Capítulo 17: Días perdidos

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  Anna y Kristoff charlaban en los aposentos de la princesa. Desde que la joven infanta se enteró de que su hermana había desaparecido tras atacar a los guardias que enviaron en su busca, y matar a dos de ellos, la princesa necesitaba compañía y atención casi constante, pues de lo contrario su cabeza comenzaba a llenarse de malos pensamientos y recuerdos que la hacían entristecer profundamente. Kristoff no parecía tener ningún problema en cubrir las necesidades sociales de la princesa, es más, disfrutaba de su compañía, cosa difícil de creer tras su primer encuentro y expedición, pero Kristoff creyó encontrar en la princesa una persona amable y pura diferente a las demás con las que se había topado: Una persona digna de confianza.

- ¿Y tú qué opinas?

No hubo respuesta a la pregunta de la princesa.

- ¿Kristoff?

- ¡Eh? Oh, lo siento - se disculpó el joven fornido mientras se frotaba los ojos -. No sé dónde tengo la cabeza ¿Qué decías?

- Que si debería poner la habitación del niño en la última planta.

- Eh... no lo sé. ¿No sería mejor que el niño estuviera con sus padres hasta qué...? Bueno... hasta que no llore.

La princesa se llevó las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos, quedando totalmente encogida en el lateral del sillón. Las llamas de la chimenea danzaban cerca de ella fundiendo su cuerpo en un juego de luces y sobras y acentuando la expresión sombría que había adoptado su rostro.

- Ojalá mi madre estuviera aquí... Ojalá estuvieran todos.

- Lo siento. Me temo que no soy de mucha ayuda para estos temas: soy huérfano.

- Lo siento. No lo sabía.

- No llevó un cartel - trató de bromear el joven sin resultado -. No conocí a mis padres así que está bien, no los echo de menos - miró a la princesa, pero esta no apartaba su mirada apática de las llamas -. Vas a ser una madre maravillosa Anna.

La joven pareció dignarse a verlo tras ese comentario.

- ¿Cómo estás tan seguro?

- ¿Bromeas? He visto lo que eres capaz de hacer por tu hermana, no puedo imaginar lo que harías por un hijo.

La princesa esbozó una media sonrisa, cálida como el fuego que calentaba la alcoba. Bajó los pies al suelo, se inclinó ligeramente y tomó las manos de Kristoff, grandes y ásperas, pero increíblemente confortables al tacto.

- Gracias Kristoff. Gracias por todo. Si no fuera por ti en estos momentos creo que ya me había vuelto loca.

El joven guardó silencio mientras sentía las delicadas manos de la princesa entre las suyas y la miraba a los ojos. Tragó saliva y pensó sus palabras.

- Es mi deber como ciudadano del reino cuidar de la princesa.

- Creí que no eras de ningún sitio en particular.

- Ya... bueno... - Anna soltó una carcajada mientras Kristoff se frotaba la nuca nervioso.

Era innegable que los días al lado de la princesa despertaron sentimientos en Kristoff que nunca antes había experimentado. No solo porque le agradaba su compañía, si no porque a veces llegaba a sentir que la necesitaba y, cuando la tenía cerca, la quería más cerca todavía. A veces incluso se sorprendía a si mismo fantaseando con ella: Los dos abrazados junto al suave y cálido regazo de Sven con una hoguera frente a ellos, como ya había ocurrido antes (aunque sin hoguera).

Kristoff no pudo evitar desviar su vista de los ojos de Anna. El camisón le sentaba un poco grande y parte del hombro izquierdo de la joven quedó al descubierto. Se sorprendió levemente al observar las pecas que en él había, y por un momento el pensamiento y la imaginación le jugaron una mala pasada, sorprendiéndose a si mismo imaginando el cuerpo pecoso de Anna bajo los ropajes. Su rostro comenzó a enrojecer y su temperatura a elevarse.

Hielo y Escarcha ❆Jelsa❆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora