38- El Imperio de Nieveterna

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Me acerco a la comida con curiosidad, es un plato frío de una especie de puré. Pruebo una cucharada. Dudo que contenga veneno. Si me quisieran muerta, no se habrían tomado tantas molestias... y, por supuesto, no me matarían con puré de plátano.

Miro el paisaje nevado a través de la ventana. A juzgar por lo que veo desde aquí, debo de encontrarme en una de las torres del castillo. Suenan unos golpes en la puerta. Varias mujeres entran armadas hasta los dientes de toallas, cepillos, y más cosas. Me dicen algo que no termino de entender y me guían a otra habitación. Tardo un momento en caer en la cuenta de que van a bañarme.

Intento comunicarles que puedo hacerlo sola. Las mujeres parecen captar lo que quiero decir, por lo que dejan las cosas y se retiran. No siento la necesidad de bañarme, pero sería un desperdicio no aprovechar esta bañera perfumada.

Termino de desvestirme y me meto en la bañera. El agua está templada. Me desenredo el pelo y lo limpio a conciencia. Apoyo los brazos fuera y me relajo. No me importaría acostumbrarme a esto.

El pomo de la puerta se retuerce y me llevo un gran susto.

—¡Detente! ¿Qué haces? —suena la voz de un hombre, amortiguado por la puerta que nos separa—. ¡Es una mujer!

—¿Puedo saber por qué me levantas la voz, hermano? —suena otra voz masculina—. Solo voy a darle la bienvenida.

No hablan en mi idioma, estoy segura. Pero entonces, ¿por qué les entiendo? ¿Por qué comprendo el significado de cada una de sus palabras?

—Sería mejor llamar a la puerta antes de entrar al aseo, ¿no crees?

—¿Es eso necesario?

—¿Acaso la emperatriz Nieveterna no te ha enseñado modales?

—Es nuestro hogar, ¿por qué iba a llamar a la puerta?

—Ya la veremos más tarde. Y deja esa espada, podrías asustarla.

—¿Por qué iba a asustarse?

—Deja de hacer tantas preguntas, vamos.

Oigo sus pasos alejarse, junto a sus voces. Viven aquí y son hermanos; han nombrado a una emperatriz, ¿serán príncipes?

Salgo de la bañera y me seco con una toalla. Las mujeres me han dejado ropa para cambiarme. Seguramente fueron ellas quienes se encargaron de mí mientras estaba inconsciente. Estas telas tienen algo especial que regulan la temperatura.

Vacío y limpio la bañera, abro una pequeña ventana para dejar que el vapor salga y cuelgo la toalla usada; guardo lo demás en un armario y le quito los cabellos pelirrojos que he dejado sobre el cepillo de pelo. Cierro la ventana.

Regreso a la habitación y clavo de vuelta la escoba en mi cabello. No he venido para quedarme, recuerdo muy bien qué tengo que hacer. Bajo por la escalera de caracol de cristal y echo un vistazo por uno de los pasillos, las habitaciones parecen estar distribuidas de igual manera en todas las plantas. Llego a la última planta deslizándome por la barandilla. Salgo al patio y recorro el jardín de nieve.

Escucho el sonido algo cortando el aire. Me asomo tras unos árboles y veo al chico de antes, sin la gorra, lanzando estocadas. Me ve y no me molesto en esconderme.

—¡Hola! —me saluda.

Sacude la nieve de su cabeza y deja aparecer un cabello negro.

—Hola. ¿Por qué te entiendo? —pregunto en el idioma que no sabía que existía—. ¿En qué idioma hablamos?

—En el idioma universal de magos. Lo llevamos en la sangre. ¿Es esa una pregunta trampa? —se acerca a mí—. Al fin has llegado. Fui simplemente a escalar el Pico de los Halcones, no esperaba encontrarme contigo. A propósito, ¿no eres un poco joven para ser una guardiana?

Cree que soy una guardiana, eso explicaría su trato. Estará esperando a que le lleven al mundo de los magos.

—No soy una guardiana.

—¿No? Entonces, ¿qué eres? —frunce el ceño.

—Soy una maga humana, iba mundo de los magos por mi cuenta y acabé aquí.

—¡Ah! Entonces ambos queremos ir a Haeky. ¿Acaso a los humanos no se les recogen? Es peligroso viajar solo a través de portales.

Observa su espada, luego me mira. Señala algo tendido en el suelo.

—¿Te atreves? ¿O te asustan las armas?

Tomo la empuñadura de la espada. La hoja reluce traslúcida, pero no está afilada; es alargada y tiene figuras grabadas. Su empuñadura parece estar bañada en oro y hay dos piedras preciosas incrustadas en los laterales del mango.

—¿Qué arma? Esto es un adorno —respondo—. ¡En guardia!

Muestra una sonrisa salvaje. Dobla ligeramente las rodillas y blande su espada. Imito su gesto. Los sonidos metálicos de nuestros choques resuenan por el jardín. No parece tener intención de ganar, está bailando conmigo. Mis movimientos carecen de experiencia, mientras que los suyos blanden gracia.

Con un giro de muñeca, mi espada da un rodeo en la suya y, de un tirón, pretendo lanzarlo por los aires. Su espada no se despega de sus manos. Se inclina hacia delante y por poco me roza; cojo aire y me echo hacia atrás, perdiendo el equilibrio y cayéndome al suelo. Me señala la barbilla con su arma.

—Muerta —sonríe.

Gira sobre sus talones y se aleja de mí, orgulloso. Me levanto y pongo la punta de mi espada sobre su nuca, deteniéndolo en el sitio.

—Regla número uno, nunca bajes la guardia.


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La chica del cabello de fuegoWhere stories live. Discover now