Parte 7 - Las rosas son rojas

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Capítulo 7: Las rosas son rojas.

Judy miró a los cómplices, que habían decidido no decir una palabra más, y se propuso saber qué diantre de sorpresa era la que sus padres le habían ocultado.

Salió de la cocina sin mirar atrás y en dirección al recibidor. Al pasar junto al comedor, se detuvo un segundo en el marco de la puerta, viendo que éstos permanecían en el sofá, acompañados de algunos de sus hermanos pequeños. Bonnie acariciaba el brazo de Stu, que ya balbuceaba algunas palabras tras el impacto emocional.

—¿No váis a abrir? —Les preguntó, conociendo la respuesta.

—¿Puedes ir tú, por favor, cariño? —Le pidió su madre, con carita inocente. —Tu padre necesita todavía unos minutos de apoyo... em... moral.

Nuestra conejita se encogió de hombros y continuó su camino hacia la puerta. Si esto formaba parte del plan de sus padres, lo descubriría enseguida.

En realidad, cuanto más lo pensaba, más absurda le resultaba toda esta historia. Sólo quería descubrir lo que estaba pasando, arreglar el malentendido, fuera cual fuera, terminar de pasar la semana lo más tranquilamente posible y, finalmente, regresar a la ciudad y a su vida de policía; que a pesar de todo, le resultaba menos problemática que la familiar.

Una vez en el recibidor, atrapó el pomo de bronce con un rápido giro de muñeca y abrió la puerta de par en par. Lamentablemente, un enorme ramo de rosas rojas bloqueaba su objetivo... Un momento... ¿rosas rojas?

—¿Pero qué...?

—Buenos días. —Saludó una voz aterciopelada al otro lado de la mancha carmesí. —¿Se encuentra la señorita Judy Hopps en casa?

—Em... —Entender que las flores iban dirigidas a ella la sorprendió más de lo debido. Además, descartó la idea de que se tratara de un simple repartidor por la visible calidad de sus pantalones de lino, los mocasines y, sobretodo, el reloj en oro que colgaba de su muñeca enguantada. Sin duda, se trataba de alguien con mucho poder económico pero, a pesar de ello, Judy se forzó a mantener el porte. —Sí... soy yo.

—¡Oh! —El recién llegado sonrió tras las flores, todavía sin mostrar su rostro. —Vaya, entonces estoy de suerte.

La conejita enarcó una ceja. No estaba precisamente de humor así que decidió ir al grano.

—Perdone la pregunta pero, ¿quién es usted?

El desconocido asomó los ojos por encima del ramo, dejando entrever las marcas de las mejillas que delataban su traviesa expresión y un par de orejas de pelo algo más largo.

—A ver si lo adivinas.

Aquel reto la molestó, y no sólo por la poca paciencia que le quedaba, sino por la repentina informalidad y la forma en que sus ojos la miraban. Había algo en aquellas pupilas azules que no encajaba con el tono juguetón de la voz; algo que hacía saltar todas las alarmas en Judy... pero la policía no se dejó intimidar.

—Señor, no tengo tiempo para juegos. —Replicó manteniendo la distancia formal y dispuesta a terminar con tanta tontería. —Si no le importa, me gustaría poder resolver esta cuestión lo más rápidamente posible; así que, si tiene la bondad de decirme a qué se debe su visita...

—Qué seria. —Rió el conejo. —Me presento con un bouquet de Trudy's, la mejor floristería del país, ¿y así me recibes?

Judy ya había tenido suficiente. Ni corta ni perezosa, colocó sus patas en medio del ramo y abrió un camino entre las flores para ver la cara de aquel que se atrevía a tratarla con semejante descaro.

¡Un asunto conejudo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora