–Mi hija tiene que reunirse con un familiar en los Estados Unidos.

–Hay transporte por carretera. –Resolvió– No me he presentado. Soy Zarek Friedmann, un gusto.

–Igualmente- respondimos.

–Bien, falta poco para partir. Fräulein –se dirigió a mí –la espero en el puesto de pescado frente al barco. Con permiso.

Zarek se retiró a paso seguro y espalda erguida.

Despedirme de mamá fue realmente duro. Quizás no la volvería a ver. Ambas nos confesamos lo que no dijimos cuando no había prisa y mucho menos pensábamos en despedidas. Prometió cuidarse y enviarme una carta. Sabía bien que sería casi imposible que una carta de ella llegue a mis manos. Sin embargo asentí percibiendo la ilusión de ambas al saber que no perderíamos el contacto.

Se alejó echa un mar de lágrimas después de dedicarse varios minutos a solo abrazarme, acariciar mi cabello y besar mis mejillas. Dejé que lo hiciera pues lo necesitaría cuando me sintiera más sola que nunca en un barco rumbo a lo desconocido e incierto futuro lejos de la tierra que me vio nacer y ahora me pedía la muerte. Di la vuelta, estaba a punto de huir de Alemania; un sueño vuelto realidad. Rogaba por que no descubran a mis compinches, merecían bendiciones después de arriesgar tanto su vida por una simple muchacha huyendo de sus orígenes.

Volteé una vez más para encontrarme con la mirada de mi madre tan lagrimosa como nunca antes vi. Corrí de vuelta y la abracé. Inhalé su aroma una vez más: lavanda.

–Te amo, mamá.

Me separó sosteniéndome por los hombros. Me obligaba cruelmente a verla a los ojos ¿acaso no sabía que ver sus ojos empapados en lágrimas me destrozaba el alma?

–Todo va a estar bien, cariño.

La libertad estaba a unos pasos de distancia. Luchando por despegarme de mi madre en contra de mi voluntad, emprendí mi camino hacia el barco. No miré atrás, no podía hacer esta despedida aún más difícil. Ella se fue, comprendía que si volvía mi mirada y la veía ahí de pie llorando, no querría desprenderme de su abrazo.

Zarek llevó mi maleta. El capitán no estuvo de acuerdo con llevarme, pero accedió al convencerle que iba a estudiar a América. Pensé que la excusa de que mis clases iniciaban pronto y no había otro barco que pudiese llevarme, sería lo suficientemente convincente. Lo fue de cierto modo. El hombre barbudo aun reacio a mi propuesta de pagarle algunos billetes por mi viaje.

No confiaba en todos aquellos hombres que abordaban el barco, tampoco en la señora que cocinaba ni en la hija del Capitán quien a simple vista parecía varón vistiendo camisa holgada y pantalones. A ciencia cierta, lanzaba una mirada nada generosa hacia mí. Tampoco sabía si podía confiar en Zarek Friedmann, tan solo lo conocía de hacía un par de minutos.

Subí al barco. No era el mejor lugar, mucho menos un crucero. Ni mencionar el pánico que le tenía al agua. No hubiese sido sobreviviente del Titanic ni subida en alguno de esos botes salvavidas. Solo imp0loraba que este no sea un caso de hundimiento. Mi madre nunca lo sabría pues mi nombre no figuraba en el registro de tripulantes.

–Y bien, señorita ¿está cómoda?- preguntó Zarek desde mi espalda.

Sospechaba sin dudas que aprendería a captar su ironía. Una sonrisa casi burlesca desbordó de sus labios mientras recogía su maleta en una mano y mi maleta con la otra.

–De hecho no.- le seguí el paso.

A través de la cubierta, tomo el camino de escaleras. ¿Debía seguirlo? Claro, tonta. Tiene tus maletas.

Antes de bajar por las escaleras, me acerqué al borde del barco y no vi a nadie despedirse de los tripulantes. Lamentablemente, los que viajaban tenían una vida en el océano y era el único que les daba la bienvenida.

Al bajar los angostos escalones, me di con la sorpresa de toparme con Friedmann recostado en la pared fumando un cigarrillo .Aún tenía las maletas a los pies.

–Lamento informarle que tendrá que dormir en cubierta. Ninguna mujer la quiere en su camarote.

– ¿Y no hay otras habitaciones disponibles?

–No. Si gusta puede quedarse con Pete.

¿Pete? No me quedaría a dormir con un hombre a quien no conocía. Mucho menos a solas, me exponía a quien sabe qué cosas.

–Me bajo del barco.

No podía quedarme en un barco en el que tendría que dormir en cubierta en pleno invierno. Moriría en un par de días de neumonía o algo parecido. No pasaría de dormir bajo un techo (incluso en Bergen- Belsen) a dormir sin protección.

Di la vuelta dirigiéndome hacia las escaleras. Una mano tiró de mi brazo haciéndome perder el equilibrio. Me sujeté de la baranda antes de caer al piso.

Friedmann rió.

–Pete es el pastor alemán de Greta. Lleva días sin comer. Pero te escupiría o tragaría sin masticar, no tienes carne.– burló sin lástima.

Nadie me ofendía. Era consciente de mi contextura y aquel chico mentía. Me sentía en perfecta forma después de haber bajado un par de kilos el verano pasado. Además, tres días sin comer no hacen que una persona parezca una calavera.

–Necesito un lugar dónde dormir. Pagué por este viaje.

–Nadie te obligó.

Zarek tomó las maletas y se dirigió un par de puertas antes del final del pasillo. Abrió la puerta de una patada leve y entró. Dudé seguir sus pasos, finalmente me decidí por entrar. Antes de poner un pie dentro, sacó mi maleta de la habitación dejándola a mi lado.

Cerró la puerta en mi cara.

Esto no se quedaría así.


Buen fin de semana ✌

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