16. 1979

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Ya casi era hora de que el tren saliera de la estación de Hogsmeade. Tenía todas mis cosas empacadas, o al menos las que necesitaría para pasar las vacaciones de navidad en el número doce de Grimmauld Place. Tras echar un vistazo a la ya vacía habitación, colgué la mochila sobre mi hombro y salí de allí.

Como el expreso estaba a punto de partir, sólo pasé por el Gran Comedor para tomar algunas tostadas y llevármelas envueltas en una servilleta. El lugar estaba irreconocible con los árboles que estaban apostados en los cuatro rincones, adornados con múltiples luces y querubines que salían de su aposento y se daban un paseo alrededor.

En el vestíbulo, justo a unos pocos pasos de las puertas de roble, me esperaba Sebastian Arquette, mi mejor amigo. Era un chico pelirrojo de mi mismo curso. Slytherin, como no podía ser de otra manera. Su familia era una de las más influyentes de Inglaterra, y siempre estuvieron ligados con el Ministerio, pues todos, desde varias generaciones atrás, habían pertenecido al Wizengamot en algún momento.

—Vaya que has tardado, ¿eh? —dijo con una sonrisa—. Démonos prisa o nos quedaremos sin un compartimiento para nosotros.

Tras atravesar con rapidez los terrenos, adelantando a unos cuantos estudiantes, abordamos el tren. Por fortuna, sí que habían algunos compartimientos vacíos, así que entramos en uno de ellos, ubicamos las mochilas en la parte de arriba y cerramos la compuerta.

Un par de segundos después, un chico de cara redonda y cabello rubio oscuro, entró.

—¿Está ocupado? —preguntó tímidamente.

—Aquí no te vas a sentar —espeté, mirando fijamente su corbata amarilla y negra.

El muchacho me miró con ojos muy abiertos.

—¿Que no escuchas? ¡Vete! —exclamé.

El Hufflepuff dio un par de pasos hacia atrás y cerró la compuerta, marchándose de allí.

—Debe ser de primer curso —dijo Sebastian.

—Sí, supongo. Porque un Hufflepuff de cursos superiores jamás habría abierto la puerta del compartimiento siquiera.

—Bueno, no exageres con lo de "jamás". No le pidas demasiado a un tejón.

Tras reír y hacer burlas sobre aquel chico durante algunos minutos, me comí las tostadas mientras veía el paisaje pasar rápidamente por la ventana. La abundante nieve caía sobre las montañas que rodeaban el castillo y el pueblo de Hogsmeade, tiñéndolas de un blanco perlado.

—Entonces, ¿qué harás en vacaciones? —pregunté cuando ya llevábamos alrededor de una hora de camino.

—Íbamos a esquiar a Suiza, pero mi abuela enfermó y ya no iremos.

—Mala suerte...

—Sí, lo es. ¿Y tú?

—Me quedaré en casa. Tengo un par de reuniones.

Sebastian no contestó. Sabía exactamente a qué me refería, pero nunca comentaba nada del hecho de que yo me hubiera convertido en un mortífago. Claro está, además de ser un sangre pura, él comulgaba perfectamente con las ideas del Señor Tenebroso, pues de otra forma no se habría convertido en mi amigo. Sin embargo, nunca manifestó su voluntad de unirse a sus filas, lo que me hacía pensar que si bien lo apoyaba, no estaba de acuerdo con sus métodos.

—Sólo cuídate, ¿vale?

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—A eso. Cuídate.

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