3| Luke

247 18 1
                                    

Hasta hace unos años tenía una teoría

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Hasta hace unos años tenía una teoría. 

Sentir odio hacia una persona se parece irónicamente a estar enamorado de ella, y eso básicamente, porque el amor y el odio son sentimientos recíprocos, con reacciones y emociones más parecidas de lo que aparentan. 

Lo explico de mejor forma, con solo pensar en la persona que detestas, el corazón se te retuerce ¿verdad?, la adrenalina te recorre las venas. Recuerdas su cara, los sentimientos que te genera. Puede que tu apetito también se te desvanezca y que se te pierda el sueño, que el roce con ella te erizase la piel y te consuma el cuerpo.

El amor y el odio son tan distintos y parecidos entre sí que resultan ser parte del mismo juego. Y si algo había aprendido en todo ese tiempo, es que se trataba de una partida donde había que vencer porque una vez que perdías una jugada, no había nada que no pudieras perder. 

Me gustaría creer que estoy equivocado, seguramente más de uno pueda estado en desacuerdo con mi opinión, pero si en algún momento llegué a dudar de ella, ella ha vuelto para terminar de confirmar mis sospechas. 

En su momento odiar a Zoey era como estar enamorado de ella. Y detestaba eso, porque no podía quererla, así que eso me forzaba a dejar de odiarla a pesar de que quisiera seguir haciéndolo. Supongo que por esa razón, nuestra amistad había sido tan caótica y dañina entre los dos. 

Me dejo cae sobre la cama y presiono mi rostro contra una de las almohadas. ¿Qué es lo que está haciendo aquí de nuevo? ¿Por qué tenía que volver para estropearlo todo? 

Ruedo mi espalda contra el colchón y mi teléfono comienza a sonar. Me fijo de quien se trata, seguramente se trate de Sam. No pienso contestarle, estoy muy enfadado. ¿Invitarla de sorpresa? ¿ocultármelo? ¿perdonarla? Eso ha sido muy bajo. Incluso para alguien que podría estar bajo tierra pronto. 

Sin embargo, a pesar de que me rehúso a levantar el teléfono, este sigue vibrando sobre mi mesada y me obligo a recogerlo para apagarlo. Cuando la pantalla queda fija frente a mis ojos, me doy cuenta de que en realidad no se trata de Sam, sino de uno de mis hermanos. Ruedo los ojos y presiono el botón verde. 

—¿Qué quieres? —pegunto. 

—¿Cómo que qué quiero? —responde —Que contestes mis llamadas, imbécil. Ahora resulta que uno no puede llamar a su hermano porque molesta. 

Me paso el móvil a mi otra oreja.

—Te fuiste a Nueva York y pensé que ya no volverías a ser una molestia. Pero mírate —acomodo la espalda detrás de mí —Siempre te superas. 

No tengo que verlo para saber que está blanqueando los ojos. 

—Ojalá mamá te hubiera dado un par de collejas de pequeño. 

Escucho murmullos del otro lado, movimiento y mucho ruido. Así que doy por hecho que no se encuentra en su trabajo aburrido. 

—¿Dónde estás? 

Dos veces hasta prontoWhere stories live. Discover now