Kapitel zwanzig

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Perdí la cuenta de los días. El hambre y sed nos estaba matando; Zarek decía que no bebiésemos el agua que teníamos alrededor pues nos causaría osmosis y esto traería consigo deshidratación severamente mortal.

Recostada sobre su hombro, me sentía inútil. No permitían que yo remara pues no poseía la fuerza necesaria para equilibrar el avance del bote. Lamentablemente perdimos un tripulante, el hambre acabó consigo causándole graves desequilibrios mentales; llegó al punto de lanzarse al océano sin retorno a la superficie. Presenciar el acto mortal incrementó mi falta de esperanza. No saldríamos de esta. Nunca conocería a mi padre y jamás andaría libre por las calles de mano de Zarek. Era el fin.

Muchas veces mamá apareció en mis sueños. Sonreía, acariciaba mi mejilla para luego desvanecerse como el humo. Su sonrisa sincera me recordaba lo cariñosa que era hasta con el mínimo detalle de la vida. Simplemente poseía el don de consolar al dolido y curar con sonrisas al herido. Ella se convirtió en mi todo, en mi razón de ser y continuar sin detenerme.

– ¡Tierra!- gritó uno de los hombres.

Los cuatro que tomaban los remos aceleraron. A pesar de la deshidratación, pude sonreír y corresponder al beso de Zarek.

–Te lo dije- sonrió victorioso.

Transcurrieron alrededor de quince minutos hasta llegar a la orilla. Algunos hombres nos observaban alarmados, con la mirada desconfiada. Mientras bajábamos del bote y trepábamos el entablado húmedo y frio cubierto con nieve.

El angustiante viaje tomó cuatro días exactamente calculados por uno de los hombres a bordo; entre incomodidades, disgustos, hambre y sed. Por fin habíamos pisado tierra. Inhalé hondo, el aire gélido ya me sabía mínimamente acogedor. Por fin tierra.

–Entonces... supongo que es hora de decir adiós- dijo uno de los hombres. Fue quien más aliento inculcó en el viaje.

– ¿Dónde estamos? –preguntó otro.

Algunos se acercaron hasta los hombres que se encontraban sentados a unos metros de nosotros quienes no despegaban la mirada del grupo.

– ¡Nueva York!- gritaron.

Nueva York. Empezaríamos una nueva vida en Nueva York. Estábamos en Estados Unidos, mi padre se encontraba más cerca de lo que esperaba. El propósito estaba cumplido, llegamos a un nuevo rumbo con la oportunidad de empezar una vida sin persecuciones. Había pensado mucho lo que haría cuando llegara a tierra y tenía que cumplirlo.

Los lugareños se acercaron hasta nosotros repentinamente apuntándonos con un revólver. Zarek desenfundó el suyo actuando a defensa.

Ellos lanzaron preguntas las cuales no logré decodificar. Zarek las respondió fluidamente. Sentí tensión al tomar su mano, la vena de su cuello se notaba pronunciada a la vez que su manzana de Adán subía y bajaba con dificultad.

Uno de ellos rió pesadamente tras su espesa barba blanca y manoteó el hombro de Zarek .Se retiraron riendo mientras los demás nos quedamos paralizados.

–Le dije que éramos franceses.

Todos tomaron un rumbo diferente. Ya nada nos unía, simplemente el mal recuerdo de una noche de Navidad que terminó por desaparecer el barco.

Cerca de la playa se instalaban pequeños bares. Necesitábamos comer y planear nuestro siguiente paso. Ambos traíamos dinero así que por el momento podríamos costearnos un alojamiento. No conocíamos a nadie de manera que nadie le daría posada a un par de alemanes fugitivos.

Terminamos la comida rápidamente, supuse que fue por el hambre que nos carcomía las entrañas. Bebimos mucha agua en silencio, solo nos limitábamos a concedernos miradas y pequeñas sonrisas. Temía lo peor, me sentía suficientemente sola sin mi madre en un lugar donde nunca imaginaría estar, él no podía dejarme.

– ¿Has pensado qué hacer aquí?- me preguntó de repente

Negué. Mi plan no era concreto.

