–Me ganaste, Stenberg. Mara- al pronunciar mi nombre captó inmediatamente mi atención.

–Sí, Obersturmbannführer.- presentía que no me gustaría lo que anunciaría.

–Irás a vivir a casa de tu tía Elisabetha. Estando en Hamburgo aún corren peligro.

– ¿Qué? Papá, pero no puedo. Tengo trabajo.

–No me refutes. Es una orden.

Mamá se disculpó para retirarse. Ella lo sabía y no quería decírmelo. Ahora comprendía su dolor y la manera de evitarme desde que llegué de casa de los Steiner.

–No puedes llevarme contra mi voluntad.- protesté

Se levantó de la mesa bruscamente tomando mi brazo con fuerza. Me arrastró hasta mi habitación donde me soltó sobre la cama.

–Te quiero abajo en quince minutos , Mara.

Bajó mi maleta de lo más alto del armario haciéndola caer sobre la alfombra.

–Nada de libros.

Azotó la puerta tras él. Traté de abrirla para ir a ver a mamá, pero había cerrado con llave. Quince minutos.

Entre sollozos y lamentos, empaqué lo necesario. Papá revisaría mi maleta, no era seguro colocar libros ahí. Escogí los más delgados, pero eran muchos. A duras penas decidí por dos pequeños y delgados. Los escondí en el cinturón de mi falda, uno a cada lado. Odiaba romper libros, pero no sabía si al volver a casa esta no habría sido bombardeada. Doblé las hojas de los libros y las escondí en los zapatos que calzaba. Tomé una fotografía en la que aparecíamos mamá y yo, abrazadas y sonrientes, la doblé escondiéndola en la tira de mi sujetador. Nadie se daría cuenta. La idea de esconder páginas en el pecho fue genial, arranqué más páginas e hice lo mismo. Necesitaría una pluma para escribir en el camino, así que enrollé mi cabello en torno a una que camuflaba como adorno.

Escribí dos cartas breves para mamá y Max. No había mucho tiempo. De pronto se abrió la puerta de golpe, no era necesario adivinar de quién se trataba. Antes de que mencione algo hiriente salí de mi habitación entre lágrimas y quejidos. Traté de grabar la imagen de mi habitación, la casa en la que ahora vivíamos. Me dio lástima encontrar la puerta de la habitación de mamá cerrada. No se despediría de mí.

Abajo solo se encontraba mi hermano con la cabeza gacha y las manos hacia atrás. Mi padre le entregó mi maleta. Observé la entrada por última vez antes de que el auto pusiera en marcha. Adiós mamá.

No recordaba el rostro de la tía Elisabetha. Era hermana de papá. Su casa en el campo siempre la recuerdo sencilla, modesta, pero acogedora. No la veía desde los nueve años, las veces que nos vimos fueron escasas. La tía no era cariñosa en ningún sentido, era la viva imagen de mi padre en versión femenina. Aun soltera con una granja a la cual cuidar.

No recuerdo haber sentido que el auto se detenía. Me quedé dormida. Franz abrió la puerta tendiéndome la mano para ayudarme a bajar.

Habíamos llegado a la estación de tren. Lo bueno del viaje era el tren. Me gustaba ver por la ventana lo verde del campo y a los pastores andar con sus animales. El aire que se respiraba era puro y saludable. Sin embargo, la tristeza de mi ser era aún más fuerte que el deseo de abandonar la realidad bélica de la sociedad.

Había pequeños camiones del ejército estacionados fuera. En la entrada, un uniformado quien supuse registraba a los llegados, se encontraba tras una pequeña mesa. Al no ver a ninguna persona de cabellos rubios, ojos azules o por decirlo así, un prototipo nazi, me asusté.

– ¿No funciona la boletería?

Él y sus acompañantes rieron.

–Nombre- exigió

–Mara Kähler Fainelli

El hombre me miró asombrado sin poder entender lo que veía. Tampoco lo entendía yo.

– ¿Es familiar del Obersturmbannführer Kähler?

–Mi padre- aseguré.

Llamó a otro a quien le susurró en la oreja y este asintió. Enseguida, regresó y volvió a hablarle al oído. Cambiaron de puesto.

–Acompáñeme- pidió

Caminamos hasta lo más alejado de la estación. La situación me aterraba. Un guardia se acercaba y quien me apartaba de todos, me empujó.

– ¡Camina!- gritó- cállese y siga mis órdenes- susurró apenas audible.

No pude evitar gritar de espanto al ver cadáveres tirados en el suelo derramando sangre. El olor era nauseabundo. Los muertos portaban en el brazo la banda blanca con la estrella de David impresa. No podía creerlo.

Esperaba que el tren viniera lo más pronto. Mis lágrimas mojaron el cuello de mi blusa. Sentía dolor en el pecho como si me hubiesen golpeado una y otra vez.

El sargento me empujó dentro de una pequeña separación entre una cabina y otra.

–Señorita ¿Qué hace usted aquí?

–Espero el tren a casa de una tía.

Su mirada no transmitía ningún mensaje.

– ¿Usted es judía?

–No. No podría ser judía e hija del Obersturmbannführer al mismo tiempo.

–Estos trenes llevan a Bergen-Belsen.

No pude evitar sentir que me derrumbaba. Mi padre me estaba entregando como judía. No entendía la razón. Mi padre. Mi propio padre. No podía creerlo. Y mi hermano lo sabía. Estallé en llanto sin consuelo.

–Escúcheme, Mara. Si desea que la ayude a escapar, tendrá que apoyar. Su padre ha de estar buscándola. La llevaré de nuevo ante sus ojos.

–No por favor.

–Mi compañero ya la registró. Cambiaré sus ropas por las de una muerta. Esto es arriesgado. ¿Su hermano sabe de esto?

–Él y mi padre lo planearon- sollocé.

–Traidores. – Susurró- Soy Thomas. Mi amigo y yo planearemos su huida. No es lugar para usted.

Thomas me llevó con los demás judíos. Lloraban, se lamentaban junto a sus familias. No podía soportarlo. Sabía que pronto llegaría el tren y si Thomas no me ayudaba a tiempo, moriría.

Aún no entendía qué hacía en la estación esperando por el tren que me llevaría a la muerte. ¿A caso mi madre era judía?


-Kasseler: es un filete de carne porcina puesto en salazón y un poco ahumado.

-Bergen Belsen: campo de concentración ubicado en el estado de Baja Sajonia, Alemania.

-BDM: BugDeutscher Madel (Liga de muchachas alemanas) Rama de juventud femeninaHitleriana creada por el partido Nacionalsocialista. Albergaba muchachas de 10a 18 años donde las formadas para adoptar las tradiciones, aprendiendo arepresentar un rol de mujer en la sociedad. Durante la guerra sirvieron comodefensa ante la invasión aliada.


N. de la A. : Se agradece a todos los lectores. Gracias por su tiempo.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora