Sinopsis

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Samuel, un joven español de 18 años con su cabello castaño casi a rapa, piel un poco bronceada por el trabajo y con un poco de musculatura. Le dio un sorbo más a su cerveza, mezclándola con el sabor de la sangre que salía aún de su labio. Llevaba casi dos horas sentado en la acera, las cervezas que había comprado se habían agotado y ya no aguantaba los gritos. Pensaba esperar a que su amigo saliera de allí, pero parecia que jamás iba a suceder eso.

Suspiró cansado antes de ponerse de pie de forma tambaleante, dejó que la bebida alcohólica se resbalara de su mano y empezó a caminar hacia la entrada de la desgastada casa.

Los gritos de dolor y furia no paraban, estaba agotado tanto física como mentalmente y no estaba seguro de lo que iba a hacer. Atravezó el jardín y llegó hasta la puerta, miro el timbre pero pasó totalmente de él para acabar golpeando la puerta con su puño cerrado, usando más fuerza de la requerida.

Lo último que se escuchó del interior de la casa antes de que la puerta se abriera fue un cristal estrellándose contra la pared. Un hombre obeso, de baja estatura pero más fuerte que el joven de 18 años, apareció en la entrada, sus ropas estaban sucias tanto de café como de sudor, su mirada se veía cansada y llena de cólera. Samuel se preguntó, cuando había sido la última vez que lo vio reír, recordo aquellos paseos nocturnos en la playa con su mejor amigo y con ese señor. Sonrió nóstalgico.

--¿¡Qué carajos quieres muchacho?!-- habló con odio, ese era el único sentimiento que albergaba su alma en aquellos momentos.

--Vine a llevarme a Diego-- dijo seguró el chico, sin trabarse a pesar de estar algo borracho --, no pienso permitir que siga dañándolo.

El hombre rió con ganas --¿Acaso no lo sabes? Ese estúpido es gay. Largate Samuel, déjame acabar de castigarlo.

Iba a cerrar la puerta pero el castaño la detuvo con su mano.

--No señor-- Samuel miro al interior de la casa, su amigo sollozaba en silencio sentado en el suelo, con la mirada agachada --, me ha dejado claro que usted no lo quiere, pero él es mi mejor amigo. Diego vendrá conmigo, y usted jamás tendrá que volverlo a ver, ambos nos iremos.

--¿Por qué te quieres llevar a esta basura?-- susurró enfadado, miro detrás suyo donde su único hijo seguía llorando.

--Por que es mi hermano, y también soy gay.-- el hombre le miro impresionado.

Notó las marcas de golpes en su rostro, la sangre seca bajo su nariz y parte de su labio inferior. Se dio cuenta que en la calle, al lado de un par de cervezas vacias, había una mochila y una maleta.
Gruñó sintiendo repugnancia, pero se hizo a un lado dejándolo entrar.

--Toma tus cosas y largate de mi vida bastardo.-- ordenó mientras caminaba hacia la cocina.

Samuel fue hasta su amigo, a pesar de estar bajo los efectos del alcohol le ayudo a ponerse de pie y lo acompaño hasta su habitación, empacaron lo más rápido que pudieron y lo más importante. En menos veinte minutos, salieron de la casa con tres maletas pertenecientes al menor por meses.

--Gracias-- susurró con voz rota --, si no hubieses llegado estaría muerto.

Samuel sonrió, pasó su brazo por los hombros del chico y caminaron hacia dónde estaban sus cosas.

--Por nada chaval, para eso estamos-- se colgó la mochila a la espalda y tomó por la agarradera la maleta --, vámonos.

Diego, un muchacho de nacionalidad mexicana, pero que había vivido toda su vida en España al lado de Samuel, le veía cómo un superheroe. Castaño claro, piel morena y lampiña, ojos color almendra y sonrisa tímida. La familia de Luque y la familia Hernández eran de escasos recursos, con padres violentos y madres desinteresadas.
Tal vez fue por eso que cuando se conocieron, de 7 años, se hicieron inseparables y se juraron amistad eterna.

La Casa GAYWhere stories live. Discover now