Chapter twenty six

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Sam regresó el 15 de febrero tras permanecer en el hospital desde principios de mes, fue herido por el impacto de una bala en el muslo izquierdo. Tras ser enviado con su tropa hasta el frente asiático, sufrió un atentado que comprometía la pérdida de su pierna herida .No fue así, pero tampoco resultó ser agradable caminar cojeando. Sucedió cuando llegó a tierras japonesas, siendo víctima de una emboscada. Una bomba estalló haciendo volar su cuerpo lo lamentablemente lejos para encontrar a unos cuantos japoneses quienes dispararon a quemarropa. Huyó pero la velocidad de las balas alcanzaron rozar su cuerpo.

Nos turnábamos para ayudar a Sam en lo que necesitara o simplemente hacerle compañía, aunque de vez en cuando quería que lo dejaran solo. Su mirada expresaba temor, un alma siendo asechada por los demonios que lo consumían cada que cerraba los ojos.

Giré la perilla e inmediatamente su mirada lastimera se volvió hacia mí. No sonrió, es más, juro haberlo visto blanquear los ojos con desdén. Sentía que nuestra compañía extralimitaba sus deseos de recibir a alguien en su dormitorio quien constantemente le preguntara si deseaba algo, si acaso le molestaba la herida; todo lo que sus memorias no querían rebobinar.

—Si no quieres que te ayudemos solo dilo— acoté seriamente.

Dejé la bandeja encima de una mesa disponiendo marcharme y dejarlo con su mal genio. No aguanto malos tratos de personas a las que intento dar una mano. No merezco ese tipo de trato.

—Mara, lo siento. —Resopló con desgano, incluso como si mi comentario lo obligase a tomar otras medidas. — Siéntate por favor.

Lo pensé dos veces y acepté su oferta. Muchas veces, Zarek tuvo que ganarse con mis pleitos internos siempre comprendiéndome y escuchándome en las reflexiones post rabietas. Necesitaba ser oído.

—Odio estar postrado en esta cama. Ya no sirvo. No pude servir a mi nación hasta el fin de la guerra. Tal vez el fin que esperamos y no se cumpla. Vi morir a mis amigos frente al norte de África, en Filipinas y aviones que se perdieron entre bombas en el Atlántico. Tengo la mente perturbada. Oigo las bombas estallar en mis oídos sin siquiera evocar el recuerdo. Estoy perdido entre memorias de una guerra que no olvidaré. Le fallé a mi nación, a mi patria, a mi familia. ¿Con qué cara saludaré a mi padre? —sollozó.

Nunca fui buena consolando, pero lo intenté. Argumenté su voluntaria participación con su país frente a la guerra que nadie olvidaría. Sabía que la aflicción que lo congojaba se sentía tal vez igual o peor que el mío, lo comprendía a pesar de no tener el mismo sentimiento nacionalista que él. Cambié de tema comentándole la reunión con mi padre. No éramos hermanos, pero el apellido nos unía. Un vínculo que llevaríamos hasta la muerte.

Sabía que amar en tiempos de guerra era difícil, lo es y será. A Zarek y a mí nos unió el destino al otro lado del Atlántico, un barco huyendo de la guerra. Algo en Margot brillaba cuando veía a Samuel. Podía intuir que le costaría ganar la confianza de él, pero no era imposible. Ella era quien le cocinaba y estaba al pendiente de lo que necesitara, su cariño hacia Sam era sincero. Después de decidir darles el puntapié que los uniría, lo cual no costó mucho, le pedía que cubriera mis turnos de ayudar a Sam. Inventaba pretextos para dejarlos solos.

Por otro lado, Helena, el alma libre no quería ver a Sam ni en pintura. Cada que ella se lo topada, terminaban peleando como perros y gatos. La mayor parte del tiempo se la pasaba trabajando o asistiendo a conciertos en bares de Brooklyn a los cuales mi padre nos invitó a Zarek y a mí. La música en este lado del continente es diferente, más variada, pero no deja de ser interesante y sorprenderme.

En el diario, las noticias llegaban tan rápido como su duración. Fugaces. El ritmo de trabajo complaciente al público, ya era rutina en mi vida. Desde que llegué sentí que mi desempeño podría llegar a mucho más que editora. Justificaban mi ascenso a falta de fluidez en el idioma, pero eso era asunto viejo. Incluso aprendí a versear en inglés, aún era complicado, pero no imposible.

—Señorita Neuman, acompáñeme a mi oficina. —ofreció el señor Smith, gerente del diario.

Lo seguí a la oficina que frecuentaba cada mañana a dejar la taza de café y galletas que pedía el jefe.

Me senté tras el escritorio de caoba mientras él ocupó el gran sillón giratorio de cuero. Juntó las manos sobre el escritorio sin perder contacto visual conmigo. Su mirada siempre firme, acusadora e inquisitiva.

—Sírvame una taza de café, por favor.

Me levanté de la silla a duras penas, no me agradaba la idea de servir café a alguien que no fuese cercano a mí.

—Y una taza para usted también.

Me sonó extraño, pero serví una taza para mí, después de todo necesitaba recobrar lucidez. El trabajo me acompañaba hasta casa durante toda la semana laboral y terminaba agotada.

—Bien. La llamé para charlar sobre una propuesta. — bebió de su taza humedeciendo su bigote blanco con el oscuro café. Lo limpió con un pañuelo y prosiguió. —Como le decía, señorita Neumann, le propongo escribir sus memorias. Aprovechando que usted es una sobreviviente del cruel maltrato nazi. Lo publicaríamos al terminar la guerra. Seguramente las narraciones sobre el presente acontecimiento saldrán como pan caliente cuando esto termine. Tengo un amigo que tiene una editorial y me propuso este trato. Yo le presento a la autora del libro y él hace un boom con su trabajo. ¿Qué dice?

—No creo que sea algo que me satisfaga. Lo que más quiero es olvidar ese capítulo de mi vida. No puedo hacer de eso un fin lucrativo.

—Vamos, Mara. Todos los judíos que han o estén por escribir memorias de guerra sacarán provecho de aquello. Piensa como empresaria, te conviene hacerlo. Piensa en cuantas personas admirarán tu heroísmo y valentía al afrontar la vida.

Suspiré. No lo haría. Tarde o temprano ese libro llegaría a manos de Adler.

—Señor Smith, no aceptaré su oferta. Tal vez otra persona tome su oferta y lo haga tan rico como desea. Yo no soy la persona indicada.

—Pero su historia es la más trágica que oí en mi vida —interrumpió.

—Veo que uno no puede confiar en nadie, menos en un periodista. —repuse.

Sabía bien que en la prensa no tenía amigos luego del tremendo chisme que soltó Alice; no se lo conté todo, pero sí gran parte. Fui tan ilusa de creer que podía tener una amiga, pero me equivoqué. Zarek me lo advirtió: Tu silencio es la mejor presentación que puedes tener. Él siempre tan discreto y selectivo al confiar en alguien, debía aprender. Resulta que la trágica historia de la judía alemana que huyó de su país, era tema de negocios.

Por lo que lograba escuchar, la historia que conté fue adulterada varias veces. Tampoco di detalles explícitos como mi familia, Kai, Thomas y demás. Fue superficial, pero de todas formas cambiada de versión.

—Dejaré que lo piense unos días. Le puedo dar un adelanto de mil dólares. Piénselo.

–No hay nada que pensar, señor Smith. Rechazo la oferta. No vine aquí para lucir como la pobre judía maltratada en su país. No cobraré por lástima. Si desea un personaje conmovedor, invéntelo. Veo que hay muchos cuentistas con ganas de inventar historias fantasiosas sobre la vida de judíos. Adelante, contrate a su personal bueno para nada.

No pensé enfurecer tanto. No permitiría que hagan de mis memorias un fin de lucro y entretenimiento barato. Había oído cuan estafador era el señor Smith y no dejaría que se aproveche de mi situación para ganar grandes billetes verdes a cuesta del sufrimiento ajeno impreso en lotes de libros. No conmigo.

—Está desaprovechando una grandísima oportunidad.

Nein. No revocaré mi decisión. — farfullé.

Di media vuelta saliendo por la puerta.




N. de la A.

Disculpen la demora. Gracias a Magda por recordarme actualizar y las demás chicas siempre pendientes; las aprecio. ¡Que tengan un lindo día!

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora