nueve

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Cameron

Entré al Starbucks antes de volver a casa después de mi tradicional carrera matutina y así aprovechar y comprar algo de desayuno. Andaba distraído, pero por suerte me sabía de memoria qué pedir.

-Seis donuts de chocolate, tres palmeras de caramelo y un frappuchino con... ¿Ari? -pregunté confundido a la chica que me atendía.

Ella se sonrojó y me dirigió una pequeña sonrisa.

-Hola Cam -me dijo con su característica voz dulce.

Toda la dureza de ayer se había disipado con el tiempo, supuse. Nos dejó a todos bastante impresionados, la verdad. Estábamos acostumbrados a la Ari calmada y sensata, y nos había impactado la Ari de los nervios. Había pasado a ser una réplica de Julia o Lucía, de las más temperamentales del grupo.

-¿Desde cuando trabajas aquí? -le pregunté con una sonrisa.

-Desde hace media hora, la verdad -respondió ella un poco cohibida-. Me dieron el trabajo ayer.

-Genial, así tendré una excusa para venir aquí los Sábados por la mañana -le guiñé el ojo y ella se sonrojó.

-¿Ibas a pedir algo, guapo? -una chica voluptuosa se situó junto a mí y me apoyó la mano en el hombro.

-¿¡Judith!? -exclamé sorprendido-. ¿Qué haces aquí?

Me empezó a contar que sus padres se habían separado y que se habían mudado su hermano y ella aquí con su madre. Judith y yo éramos vecinos antes de que me viniera a vivir con Nash, su hermano y el resto de chicos. Éramos prácticamente inseparables hasta la época del instituto, en la que nos distanciamos bastante. Me hizo ilusión volver a verla.

-¿Con qué querías el frappucchino? -nos interrumpió Ari con voz cortante.

-Con chocolate, por favor -pedí.

-Vale -me respondió ella fríamente.

Fruncí ligeramente el ceño, no entendía ese cambio de actitud tan brusco. Debo decir que esta Ari me da más respeto que la anterior, me gustaba más la chica dulce y tímida.

-Aquí tienes. Son dieciséis dólares.

Me dejó un par de bolsas en la barra y cuando le pagué se dio la vuelta sin decir nada. Miré su espalda un rato, entreteniéndome en los tirabuzones de su pelo, y luego me marché suspirando. Judith me detuvo justo fuera de la puerta.

-¿Quién es ella? -me preguntó alzando una ceja.

-Ari, una nueva vecina. Viene de España y...

-Y te gusta -me cortó ella.

-¿Qué? -le espeté abriendo mucho los ojos.

Judith rodó los ojos. 

-Babeas cada vez que le miras.

-¿En serio? -gemí-. ¿De verdad se nota tanto?

Judith asintió.

-Además, creo que es recíproco -me dio unas palmaditas en la espalda volviendo hacia el Starbucks.

-No te burles de mí -protesté.

-No me burlo, idiota. Sólo hay que ver los cuchillos que me lanzaba con la mirada mientras hablaba contigo.

Judith entró después de ofrecerme una sonrisa burlona. Me quedé parado un rato, meditando las palabras de Judith. Lo que decía tenía sentido, y explicaba el cambio brusco de carácter de Ari. De repente, una sonrisa de idiota se empezó a formar en mi rostro.

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