—Esto era realmente innecesario. —miro a Rodrigo desde la cama donde me encuentro.

—Si, por supuesto. —se mofa. —Podrías seguir viviendo toda tu vida con un vidrio perforando tu mejilla. —se gana una mala mirada y le ruedo los ojos.

Dejo el asunto en paz cuando pienso en Cristina, no sé dónde está y de verdad quiero saberlo así que le diré a Ricardo si puede investigar donde se encuentra, él es muy bueno haciendo eso.

—Si, déjame hacer un par de llamadas. — saca su teléfono del bolso del pantalón y se levanta del sillón en donde estaba, marca teclas mientras camina. —Pero me deberás una. —grita ya fuera del cuarto.

—Está bien. —le grito de vuelta.

Me gana el sueño un rato después y cierro los ojos dejando que me lleve con él.

Despierto alrededor de las ocho de la noche por causa de un trueno, miro a la ventana, está a punto de llover.

Me siento en la cama y nada, al parecer todo mundo se ha ido de aquí, ya que están las luces encendidas y no logro verlos.

Salgo de la habitación, fuera de esta, busco a tiendas por la pared, el interruptor hasta que logro encontrarlo.

La casa en donde estoy es bastante amplia, un comedor de madera se encuentra en el centro, con seis sillas alrededor de él, a un costado derecho esta la cocina a juego con el comedor en tono, muy reluciente y fina, detrás del comedor esta la sala, tres sillones medianos de color blanco y una televisión frente a ellos.

Descubro que hay otras tres habitaciones a parte de la mía, con todo y todo, es decir su propio baño y televisión a juego. ¿De dónde han sacado esto?

Abro la puerta principal, para encontrarme con un enorme patio lleno de césped y ahí están los tres. Mantienen una conversación en tono bajo y lucen bastante preocupados, tal parece que le temen a algo. Despacio, me acerco a ellos.

— ¿Sí? — voltean sobresaltados y me miran. —¿Se puede saber de qué están hablando?

Rodrigo y Trina voltean hacia Ricardo, me entra un escalofrió horrible que siento por toda mi espalda, algo va mal.

—Elizabeth ya... ya tengo la información— tartamudea Ricardo.

—Anda, espera. — sonrío ante tal noticia.—Entonces era eso, que me estaban preocupando, eh.— le digo.

—Bueno, es F4L5CE.S. — dice, esa no es una dirección.

—Oye, pero ¿qué?, está no es la dirección. — espero a que responda, pero no lo hace. —Ricardo, ¿Qué pasa? ¿Es una broma?

—Lo que pasa es que, Elizabeth esa no es una dirección de casa esa es una dirección de una lápida en un cementerio.

— ¿Qué...? — empiezo a decir, pero la emoción me golpea.

No. Esto no puede ser cierto. Lo miro incrédula.

Ella no, mi hermana no.

Siento picaduras en las esquinas de mis ojos, mi visión se torna borrosa, no quiero llorar, no ahora.

Mis piernas tiemblan, caigo al césped con mis rodillas impactando fuertemente en él y me quedo pensando un momento.

¿Mi hermana esta muerte?

Fuertes gotas de lluvia caen en mi cabeza corriendo sobre mi pelo. ¿Cómo es que paso todo esto? ¿Quién fue? ¿Fue ella? Tantas preguntas sin respuesta.

—¡No! —les grito.

En un momento de pura impotencia, golpeo a Ricardo, lo golpeo en el pecho, en las piernas, en el rostro, en la cabeza, lo golpeo, hasta que sus fuertes manos toman las mías y me sostiene contra su pecho, la lluvia se ha hecho más intensa y no consigo respirar bien pese a la adrenalina y el agua.

Un trueno cae, me sobresalto y me dejo caer de nuevo, doblo mis piernas hasta mi pecho, me aferro a ellas con mis brazos y comienzo a mecerme, adelante y atrás repetidamente mientras Ricardo envuelve sus brazos entorno a mí.

En un momento en el que no me doy cuenta, Ricardo carga de mi en brazos y me lleva adentro de casa, me recuesta en el sofá y Trina me coloca toallas secas para quitar el agua, la venda que tengo en la mejilla esta empapada también, por lo que la retira y me coloca una nueva.

Mi mirada se pierde, mientras siento lagrimas caer hasta la esquina de mi barbilla y después de que ha salido la primera, ya no me puedo detener, Trina se acerca, se pone a mi altura y me da palmadas en la espalda, no me gusta que me vean así, no me gusta que me vean vulnerable.

—Tranquila. — dice, pero no me siento así, no lo hago.

—Quiero ir. — mi voz sale en un pequeño susurro.

— ¿Qué?

—Que quiero ir, quiero verla. — le digo mirándola a los ojos. Esto es en serio —Sola. — agrego.

—Por supuesto. — ella mira a Ricardo en forma de ayuda, él se encoge de hombros como diciendo que no hay nada por hacer. 

FugitivaWhere stories live. Discover now