Capítulo 25.

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El humano se adentra en la espesura del bosque. Lo sigo durante media hora hasta llegar a un claro. En el centro de este, dos rocas del tamaño de un pequeño arbusto están colocadas en el suelo de forma vertical. El humano se dirige hacia ellas y con las dos manos las separa, dejando ver un agujero hacia abajo con unas improvisadas escaleras de tierra. Me hace un gesto para que entre. Sin más preámbulo me encamino hacia allí a paso seguro. Sin dirigirle siquiera una mirada me adentro en la oscuridad del agujero. Justo cuando lo hago el humano entra detrás de mí y cierra la entrada con una palanca escondida entre las raíces de la tierra. Le dejo pasar para que vaya primero y me guíe.

Descendemos en silencio durante cinco minutos hasta que poco a poco, a los lados del túnel en el que se ha convertido el pasadizo, aparecen algunas antorchas encendidas que dan luz al lugar.

Tras unos cuantos pasos más, el pasadizo se amplia para dar paso a una gran sala formada exclusivamente de piedra. En ella hay cuatro puertas de madera, en las cuáles unos números romanos del 1 al 4 las adornan en el centro con un estampado dorado.

Entonces, el humano se vuelve hacia mí y con una expresión de alivio en su rostro, habla.

―Espera aquí.

Y tras decir eso entra en la puerta que tiene puesto el número uno.

Espero alrededor de veinte minutos en los que me canso de que nadie venga y nervioso y frustrado, me siento en el suelo apoyando mi espalda en la fría pared de piedra. Tras diez minutos más de espera, la puerta con el número dos grabado en la madera se abre. De ella salen tres personas, dos mujeres y un hombre, que se colocan en una fila horizontal delante de mí, lo que me permite observar sus caras.

No me molesto en disimular mi asombro cuando reconozco el rostro de mi criada, Evolet. Y más es la sorpresa cuando noto que una malvada sonrisa adorna su cara. No tardo en comprender que sea como sea como lo haya hecho, me ha traicionado. Y para los traidores no hay perdón.

Para mantener bien mi perfil, borro inmediatamente la sorpresa de mi rostro y la sustituyo por lo que es habitual ver en él: una frialdad que asusta. Elevo un poco la cabeza para mostrar superioridad, esperando callado a que alguno hable. La primera que lo hace es la mujer que no conozco. Es joven: rubia, alta y con unos ojos azules que destacan en la penumbra de la sala.

―Cuánto has tardado ―dice, repitiendo las mismas palabras que el humano horas antes.

Frunzo el ceño.

―¿Dónde está? ―vuelvo a preguntar por lo que creo que cuarta vez en menos de dos horas.

―Con nosotros. ¿Quieres verla? ―interviene el hombre. Mi vista se dirige hacia él y me sorprendo al descubrir que sus ojos son rojos. ¿No eran sólo humanos? Estoy malditamente confundido.

Asiento con la cabeza tras observar detenidamente al hombre. Ellos sonríen con burla y con la cabeza me hacen una seña para que les siga mientras se encaminan a la puerta número cuatro. Evolet la abre y me dedica una mirada envenenada.

―Se encuentra en la última puerta ―dice tras empujarme hasta el pasillo y cerrar la puerta de un portazo a mis espaldas. Escucho como echa el cerrojo, lo que casi me saca una carcajada. ¿Creen que una simple puerta me puede retener? Negando con la cabeza empiezo a caminar.

Es un pasillo lleno de puertas de metal y pequeños corredores oscuros sin iluminación de los que cuelgan cadenas oxidadas. Me doy cuenta de que esta puerta da a lo que parece que es una especie de calabozo.

Esperándome lo peor, corro hacia el final del pasillo hasta llegar a la última puerta. Con los nervios a flor de piel, pego mi oído a la puerta. Tras unos segundos en silencio consigo escuchar unas respiraciones aceleradas y unos conocidos sollozos pertenecientes a mi muñequita.

Sin perder más tiempo abro la puerta. Nada más hacerlo, siento como aquel corazón que se encuentra parado en mi interior empieza a latir con una extraña fuerza, sintiendo algo que pocas veces había experimentado: horror.


Marionette ©Where stories live. Discover now