Capítulo 7: El rescate de una princesa

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Elsa había construido una habitación con una cama en su palacio. Aunque no tenía un cómodo colchón ni unas mantas cálidas estaba tan cansada que tenía la sensación de desmayarse si pasaba más tiempo en pie.

Se tumbó en su gélida y elegante cama, boca arriba, con un brazo sobre el rostro tapándole los ojos. Él sol se estaba poniendo y la luz anaranjada atravesaba los muros hielo. Quedó dormida de inmediato.

Jack, no muy lejos de allí, volaba inmerso en sus propios pensamientos. Entre los cuales se encontraban su amigos guardianes. ¿Cuánto tiempo habría pasado en la Tierra? ¿Ya lo echarían de menos? ¿Norte y Bunny ya tendrían listo un sermón para soltarle? Le habría gustado que ellos también conocieran a Elsa, seguro que a Toothiana le encantaban sus dientes.

<<Después de todo tiene una bonita sonrisa>>, se dijo.

Pensó que sería buena idea ir a ver cómo estaban las cosas en el pueblo. Justo cuando estaba dispuesto a avanzar vio algo abajo, en la nieve. Se acercó más y pudo ver a un hombre totalmente abrigado sobre un reno que corría veloz. Llevaba algo consigo. Se acercó más y distinguió a la hermana de la reina entre sus brazos, Anna. Parecía dormida. Se acercó todavía más y puso una de sus manos sobre el rostro de la princesa. Aunque para Jack una persona normal siempre estaba, en su opinión, demasiado caliente, Anna simplemente estaba tibia, demasiado fría si él fuese un humano normal.

Enseguida comprendió que el joven trataba de llevarla de vuelta a Arendelle, por lo que los acompaño durante la travesía eliminando obstáculos y nieve del camino, algo que llamó mucho la atención de Kristoff y le hizo pensar que la reina le estaba prestando ayuda para salvar a Anna.

Al llegar a las puertas de palacio el propio príncipe Hans fue al encuentro de su prometida y ordenó que le preparan un baño caliente de inmediato , ropa seca, comida y que añadieran madera extra a la chimenea de su alcoba. Cuando los criados se llevaron a la princesa, Hans invitó a entrar al joven montañero y ordenó que cuidaran del reno en los establos. Jack los seguía de cerca; después de todo nadie era consciente de su presencia.

Ambos se sentaron junto al fuego en una acogedora habitación llena de libros, donde Hans pasaba la mayor parte del tiempo. Estaban uno frente al otro, en cómodos sillones cubiertos con mantas de lana purpura. Rápidamente llegó el servicio, que ofreció té caliente, queso de cabra y bizcocho recién horneado. A pesar de toda aquella hospitalidad Kristoff se sentía extraño e incomodo.

—Muchas gracias por traer a la princesa de vuelta, os debo mucho, caballero. Si os place, me gustaría que pasarais la noche en palacio y así repongáis fuerzas. Es lo mínimo que os puedo ofrecer —comentó el príncipe, mientras removía su té con una cucharilla de plata.

—Ah... —Kristoff no sabía que decir. Trató de no balbucear demasiado mientras buscaba las palabras adecuadas y luchaba por no abalanzarse sobre el bizcocho en un intento por no parecer mal educado. —Sois muy amable pero... no creo que el palacio sea lugar para mí.

—Lo será si yo digo que lo es. Habéis salvado a la princesa, ¡sois un héroe!

<<Si obviamos la parte en la que la escolté hacia el desastre>>, pensó Kristoff.

—Por cierto, decidme: ¿dónde la encontrasteis? Y por favor, comed, debéis estar hambriento.

—Eh... Sí, gracias —dijo al tiempo que cogía un pedazo de bizcocho para devorarlo ansioso, mientras pensaba como explicarle al príncipe lo ocurrido. Era difícil centrar la atención en otra cosa que no fuera la delicia que masticaba en ese momento.

A pesar de comer con la boca abierta, hacer ruido y dejar que cayeran las migas (de forma inconsciente, claro), Hans en ningún momento cambió su expresión serena y educada hacia el hombre rubio. Bebía su té con moderación y paciente a la espera de una respuesta.

Hielo y Escarcha ❆Jelsa❆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora