Chapter twenty nine

1K 109 8
                                    

Al día siguiente del interrogatorio, me arrepentí de haberle comentado a aquel hombre que yo aborrecía a los nacionalsocialistas tanto como él; era tan irónico el odio que los Aliados sentían por los alemanes e italianos quienes planearon acabar con toda raza inferior a la suya, pues presencié que ellos también discriminaban —y seguramente algunos lo hacen hasta ahora— a una raza calificada como inferior por ellos mismos.

El guardia adentró a patadas a un hombre tal alto, pero de contextura delgada y raza negra hasta el apartado de las celdas. Lo golpeó frente a mis ojos, una y otra vez hasta ver manchada de sangre la camisa blanca que traía consigo; finalmente abrió la celda frente a la mía y de un empujón lo hizo caer contra el suelo de cemento frío.

El nuevo recluso se mantuvo de espaldas a mí por algunas horas. Se quedó dormido ahogando su llanto contra el frío suelo de cemento.

No oía a Zarek desde hacía un par de horas, tampoco supe si lo dejaron libre. Paciente esperé, un minuto, dos, tres... se me hacía realmente eterno. Lo había ignorado por mucho y ahora ansiaba oír su voz, cerciorarme de que aún seguía conmigo. Lo llamé unas cuantas veces, pero su voz no emitió sonido alguno.

Psst

Psst

Él volteó. Su mirada cantaba dolor, cantaba jazz. Me fulminó con la mirada, pero no desistí hasta volver a llamar su atención.

—Hola, no se asuste. Solo quiero saber si hay alguien dos celdas después de la mía. Por favor.

Me concedió una mirada fruncida, con desdén. Tomó algunos minutos para que se arrastrara hasta la esquina derecha de enrejado intentando resolver en mi pedido. Instantáneamente sus ojos retraídos, sin rastro alguno de la furia que los apoderaba, se asomaron mínimamente a mi vista para terminar con negación la esperanza que se sembraba en mí.

—Es mi novio. Se lo llevaron antes de que vinieras. Somos alemanes.
Levantó la vista con la expresión de haber visto al mismo demonio salido del averno viniendo a su búsqueda. Tal y como se arrastró hasta la reja se alejó hasta la pared contraria con espanto.

—Oiga, no le haré nada. No quiero matarlo — bufé con pizca de comicidad negra.

La reja que da inicio al pasillo de celdas se abrió de repente chirriando en mis oídos. El mismo sujeto corpulento encargado de la seguridad ingresa junto con un hombre a quien patea hasta abrir una celda y adentrarlo de la misma manera. Era él, tan empapado y congelado.

— ¡Zarek!

Mausi — logró decir con la voz apagada antes de que se oyeran gemidos de dolor.

— ¡Déjelo, imbécil! — protesté.

Se detuvo al mismo tiempo que se oía el sordo golpe de masa corporal estallar sobre el suelo. Cerró la celda de golpe para luego caminar con sus pesadas botas hasta eclipsar la poca claridad que se colaba en mi espacio.

— ¿Deseas que te golpee, sucia alemana? Ya te mereces una golpiza— sonrió malicioso al notar el miedo que emanaba de mí.

—No he hecho nada. No tengo por qué estar aquí.

—Estaría mejor que cierres el hocico si no quieres acabar como tu marido.

Volteó la cabeza a 90 grados hasta la celda del frente. Su mandíbula endureció y escupió las palabras.

— ¿Qué miras negro estúpido?

Giró totalmente y abrió la puerta de barrotes. Se adentró hasta arrastrar al famélico personaje de la triste figura quien se escondía en las sombras. Una vez más, su semblante pintó dolor conteniendo las lágrimas.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora