6| Zoey

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El sábado a la tarde ni siquiera me doy cuenta de que el sol se oculta hasta que mi padre toca la puerta de mi habitación y menciona que ya son las siete y media

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El sábado a la tarde ni siquiera me doy cuenta de que el sol se oculta hasta que mi padre toca la puerta de mi habitación y menciona que ya son las siete y media. 

Y eso pasa porque cuando una historia me atrapa de verdad y comienzo a leer, ya no tengo conciencia sobre el tiempo. Me olvido de todo lo que pasa al rededor y solo me percato de leer entre líneas; las historias toman el control de mis sentidos y de mi cerebro. No me puedo despegar de un buen libro, si comienzo a leerlos debo llegar hasta el final, aunque eso signifique horas y horas leyendo. 

Y si no fuera porque mi padre padece de la misma obsesión de lector compulsivo, yo ya me hubiera perdido la primera fiesta a la que me invitan luego de tanto tiempo.  

Una hora después, ya duchada y vestida, toco el timbre de la casa de Sam esperando a que me reciba. No pasan ni diez segundos cuando la puerta se abre y del otro lado, este mismo me recibe sonriendo.  

—¡Ya era hora! —me invita a entrar luego de pasar sus brazos sobre mis hombros y estrecharme con fuerza. 

Mentiría si dijera que todo está como lo recuerdo, sinceramente no lo recuerdo. Pero lo que sí tengo todavía grabado en la mente es el sótano que los tres utilizábamos para mirar películas, y no me sorprende que él me apunte escaleras abajo, directamente a ese sitio cuando llegamos al pasillo. 

Al bajarlas, me percato de que todos están ahí: la señora O'Connell, las mellizas, Sophie, la chica de pelo sobre los hombros a la que conocí hace apenas un par de días y finalmente, el rival de la infancia que en la actualidad no puede verme ni en pintura.

No me toma por sorpresa que, cuando paso por su lado, Luke ni siquiera se inmute. Permanece concentrado con su celular mientras los demás se levantan para obsequiarme un saludo. 

Camino por el espacio libre hacia donde Sam me apunta y antes de que logre encontrar sitio en alguno de los sofás, una de las mellizas se me acerca con soltura. 

—¡Zoey! —Me saluda. La distingo rápidamente porque todavía lleva el pelo trenzado a todos lados. 

—¡Darcy! —extiendo mis brazos, aceptando el abrazo que me da —Estás enorme. 

Cuando conocí a Sam, sus hermanas tenían casi seis años y toda la ropa que me quedara pequeña se las obsequiaba, al igual que mis muñecas y algunos peluches. 

—Mido dos centímetros más que Diane—comenta, haciendo que la susodicha niegue y se cruce de brazos. Esta última dedica un par de segundos a saludarme con un gesto de cabeza.

—Claro que no. Solo lo dices porque el peinado te da más volumen. —replica. 

El reproche es suficiente para que comiencen una pelea, su madre las regaña blanqueado los ojos y ahora es Sam quien vuelve a llama mi atención para hacerme un sitio. 

Dos veces hasta prontoWhere stories live. Discover now