28- El Clan de la Luna

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*Narra Arturo*

Camino por la casa del árbol y escucho el sonido de unas pequeñas pisadas detrás de mí. Me doy la vuelta y casi tropiezo con Zed, el niño ignis. Esto me pasa por dejar que elijan primero las tareas. Estoy a cargo de él.

—Debes de estar cansado, ¿no quieres dormir? —pregunto esperando librarme de él.

—Acabo de despertar —niega la cabeza.

No es como los niños que conozco. No pide jugar todo el día, tampoco salta, ni trepa por las paredes. Tal vez haya tenido que madurar muy rápido ante una situación como la suya. Pero no por eso es especial, muchos pasan por lo mismo. Yo mismo he pasado por ello.

Me agacho para estar a su altura.

—¿Quieres hablar? —pregunto.

Se queda mirándome y sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas de nuevo. Suspiro.

—¿Qué tal un abrazo? —lo traigo hacia mí.

Zed me rodea con sus pequeños brazos. Le froto la espalda y dejo que llore a moco tendido sobre mi hombro. Perder a las personas que te han enseñado el mundo que conoces nunca es fácil de soportar.

—Carga con este dolor y vive por aquellos que murieron, Zed. Te harás fuerte.

—¿Y si nunca dejo de llorar?

—Entonces, bebe agua. Puedes llorar cuanto quieras y ser un hombre fuerte, a la vez.

—Pero mis amigos me dijeron que llorar es de chicas.

—¿Solo de chicas? ¿Acaso no tenemos el lujo de llorar? —remuevo su cabello negro—. Llorar es de aquellos que sienten.

—Y de aquellos que se les mete una pestaña en el ojo.

—Sí, también.

Escucho a mi nombre, Connor me llama desde abajo. Me asomo por la casa del árbol; está junto al abuelo Alan, han terminado de enterrar al niño. Dejo caer la escalera para que suban.


*Narra Evelyn*

Mi abuela y yo volvemos a la casa del árbol. Ya reunidos todos, hervimos agua a la vieja usanza y seguimos a Arturo, Connor y Mery. Será mejor llegar a la aldea del Clan de la Luna antes de que anochezca.

Mis abuelos avanzan sobre las escobas y los demás a pie, salvo Zed, que está sentado sobre los hombros de Arturo. Se llevan bien.

—Sin el mensaje mágico que recibió tu tío, no habría encontrado a mi abuelo —le comento a Arturo—. Si algún día lo veo, le daré las gracias.

—Si no fuera por tu abuela, no podríamos haberlo leído —Arturo sonríe y Zed me mira desde lo alto—. Mi tío se llama Kris y, en realidad, es un amigo cercano de mis padres. Vendrá un día de estos de visita, ya que mis padres han reaparecido.

—¿De qué hablas, Arturo? —interviene Mery.

Ya me extrañaba no escuchar su voz durante tanto tiempo.

—Nada —contesta él, mirando hacia delante.

Mery le agarra de un brazo. Emito una especie de gruñido mental y me acerco a Vane, que observa entretenida una conversación más interesante de su hermana y Connor. Discuten si el agua está mojada o no.

—¿Me estás diciendo que si una cosa no está mojada, tiene que estar a la

fuerza seca?

—Eh... ¿no te parece lógico? —dice Connor.

—¿Te parece el fuego seco? Si le agregas más fuego a un incendio, ¿se hace más seco?

—A ver, no puedes secar algo que ya está seco. El fuego está caliente, por eso calienta. El agua está mojada, por eso...

—El agua es agua —le interrumpe Jenni—. Si volvemos a la playa y le echo un vaso de agua al mar, ¿estoy haciendo el mar más mojado? ¡No! Solo me veré como una loca.

—¿Y cómo va a estar entonces el agua si no está mojada? ¿Cómo algo que no está mojado va a mojar?

A medida que nos adentramos al bosque, el camino se hace más despejado, cuando debería ser todo lo contrario. Tengo la sensación de que las raíces y ramas se retiran para facilitarnos el paso. Levanto la vista del suelo. ¿Hemos encogido o el tamaño de las cosas han aumentado?

La más pequeña de las hojas es del tamaño de Zed.

Un par de monstruosas plantas enredadas se abren mostrándonos un camino, conduciéndonos fuera del caos vegetal.

—Bienvenidos a la aldea del Clan de la Luna —dice Arturo.

El claro me recuerda al del mundo de los lobos. El terreno no es del todo llano, tiene unas graciosas curvas sobre las que crecen hierbas del verde más alegre. Al fondo del claro, puedo ver varias casas de madera; se encuentran distribuidas sin un orden aparente bajo el pie de un monte bañado por el cálido naranja del atardecer.

—No sabía que existía todo esto, los bosques guardan demasiados secretos.

—Hemos atravesado una entrada oculta protegido por las plantas. Sin su permiso, nadie llegaría.


*Narra Lizz*

No me hace gracia estar rodeada de hombres lobo, pero esperaré a que lleguen los magos y Connor. El abuelo Alan ha sido muy amable regalándome una capa transformable. Soy mayor que él en cuanto a edad, pero no parece inadecuado llamarle abuelo.

Veo unas figuras entrando a la aldea. Son ellos. Me levanto y vuelo hacia los recién llegados. Kaiser ha ido a recogerlos; camina delante con un niño pequeño, dos gemelas de pelo blanco y los abuelos de Evelyn. Más allá, está Connor. Camina sin prisa junto a Arturo, Mery y... ¿Evelyn? Suelto un chillido de alegría y me abalanzo hacia ellos.

—¡Estás bien, Eve...!

Me encuentro con una mirada metálica. Mery se ha acercado a mí, rápida como el viento.

—¡Ya sabía yo que olía a vampiro! —dice la voz chillona de Mery—. Oh, vaya... Si eres tú...

Retira el brazo de mi vientre. Bajo la vista. El mango de un cuchillo sobresale de mi estómago.


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La chica del cabello de fuegoWhere stories live. Discover now