–Yo jamás pensé quedarme aquí.- ¿me dejaría?- Pero veo que no tengo salida, estoy sujeto a este lugar. El barco está en el fondo del Atlántico y no creo que los barcos que salgan de Nueva York se dirijan a Berlín.

–Así que... no pensabas quedarte aquí.

Negó.

– ¿Quieres decir que lo que dijiste que sentías por mí solo fue cosa de momento?- pregunté indignada. Necesitaba que me explicara la duda que me dañaba por dentro.

–No, Mara. Después que me di cuenta que quería pasar más tiempo a tu lado, decidí acompañarte en el nuevo viaje. No sabía cómo lo tomarías así que no me atrevía a preguntarte.

Su respuesta alivió mi angustia. Pero no del todo. No teníamos nada más que un par de prendas en la maleta. Zarek se acercó hasta la barra donde se hallaba un hombre limpiando el mostrador. Prefirió que me quede en la mesa.

Tenía en mente hallar a mi padre. Necesitaba conocerlo y hacerle saber que era su hija. Mamá no dijo exactamente dónde podría hallarlo, seguramente ni ella sabía. Hacía dieciocho años que Aron Neumann viajó a Estados Unidos, un país realmente grande, obviamente no pudo haberse quedado en una sola ciudad.

Mausi, el hombre dijo que tenía una habitación disponible en su casa ¿Qué dices?

–Tal vez una noche sea necesaria.

Aceptamos. Zarek entendía el idioma del señor quien fue atento con nosotros. Su casa no estaba muy lejos de la playa. Vivía con su esposa y dos hijas. La mayor de ellas quedó encantada con Zarek, lo supe.

Ocupamos un pequeño cuarto con baño propio. Aprovechamos a ducharnos y lavar algunas prendas. No me sentía cómoda en un hogar de desconocidos, pude notar que él tampoco. Solo una noche. Quizás encontraríamos un pequeño piso en algún edificio por pocos dólares al mes, así nos daría tiempo de encontrar empleo pues era lo que más me preocupaba.

Era la noche del veintinueve de diciembre de 1944, el cumpleaños de mi madre. La recordé con lástima. Quería tanto poder llamarla y desearle feliz cumpleaños. La familia que nos alojaba, los Collins, contaban con servicio telefónico, pero no tenía la confianza y seguridad suficiente para pedirles una llamada.

En una mesa de seis sillas nos encontrábamos cenando pavo y bebiendo chocolate caliente. La nieve caía finamente sobre el paisaje invernal que se apreciaba desde la ventana. La señora Collins, amablemente acomodó la cama con acogedoras mantas que nos protegerían del frío.

La familia y Zarek charlaban mientras yo me limitaba a sonreír, no entendía lo que decían. Aprendería el idioma a cuesta de todo.

–Mara, el señor Collins entiende un poco de alemán.

Él señor asintió.

–Que bien- sonreí.

Después de que las niñas se retiraran a su habitación, el ambiente tornó más serio. Sabía que me preguntarían acerca de mi vida. No estaría mucho tiempo con ellos, así que las mentiras valían.

– ¿Cómo es que llegaron aquí? ¿Son judíos?- preguntó el señor.

Negamos.

–Veníamos en un barco transportando mercadería, pero el este se hundió bombardeado por los Aliados. Así llegamos aquí.

–Entiendo- intervino la señora.

–Supongo que buscan trabajo. – Ambos asentimos.- Bien, Zarek tú puedes trabajar conmigo en el bar y tu novia puede ayudar a Emma en la casa.

–Gracias señor, lo pensaremos. Mara estudiaba periodismo y yo medicina. Pensábamos encontrar empleo en esos rubros, pero consideraremos su oferta.

El señor Collins nos comentó que había varios judíos alojados cerca y que rentaban pisos en un edificio cercano. No podíamos salir por la tormenta de nieve que se desató.

Presentía que en un edificio me sentiría más cómoda, en mi propio hogar iniciando una vida diferente.


N. de la A.

¡Ya son 2k, muchas gracias a todos los que leen! 


Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora