10. El Espía

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El inminente castigo con Severus Snape hizo que no disfrutara demasiado el desayuno del martes, a pesar de que lo que tenía frente a la mesa era un verdadero festín. En el momento en el que me serví una enorme cantidad de huevos con tocino y varias rebanadas de pan tostado, al menos unas cien lechuzas entraron a través del enorme ventanal ubicado detrás de la mesa de los profesores, para entregar el correo matutino.

No esperaba que llegara nada para mí, pero una lechuza color ámbar se posó a mi lado y me ofreció su pata derecha, la cual desaté de inmediato, donde tenía un paquete de tamaño mediano. El animal aleteó con orgullo y partió de allí en un elegante vuelo. Reconocía esa bolsa de cuero color vinotinto, que tenía grabado el escudo de los Black, pues mi madre la usaba para enviarme cosas desde casa. Antes de revisar qué más tenía dentro, desdoblé el pequeño pedazo de pergamino:

Regulus:

Kreacher me ha insistido para que te envíe algunos pasteles que él te preparó. También te manda muchos besitos. Sé que debes andar corto de dinero (a menos que te hayas traído oro desde el más allá), así que ahí te van algunos galeones. No lo gastes todo o te borro del tapiz. Espero todo ande bien por allá.

Sirius

Tal y como lo decía la nota, habían dentro por lo menos diez pasteles que olían realmente delicioso y una bolsita más pequeña con unas cuantas monedas. Con una sonrisa, guardé todo en el bolsillo de mi túnica y comencé a devorar el desayuno. A lo largo del Gran Comedor, algunos estudiantes aún estaban recibiendo sus correspondencias, leyendo sus cartas o sus ediciones de El Profeta, mientras que otros revisaban los paquetes que provenían desde sus casas.

Desde donde estaba, veía en la mesa de Hufflepuff a Susan, aquella pelirroja que se había sentado a mi lado (aunque sólo unos minutos) en la última clase de Transformaciones. Ella leía ansiosa la última edición de Corazón de Bruja. A su lado, Hannah Abbott miraba a su alrededor con un gesto en el rostro que no sabía definir si era de temor o de otra cosa. Tenía en sus manos un pedazo de pergamino arrugado, el cual guardó en su túnica, y justo antes de meterlo allí, un resplandor dorado me encandiló, proveniente de lo que tenía en su mano y que ahora llevaba en el bolsillo.

Yo seguí comiendo, pero no dejaba de pensar en el rostro de la chica ante aquella carta, o al menos suponía que era consecuencia de ello. ¿Qué podía contener aquel mensaje? Durante algunos instantes, echaba pequeños vistazos hacia su mesa. Se veía nerviosa, y no dejaba de ver a su alrededor. De pronto, tomó su mochila y se levantó, dando grandes pasos hacia la salida. Sin detenerme a pensarlo, hice lo mismo, aunque en mi caso me llevé un par de tostadas y un vaso de jugo de mora para engullir en el camino.

Caminé detrás de ella cuando salió del castillo y comenzó a recorrer los jardines. No quería ser una especie de acosador, así que luego de terminar de comer ambas tostadas, carraspeé un poco la garganta. Ella volteó con cara de sorpresa, y luego su rostro se relajó.

—Ah, eres tú...

—Hola, rubia. Muy bien gracias, ¿y tú?

—Estaba algo distraída, lo siento...

—Me preguntaba si estabas bien.

—Claro, Regulus. Lo estoy. Justo ahora iba para la Lechucería.

—¿Segura? —le dije con suspicacia.

Seguramente ella supo que me había dado cuenta de su reacción en el Gran Comedor, porque soltó un suspiro y dijo:

—Es sólo que hace mucho que no sé de mi padre. Y eso me preocupa.

—Entiendo. Por eso vas hacia allá...

Más allá [Regulus Black]Where stories live. Discover now