Capítulo 10. Mientras estés conmigo.

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Parece tonto nuestro juramento, pero éramos unos niños cuando lo escribimos. Al crecer no lo quisimos cambiar porque era el recuerdo de como pensábamos al ser pequeños y decidimos que por siempre sería nuestro juramento.

―¿Qué piensas, hijo? ―pregunta mi papá ayudándome a voltear la carne para las hamburguesas―Estas muy concentrado en tus pensamientos desde unos minutos.

―Solo recordaba cosas, papá―contesto con una sonrisa y le doy la vuelta a una de las carnes―. Recordaba la promesa que hicimos Kendra y yo cuando íbamos a la primaria, la que escribimos el primer día que la invite a comer a casa.

Papá suelta una carcajada y con eso sé que lo recuerda. Estoy seguro que nadie olvidara ese día hasta el día de su muerte.

[HACE DIEZ AÑOS CON CINCO MESES.]

Mi madre era una persona mala. Es más, era la personificación del diablo en la tierra. No podía creer lo que me obligo a hacer.

Pero tenía que darle la razón. Tenía unos pocos meses de conocer a Kendra y ella era la única que no se aburría de estar conmigo, sin importar que siempre hiciera la misma rutina día con día. A ella me encantaba jugar lo mismo en la hora del receso, platicar de las caricaturas que veíamos y jugar gato en mi libreta de juegos.

Era la hora de la salida y los padres de Kendra aún no llegaban por ella y la razón era porque mamá les llamo para decirles que la llevarían a comer a mi casa, ya que querían agradecerle el que fuera mi amiga.

¿Qué clase de padres hacen eso? Solo los míos, tenía cientos de amigos y jamás les hicieron una comida. Cuando les pregunte que por qué le hacían una comida a mi amiga, me respondieron:

―Porque es tu primer amiga, tienes cientos de amigos pero apenas has hecho una amiga―se sonrieron mutuamente y eso fue mi bomba.

Mis padres amaban a Kendra porque parecía un angelito y que decir de mi hermana, la trataba como a un muñequita de porcelana.

Recuerdo lo nervioso que estaba de invitarla a comer, sabía que si los niños de mi salón me escuchaban, al día siguiente dirían que ella y yo éramos novios, cuando solo éramos amigos. Entre nosotros estaba la regla de no niñas porque nos pegaban los piojos―las cosas que uno piensa de pequeño―.

―Hola―le dije en un susurro.

Ella voltio a verme y una sonrisa apareció en un rostro. Por alguna razón siempre me gustaba verla sonreír de esa manera tan linda. Cuando ella sonreía era como ver el cielo en la tierra, todo alrededor se volvía obsoleto inclusive el aire, lo único que necesitabas para ser feliz era verla sonreí.

―¡Hola! ―respondió llena de alegría―.¿Aun no vienen tus papás?

Negué con la cabeza y los señale. Ella, los saludo con la mano y mis padres le respondieron el saludo.

―Están esperando que te invite a comer―solté más veloz que un cohete, ella me miro frunciendo el cejo―. Ufff...―solté un suspiro más nervioso que para hacer un examen―. Mis padres, ya llamaron a los tuyos y les pidieron permiso para que fueras a mi casa a comer.

"Así... que yo vengo a...a...a....invi-invitarte a comer―tartamudee.

Sentí un sudor frio recoger cada parte de mi cuerpo, incluso recuerdo haberme limpiado la frente a causa de ese sudor.

Ella me sonrió y luego se soltó a carcajadas.

Fue mi turno de mirarla con el cejo fruncido. Unos segundos después, escuche a mis padres reírse.

𝐒𝐨𝐥𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐭𝐮𝐲𝐚 (#1)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