Capítulo 9.

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Llevamos andando cuatro horas seguidas y todavía no amanece. La muñequita aún no despierta, se durmió en mis brazos hará dos horas.

Tras dos horas más de andar me paro en el claro del bosque por el que pasamos. Dejo a la pequeña Lena en el suelo, recojo la poca leña que encuentro y enciendo un fuego para que se caliente. La vuelvo a coger entre mis brazos y me siento en una piedra cercana a la hoguera, acercando su cuerpo para que entre en calor. Aun con mi chaqueta puesta no paró de tiritar en todo este tiempo, por lo que cuando se durmió tuve que parar de nuevo para quitarme la única camisa que me quedaba, envolviendo con ella sus blancas piernas. Fue un error por mi parte no traer nada de abrigo cuando nos fuimos de la casa.

La casa de mis padres se encuentra a pocos metros del recinto donde se realizaba la Caza de Marionetas. Por ello, allí era donde se realizaban todas las ceremonias cada vez que se realizaba una caza.

No creo que tarde mucho más en llegar a mi mansión, que es prácticamente igual que la casa de mis padres salvo porque tiene un bosque propio y alguna que otra habitación más. Y obviamente, está decorada a mi manera.

Mi sirvienta personal se fue hace un día para preparar todo para mi llegada. Supongo que Evolet habrá hecho bien su trabajo. Pocas veces me ha decepcionado.

Un ruido de crujir de ramas me saca de mi ensoñación y despierta a la pequeña, que abre los ojos de golpe y mira a su alrededor asustada. Antes de comprobar nada pongo mi mano en su rostro tapando sus ojos.

―Shh, duerme ―susurro.

Debido a mi habilidad de control en las personas, la muñequita va cerrando de nuevo los ojos. Aunque nunca antes había pensado utilizar mi habilidad con ella por razones obvias, la situación lo requiere. No ha dormido apenas nada y su cuerpo pide descansar. Vuelvo a acercar su frágil cuerpo tendido en la hierba cerca del fuego para que no se enfríe y me incorporo. Miro a mi alrededor volviendo a escuchar el crujido de las ramas. Poco después sale una silueta de detrás de un árbol, dándome a conocer su identidad.

―Axel ―mascullo entre dientes, fulminándolo con la mirada.

Este da un paso en mi dirección y dirige sus ojos hacia la pequeña, que yace dormida en el suelo. Esboza una sonrisa perversa.

―Ni se te pase por la cabeza siquiera ―le advierto.

Entrelaza las manos y suspira haciendo un gesto teatral con los hombros que lo único que hace es molestarme.

―Ah, Kyron, ¿cómo puedes pensar eso de mí? ―Se lleva una mano al pecho fingiendo estar ofendido.

Aprieto mis puños con rabia.

―Y dime... ―Sigue hablando―. ¿Son ciertos los rumores?

―¿Qué rumores? ―Pregunto con voz envenenada.

―Ya sabes, lo rumores... Esos que hablan de que el famoso Kyron Borrmann, lector de mentes de humanos y neófitos, es incapaz de saber lo que piensa su propia humana.

Tenso mi mandíbula mientras doy un paso hacia él, con intención de atacar. El maldito suelta una ronca risa que no hace más que molestarme.

―Así que son ciertos. No puedes ―observa divertido.

―Eso no es de tu incumbencia, Black ―le escupo.

―Oh, créeme, es un dato muy interesante para mí. ¿Crees que me la podrías dejar unos días? Quizás pueda averiguar porqué no logras entrar en su mente ―dice inocente.

―Ni lo pienses. Sé tus intenciones, Axel. No sé por qué después de tantos años has vuelto, pero no quiero que te acerques a ella.

―Vale, vale ―levanta las manos con fingida ofensa―. Pero que te quede claro, Borrmann, esto no acaba aquí. ―Y tras decir eso desaparece por la maleza del bosque.

Vuelvo lentamente junto a la hoguera, con mis manos enlazadas en la parte trasera de mi cabeza, pensando. Se han corrido rumores, para mi desgracia ciertos, y puesto que Black lo sabe veo que se ha extendido. Hubo de haber alguien en la casa de mis padres espiando el día en el que lo confesé hace dieciséis años, si no nada de esto estaría pasando.

Frustrado vuelvo a sentarme en la piedra al lado de la pequeña. Observo su rostro relajado. Tiene los ojos cerrados, y sus largas pestañas proyectan una sombra que llega hasta la parte superior de las mejillas. Tiene sus pequeños labios rosados entreabiertos, y observo fascinado cómo sube y bajan sus hombros al ritmo de su respiración constante. Las manos están colocada debajo de su cabeza, sirviendo de almohada. La primera impresión que se podría llevar cualquiera que la viera es de alguien frágil y necesitada de protección, lo que es cierto. Si hubiera pasado una hora más en aquella sala de tortura, habría muerto por falta de atención. Evidentemente habría sido mi culpa. Olvidé por completo lo frágil que es cuerpo de una humana y que lo más importante para vivir es el agua. No ayudaba nada el saber que estaba herida. Heridas que yo había provocado. Pero por necesidad. La desobediencia es algo que me altera demasiado.

Una respiración entrecortada por parte de la muñequita hace que me centre de nuevo en ella. Sus pómulos están sonrojados a causa del frío. Llevo mi mano hacia su frente y compruebo su temperatura. Está caliente. Tiene fiebre. Suspiro abatido y me bajo de la piedra poniéndome de rodillas junto a ella. Me inclino sobre su diminuto cuerpo y coloco bien la chaqueta, cerrando los botones. Temo que no podré curarla hasta que no lleguemos a la mansión.

Derrotado me dejo caer junto a ella. Rodeo con mis brazos su cuerpo y permanezco inmóvil, observando atentamente su respiración. Poco a poco voy cerrando los ojos, y aunque sean unas horas, sólo pienso en descansar. Aunque no necesitemos dormir necesariamente, puesto que nuestra mente siempre está activa, el cuerpo de vez en cuando necesita reposar.

Tras unos minutos me sumerjo en un profundo y oscuro sueño. 



Marionette ©Where stories live. Discover now