14. Resultados inesperados

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De mis brazos, piernas y rostro, salían enormes pústulas del tamaño de pelotas de golf, que emitían un olor nauseabundo y me escocían la piel. Mi torso se hinchó tanto, que perdí el equilibrio y caí sobre la hierba estrepitosamente, boca abajo. El contacto con el duro suelo hizo que aquellos abscesos reventaran, llenándome de pus por todas partes.

Hannah haló de mi túnica y me volteó, haciéndome mirar hacia arriba. Sus ojos estaban muy abiertos y su boca se había convertido en una fina y tensa línea.

—Debemos ir a la enfermería... —dijo con la voz entrecortada.

—Pero...

—¡Ya se nos ocurrirá algo! ¿Piensas que esas cosas se irán solas?

Ella echó un vistazo a la masa de pus y llagas en la que me había convertido, buscando algún punto por el cual pudiera aferrarse para ayudarme a levantar, pues incluso mis manos estaban brotadas de aquellas cosas. Tras tres intentos fallidos, logré incorporarme, gimoteando con fuerza debido al esfuerzo, y tras lograr quedar en pie, me sostuve al árbol que tenía a un par de metros, como si de ello hubiera dependido mi vida.

—¿Puedes caminar? —farfulló.

Di un paso al frente, y luego otro, apretando los dientes con fuerza, por el dolor que sentía cada vez que mis pies tocaban el suelo, extirpando cada vez más pústulas. Hannah intentó poner mi brazo sobre su nuca y así ayudarme a caminar, pero mi quejido la hizo detenerse.

—Descuida —le dije, aunque mi cuerpo me pedía a gritos que me quedara allí donde estaba.

—Podría ir a buscar a un profesor...

—¿Y con Graham allí tirado?

—T-tienes razón.

La rubia asintió sin decir nada más, y levantó mi brazo, poniéndose ella debajo de éste. Mordí mi labio con fuerza como respuesta al dolor, pero lo que hice fue hacer estallar una ampolla que había salido allí. Ella apuntó con su varita al arbusto, tras el que estaba Graham, y exclamó: «¡enervate!». Unos diez segundos después, el rumor que se escuchaba indicaba que el chico había recuperado la conciencia.

—Espero que tarde en levantarse... —susurró la chica.

El camino hasta la enfermería fue un verdadero calvario. Conforme iban rompiéndose las vejigas, unas nuevas iban apareciendo, incluso de mayor tamaño, por lo que el dolor era cada vez más agudo.

Todos los estudiantes que encontrábamos en el camino nos miraban y señalaban. Algunos incluso se reían. Supongo que desde fuera, podía ser una escena cómica, pero eso era porque ellos no estaban sintiendo lo que yo, ni lo que Hannah, que debía soportar un peso mucho mayor al suyo. Pero no tenía importancia en ese momento, pues la prioridad estaba en llegar donde Madame Pomfrey.

Lo más difícil fue subir las escaleras, pues mis piernas, completamente hinchadas, se negaban a doblarse. Aún con el dolor, las obligaba, soltando quejidos con cada intento. Por el camino rogaba encontrarme con algún profesor, incluso con Severus, pero no había rastro de ningún docente. A quien sí nos encontramos fue a Peeves, quien dejó de cantar una canción obscena, para comenzar a entonar algo sobre un aborto y un acné ambulante.

Cuando vi a la enfermera de Hogwarts, quise besarla, pero seguramente eso no le habría gustado, dado el aspecto que había tomado mi rostro. La mujer corrió hacia nosotros y examinó de cerca las pústulas.

Más allá [Regulus Black]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora