puerta de la celda donde se encontraba mi madre, el guardián ya estaba informado, pero no me permitió entrar.

—Escóndete.— dijo entre dientes

— ¿Qué?— susurré

—Kah- ler.

No sabía cómo actuar. Podía esperar a que salga y disparar, pero el guardia actuaría en defensa de su general. De pronto la puerta se abrió y corrí a esconderme tras una ruma de cajas de madera apiladas. Vi como se la llevaba. Todo estaba echado a perder. Se llevaría a mi madre.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora