Rrix emite un extraño sonido de la garganta, de falta de aire y de atraganto con su propia saliva.
—No te estoy entendiendo, Rrix —dice Arturo con suavidad.
Nunca en mi vida lo he visto así. Connor se ríe, divertido. Rrix intenta asentir, pero su cuello está inmovilizado. Sus sonidos me llegan a desagradar, pero logra pronunciar una respuesta afirmativa. Arturo suelta su cuello. Rrix se tira al suelo y tose, escupe, e intenta recuperar el aliento dando grandes bocanadas de aire.
—Gra-gracias —dice y huye monte abajo.
*Narra Evelyn*
Escucho a Rrix irse corriendo.
—Voy a seguirle —dice Diego y lo escucho marcharse.
Alguien me agarra del codo.
—¿Qué hacías con ellos? —es la voz de Arturo.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —me sorprendo—. Me topé con ellos por accidente.
—Podrían haberte hecho daño, ¿por qué no has usado tus poderes? —noto un timbre de enfado en su voz.
—Tengo que limitar mi magia por ahora. Si lo utilizo para protegerme, pondría en peligro a los demás.
Me abraza inesperadamente. El corazón de Arturo palpita con fuerza y su cuerpo es cálido... ¡Cabello, quieto! Frío. Debo pensar en nieve, cubitos de hielo, granizados.
—Entonces no te separes de mí. Puedes usarme en su lugar.
Iglús, pingüinos, pies en invierno.
—Me-mejor me voy —dice Connor.
Había olvidado que seguía aquí. Arturo se separa de mí y escucho un sonido áspero. Ha sacado una caja de cerillas y ha encendido una. Con ella, enciende algo más grande; parece una antorcha. Debe de haberlo dejado el grupo de Rrix.
—Con esto verás mejor —dice Arturo entregándomelo—. Las cerillas apenas iluminan, solo sirven para ver cuánta oscuridad hay alrededor.
Puedo ver la preocupación en su dulce mirada del color de la miel.
—Rrix y yo no nos llevamos bien, siento que se haya metido contigo. No sé en qué piensa. ¿Por qué habrán traído una escoba hasta aquí arriba? Tarados.
—¿Escoba? Es...
—No importa, nos ha servido de antorcha.
—¿Qué? ¡Es mi escoba mágica!
Golpeo el fuego de la antorcha contra el suelo, intentando apagarlo. Mi abuela me va a tirar de la oreja.
*Narra Diego*
No sé adónde habrá ido Rrix, pero me ha servido de excusa para dejar a Evelyn y a Arturo solos. Paso por delante de la casa de Arturo y veo las luces encendidas. En la entrada, distingo una alta silueta. Los padres de Arturo lo saludan amistosamente y lo invitan a pasar.
Los veo dirigirse al salón y sentarse cerca de la ventana. Camino hacia la casa para ver desde otro ángulo. Consigo ver la cara del visitante, definitivamente es el tío de Arturo, Kris. Luce una barba de varios días y su oscuro cabello está peinado hacia atrás.
—Arturo ha tenido mareos últimamente —dice con un fuerte acento extranjero—. No se ha desmayado, pero ha tenido dolores de cabeza. Últimamente he estado atento a sus sueños y ha tenido la visión.
—¿Se le han presentado? —escucho la temerosa voz del padre de Arturo.
—Sí. Se le han presentado.
Curioso, me pego a la pared y escucho atentamente.
—Pero acabamos de reunirnos tras tantos años —dice la madre de Arturo—. No podemos dejar que se marche tan rápido.
—Será peligroso si se queda —explica Kris—, tanto para los demás como para sí mismo.
—Lo entendemos, Kris. Pero... le echaremos de menos... Cuidarás bien de él, ¿verdad?
—Tendré un ojo sobre él cuando comience las clases. Puedes estar tranquilo, hermano.
—¿No podrías darnos unos años? ¿O unos meses para pasar tiempo con él? —insiste la madre.
—Me temo que no. Para aprender a controlar sus nuevas habilidades deberá venir conmigo a Haeky, el mundo de los magos.
Ahogo una exclamación de sorpresa.
—Pero si es el joven Diego —dice Kris girándose hacia mí.
Con varios nudos en la garganta, noto la conciencia de Kris explorando mi mente, atando y desatando mis recuerdos. ¡Kris es un mago! Aúllo pidiendo ayuda a Arturo.
—Tranquilo, no voy a eliminarte ningún recuerdo importante —suena la voz de Kris en mi mente—. Solo quiero asegurarme de ser primero en contárselo a Arturo, evitaremos malentendidos.
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